'Premier' Cameron
Una coalición de conservadores y liberales gobernará Gran Bretaña tras la dimisión de Brown
El anuncio de dimisión del primer ministro británico, anoche, tras el fracaso de las conversaciones entre laboristas y liberales para la formación de Gobierno, devuelve la cordura al guirigay en que se había convertido el relevo en Londres tras las históricas elecciones del jueves pasado. La salida de Gordon Brown de Downing Street, y de la jefatura laborista, convierte al conservador David Cameron en nuevo jefe del Gobierno, que dependerá de los liberales de Nick Clegg, tercer partido más votado, para conformar un Gabinete estable.
Brown no podía seguir alargando el chalaneo planteado por los liberales para hacer subir el precio de sus votos. Su anuncio del lunes asegurando que dimitiría de la jefatura del laborismo para facilitar un acuerdo con Clegg no era el gesto altruista pretendido, sino un último intento para torpedear la alianza dictada por la aritmética parlamentaria entre los tories vencedores -306 escaños, a 20 de la mayoría absoluta- y el único partido que puede sustentar una mayoría eficaz en los Comunes.
Es probable que los liberales tuvieran más afinidades con los derrotados laboristas que con los conservadores, aunque Brown nunca haya sido santo de la devoción de Clegg. Pero su eventual alianza habría sido una coalición de perdedores, difícilmente aceptable para la opinión pública, que exigiría para llegar a la mayoría absoluta parlamentaria la volátil colaboración de un puñado de partidos nacionalistas y de pequeñas formaciones, cada una con su propia agenda. El resultado no habría sido otro que un Gobierno inestable, abocado a nuevas elecciones en el corto plazo. No es eso lo que necesita ahora Reino Unido.
Atosigado seriamente, como otros países europeos que soportan elevadísimos déficits públicos (más del 11%), por el acoso implacable de los mercados financieros, Gran Bretaña necesita adoptar urgentemente decisiones impopulares y de calado, desde una subida de impuestos hasta drásticos recortes del gasto público, decisiones que no podía firmar sin sonrojo un partido, el laborista, que, con 258 escaños, ha cosechado sus peores resultados en las urnas desde 1983. Resultados que han puesto un amargo final a un reinado político de 13 años y desalojan del número 10 de Downing Street a quien ha sido un buen ministro del Tesoro y un infortunado e inhábil primer ministro.
El fracaso de los últimos intentos laboristas para fraguar una imposible coalición deja definitivamente vía libre al anuncio del compromiso de Gobierno entre Cameron y Clegg, que ayer se negociaba contrarreloj. Probablemente los liberales no obtengan del jefe tory una respuesta tan satisfactoria como la que Brown ofrecía a su reivindicación primordial de una reforma electoral que les represente más justamente en los Comunes. Pero también saben que esa meta, siendo trascendente para una modernización del sistema político, no aparece como la prioridad para sus conciudadanos. Formar un Gobierno compacto y eficaz va a obligar a sacrificios tanto del lado conservador como del liberal, pero eso es lo que los británicos exigen a sus líderes políticos, con urgencia, en esta hora.
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