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Reportaje:

Una ciudad con la vejiga llena

Madrid cuenta con un aseo público por cada 88.000 habitantes - ¿Es posible evacuar sin colarse en un bar?

En el distrito de Usera, a la entrada del parque de Pradolongo, hay una torreta gris, fea, con una puerta corredera de la que parece que va a salir en cualquier momento un astronauta. Es un baño público. "Me pareció un poco raro ver a alguien entrar ahí. Pensé: 'Si quiere mear, que vaya al parque". Por primera vez en sus 19 años de vida, Raúl, un chico del barrio, ha visto cómo un usuario se introducía en la cápsula. Su novia, Patricia, ya había observado el fenómeno: "Sí, alguna persona mayor que viene a pasear...". Es un hecho insólito, pero a veces ocurre.

En Madrid hay 37 aseos públicos, según el Ayuntamiento, uno por cada 88.000 habitantes. Una cantidad ridícula si se compara con los 223 de Estocolmo o los 400 de París. Y el eterno adversario en goles, datos y virtudes, Barcelona, tiene 60, uno por cada 25.000 ciudadanos.

Ni la Puerta del Sol ni el metro cuentan con ninguna clase de lavabos
"Para los viejos hacen más falta que el pan", lamenta un jubilado
En la cuesta de Moyano, un baño lleva "ocupado" cuatro años
"Si no tienes donde ir, cualquier esquina es buena", dice un mimo de Preciados
Bares y cafeterías cargan con el peso de la verdadera red de retretes públicos
Los riachuelos de orín son un mal "generalizado", dice una portavoz vecinal
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Quizás sea debido a que hay pocos aseos que los madrileños no acaban de acostumbrarse ni a la presencia de esas torretas grises ni a la del otro modelo de baño, un alto cilindro con retrete dentro. Dos objetos que abren sus puertas a quien tenga un apretón si echa 30 céntimos. Aunque a veces ni siquiera eso basta. Según los datos municipales y las comprobaciones hechas por este periódico, al menos 11 de ellos están fuera de servicio, sellados hasta la llegada de algún técnico o astronauta que los haga funcionar.

La mayoría de los aseos públicos de Madrid están dentro de unos voluminosos cilindros oscuros que forman parte de la legión de chirimbolos que hay plantados por la ciudad, aquellos vilipendiados paneles publicitarios que el Ayuntamiento empezó a instalar hace 16 años.

Los cilindros son anuncios por fuera y retrete por dentro. Tienen más de cuatro metros de alto y tres grandes planchas de publicidad incorporadas. El interior es claustrofóbico (1,30 metros de diámetro). Hay váter, un espejo circular en la pared y una abertura donde agua, jabón y aire caliente se activan en cadena cuando uno mete las manos. Se limpian y esterilizan automáticamente después de cada uso. Siempre tienen papel higiénico. Es áspero.

La multinacional JCDecaux disfruta desde 1995 de una concesión de publicidad urbana en la que los baños son un asunto secundario. Lo que importa son los anuncios. Las empresas pagan 120.000 euros a la semana por copar con carteles los distintos chirimbolos que hay distribuidos por la capital y alrededores, entre ellos los que llevan aseo. JCDecaux no da información sobre sus ganancias.

Los pocos lavabos públicos que hay en la ciudad no existen porque el Ayuntamiento lo haya querido así, sino porque esta compañía francesa los incluyó en su oferta por iniciativa propia, según una portavoz del área de Medio Ambiente, dirigida por la popular Ana Botella: "Vinieron en la oferta de JCDecaux, que quería que la explotación publicitaria sirviera un poco como servicio público". "Un poco". No demasiado.

En el cruce de la cuesta de Moyano con la calle de Alfonso XII hay un baño en el que siempre pone "ocupado": "Hace cuatro años que no funciona. Le hemos echado cartas al Ayuntamiento, hemos llamado por teléfono... Lo único que nos dicen es que no es cosa suya", dice Marisa, que vende helados junto al aseo menos funcional de la ciudad. Su compañero Fidel cuenta que los operarios de la empresa, responsable del mantenimiento, pasan a menudo por allí, pero sólo cambian los carteles y limpian los cristales, "para que luzcan bien los anuncios". Este periódico ha comprobado que la publicidad se renueva semanalmente. Y también que el pasado jueves, siete días después de visitarlo por primera vez, seguía "ocupado".

Algo parecido ocurre en la plaza de Legazpi. "Aquí el baño lleva parado tres años, desde que cubro esta línea", asegura Juan Antonio, conductor de autobús, que ha pedido al Ayuntamiento que lo arregle, con tanto éxito como los heladeros de Moyano. "Dicen que eso lo tiene que hacer la empresa que se encarga de ello", comenta desesperanzado. El periodista intenta hacer funcionar la máquina con tres monedas de 10 céntimos. Clin. Clin. Clin. Una detrás de otra vuelven a su mano.

¿Quién se atreve a meterse en los chirimbolos? Para empezar, conductores de bus, como Juan Antonio, que tienen una tarjeta de la Empresa Municipal de Transportes para usarlos gratis... cuando funcionan. Los barrenderos no tienen este privilegio: pagan 30 céntimos, si tienen las monedas justas en el bolsillo, o se van a un bar a pedirse un café, igual que quiosqueros y taxistas. Según JCDecaux, cada baño recibe 3.700 visitas al mes.

