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Plan de choque de Zapatero | El debate
Columna
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El derrumbe del tabú

Xavier Vidal-Folch

Ha sucedido como con el muro de Berlín. Con estrépito.

En pocas y agónicas horas, desde el pasado viernes hasta ayer, se ha derrumbado el gran tabú de la política económica española. Y los de la europea. De forma simultánea y conectada.

En aras de reenderezar la economía doméstica y asentar el futuro de la zona euro, el presidente Zapatero ha renunciado a su mantra, no tocar el gasto social.

Traslada la incipiente austeridad también a los sueldos de los funcionarios, a las jubilaciones medias y altas, a la dependencia, al cheque-bebé... Gran rectificación, se dijo ayer. Et pour cause. Nace un gobernante, aquel que decide lo que conviene, aunque sea amargo y allegue fracasos electorales; no lo que le gusta. Quizá para durar poco. Churchill perdió cuando avizoraba la victoria, pero la fabricó. Kohl pagó en las urnas su apuesta por el euro, pero ancló a Alemania en Europa.

Todos afinaron su papel, menos uno, que seguía con su leña al mono, aunque ya hable inglés
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España cumple con estas medidas de austeridad el compromiso con la Unión, y se autoprotege. Paga su contrapartida a la creación de un Fondo de emergencia para el rescate de euro-socios en apuros financieros. El surgimiento de este mecanismo es una revolución copernicana de alcance similar a la creación del euro. Completa la unión monetaria (hasta hoy, moneda y Banco Central) garantizando su estabilidad. Y acelera la unión económica de los 27 apretando las tuercas de las políticas de saneamiento de las finanzas públicas y la coordinación presupuestaria. Europa resucita del duermevela.

Para alcanzar ese hito, la UE ha debido a su vez romper tres tabús. El de que los Gobiernos sólo podían acompañar a los mercados: han plantado cara con 750.000 millones a sus segmentos más especulativos. El de mantener el veto, pues la activación de los rescates se hará por la Comisión y ya no por unanimidad del Consejo (los Gobiernos). Y el de actuar sólo caso por caso, como ante Grecia: han establecido un mecanismo permanente (de momento por tres años) y no uno improvisado para cada ocasión.

Apenaba ayer oír reacciones castizo- provincianas denunciando que unos "extranjeros" imponen su "dictado" a España. Que viajen. Y aprendan que ambas decisiones, la española y la europea, son parte del mismo paquete, haz y envés.

Lo son también por su origen. El terremoto en los mercados de la pasada semana obligó a España y a Europa a crecerse frente a la crisis, so pena de sucumbir ante ellos. De ahí la renuncia del Gobierno a su catecismo del gasto social. Y la de Alemania al síndrome de mirar a otro lado si arrecia una tormenta financiera.

Contra Zapatero: es cierto que estaba instalado en el vaivén, sin lograr hasta ahora mostrar contundencia y, pues, convencer. A su favor: es cierto que la turbulencia especulativa de "las manadas de lobos" (retrató el ministro sueco de Finanzas, Anders Borg) rompió su cadencia de reformas, demasiado tenue. Pero nadie añadió ayer en el Congreso la otra explicación clave de la vorágine: la vacilación y tardanza europeas (cuatro meses) para suturar la crisis griega, lo que facilitó el contagio enloquecido a otros.

El tabú de la intangibilidad absoluta del gasto social debe ceder paso a un paradigma más realista, un reparto equitativo de la factura de la crisis. Entre todos. De cada cual según sus posibilidades. Las izquierdas y algunos centros -como Coalición Canaria- reclamaron con razón una equidad que quedaba pospuesta. Ya no por la vía del gasto, sino del ingreso: teníamos parados ajustándose el cinturón, tendremos funcionarios y pensionistas en lo mismo, pues que también se sacrifiquen los más prósperos. Quedó como asignatura pendiente. Y los nacionalismos enarbolaron la productividad como causa mayor del crecimiento y de la lucha contra el déficit: cómo crecer, otra asignatura. Todos afinaron en su papel.

Todos, menos uno. Ahora que parece que tenemos un presidente-presidente, esto es, alguien capaz de repartir disgustos y no sólo carantoñas, el jefe de la oposición mantiene su gastado oráculo: leña al mono hasta que hable inglés. Y cuando lo habla, leña doble. Con lo eficaz que le hubiera sido jugar a padre del hijo pródigo, darle la bienvenida a la austeridad y exigirle cumplir con buena letra.

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