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Columna
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Un año no es nada

Y más cuando los únicos instrumentos para gobernar son el Parlamento y el Gobierno, pues el resto de las instituciones y organismos civiles, tras 30 años de nacionalismo, supuran esa ideología dominante. Si Patxi López desea propiciar un cambio político y de cultura democrática para Euskadi tendrá que saber con qué pocos instrumentos de partida cuenta. Aunque suficientes.

Su problema puede estar en querer hacerse el simpático desde el principio, en gobernar para todos, ir de jatorra. Aunque lo hiciera, lo tiene muy difícil, pues los referentes sagrados del nacionalismo son auténticos búnkeres: antagonismo con la Constitución y con el igualitarismo ciudadano, indiferencia, si no rechazo, hacia los servidores del Estado, compresión del terrorismo como expresión del conflicto, negativa al testimonio de las víctimas del terrorismo en el seno de la sociedad y en las escuelas, el insulto hacia el otro, y, sobre todo, su exacerbado victimismo, padre de todo lo anterior. Esa benévola disposición de López le llevará a gobernar para el nacionalismo, no sólo porque su nivel de presión es el dominante, sino porque cuando se dice que se quiere gobernar para todos se está pensando en el nacionalismo.

Es muy poco tiempo. Máxime, cuando parte de la acusación de suplantar al auténtico lehendakari, que tendría que ser nacionalista por ser el partido más votado, aunque no dispusiera de mayoría parlamentaria. Y por haber realizado una jugada de última hora sin avisar pactando con un partido que se merece un cordón sanitario, pues de todos es sabido que son los herederos del franquismo. No había avisado, y como decía una revista de humor de izquierdas, sólo "el que avisa no es traidor". Y, sin embargo, tras la experiencia acumulada de tres legislaturas de gobiernos de coalición con el PNV en una situación de supeditación que se hizo insoportable tras el pacto de Lizarra, todavía cree la buena gente del país y del Euskobarómetro que a lo máximo que puede aspirar el socialismo es a encargado de negociado, que es a lo que su cultura sindicalista le debiera condenar.

Y, sin embargo, se mueve. Respecto a hace un año, a Euskadi no la reconoce ni su madre, precisamente por haber gobernado en aquello que no hacía el nacionalismo o lo hacía a medias. Gobernar en la defensa de los derechos de la ciudadanía frente al terrorismo y abandonar la galopada soberanista. Y sólo por eso este Gobierno ha valido la pena, pues era el único que lo podía hacer. Quizás, también, por esto la antipatía de la buena gente del Euskobarómetro, en esta buena sociedad en la que un 15% de su juventud comprende el terrorismo de ETA.

A Lenin le gustaba citar mucho a San Pablo porque fue el hábil impulsor del cristianismo. De hecho, Trotski le acabó cogiendo ojeriza por las muchas veces que se le citaba. Una de esas es la que viene a decir que el que se preocupa en exceso de salvar su alma la acaba perdiendo. Mucho más si esa alma no es la tuya, sino la nacionalista.

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