Los más expeditivos se arreglan con un rincón discreto. "Si no tienes adónde ir, cualquier esquina es buena", dice Paco, un mimo que actúa en la calle de Preciados. A otros les puede la vergüenza: "Yo es que pa eso soy muy cortao", comenta Pedro Catalina, taxista, que ha pasado turnos de noche enteros aguantándose para no tener que entrar en un bar: "Puedes ir y tomar una coca-cola, pero es una tontería, porque en una hora ya te entran ganas de mear".

Las esterilizadas torretas de ahora poco tienen que ver con los 60 baños que hubo en Madrid hasta principios de los noventa. Pero la mala fama de aquellos habitáculos subterráneos pervive y la han heredado los nuevos lavabos públicos. Hoy es difícil ver a alguien entrar en uno de estos aseos. "Aquí los usan los que andan jugando a las cartas y controlando a las chicas", cuenta Mari Ángeles, empleada en una sede del Ministerio de Justicia en la plaza de Jacinto Benavente. "También vemos entrar parejas. Es más barato que una pensión".

En la glorieta de Embajadores, el baño automático es un punto de referencia para los toxicómanos. Y en el parque de Rodríguez Sahagún, lugar de recreo masivo del distrito de Tetuán, muchos domingueros y deportistas querrían usarlos, pero no pueden. La torreta junto a las canchas de fútbol y baloncesto está fuera de servicio. Los chicos que juegan allí, preguntados por dónde orinan, señalan hacia una fila de setos. ¿Y para usos mayores? Vuelven a señalar al mismo lugar. Tras los setos, un terraplén de hiedras en el que abundan pañuelos de papel sucios y excrementos.

Puerta del Sol. Kilómetro cero de España. Reformada hace un año, por arriba y por abajo. Ahora luce una moderna macroestación por la que pasan miles de personas al día. Pero no hay aseos. La solución son las tiendas de la zona. En El Corte Inglés de Preciados, según informa una empleada, "los de seguridad pasan cada 10 minutos a vigilar. Por estos baños viene todo tipo de gente".

Sol, Callao, Tirso de Molina y muchas otras plazas de Madrid tuvieron baño antes de la era de los retretes automáticos. "Vaya si los echas de menos. Para los viejos hacen más falta que el pan", lamenta Manuel Maestro, jubilado de 73 años. El doctor Carlos Hernández, vicepresidente de la Asociación Española de Urología, explica las necesidades de embarazadas, cistíticos y gente mayor: "Muchos de nuestros pacientes presentan patologías prostáticas. Necesitan orinar con frecuencia y son los aseos de cafeterías y los setos de los parques los lugares más utilizados para tal fin".

Manuel Maestro pasa las tardes en un banco de la plaza de España, donde sólo queda una opción: bajar las escaleras del aparcamiento y colarse en un baño exclusivo para clientes. La encargada de la limpieza, Adoración, explica el truco: "Cuando sale uno que entró con tarjeta, pasa otro de fuera".

Bares y cafeterías son la mejor opción para resolver una urgencia. Quienes no lo tienen asumido y buscan un retrete por Madrid, se estrellan con la realidad. "Se pregunta mucho por los baños públicos", comenta un policía municipal. "Pero generalmente no hay ninguno próximo y mando a la gente a un bar".

Los hosteleros cargan con todo el peso de la verdadera red de lavabos de la capital. Aunque podrían resistirse a ello: "Todo el mundo puede acceder a los locales, pero tú puedes poner restricciones al uso del servicio, cerrarlo con llave o colgar un cartel de uso exclusivo para clientes", argumenta Javier Zamora, abogado de la asociación de hosteleros La Viña, que representa a 19.000 locales de la ciudad.

La franquicia de sándwiches Rodilla, con 51 establecimientos en Madrid, es permisiva. Para entrar en el baño hay que teclear un código numérico que los camareros suelen dar a quien pregunte, sea o no cliente: "Sólo se lo negamos a los conocidos de la zona: drogadictos, carteristas, chaperos...", reconoce Julio, responsable del local de Sol. En Starbucks, la cadena estadounidense de cafeterías, también hace falta un código, y sólo se encuentra en la factura. Si no consumes, no hay baño.

Bajo tierra la situación no mejora. En la red de Metro tienen por norma no poner aseos públicos, los únicos disponibles son para empleados. Una portavoz de Metro lo justifica: "No tenemos en mente instalarlos. El metro es un lugar de tránsito, para gente que va de un sitio a otro y sólo espera unos minutos en el andén". Sin embargo, en el municipio de Rivas, tres estaciones tienen baño. Hay que pedir la llave a las taquilleras.

Una empleada de la estación de Callao explica que en ocasiones excepcionales también dejan al público la llave de los servicios privados: "Cuando se trata de cosas patéticas, como cuando me lo vino a pedir un hombre con diabetes". Pero otra compañera de la estación señala el brusco proceder habitual: "Preguntan bastante, pero les decimos que se vayan a mear a la calle".

Mucha gente se alivia en medio de la calle. Especialmente en los territorios del botellón, como la zona entre la calle de Barceló y la plaza del Dos de Mayo. Allí vive Vicente Fernández, diseñador gráfico de 32 años, que soporta los amaneceres de suciedad y peste de orín: "Es asqueroso ver cómo baja por las calles en cuesta. Se pone a lo suyo un tío y llega muy lejos...".

Isabel Rodríguez, presidenta de la Asamblea Ciudadana del Barrio de Universidad, que incluye el barrio de Malasaña, afirma que los riachuelos de orín son un mal "generalizado" en la zona. Achaca parte de la culpa al Ayuntamiento, por no perseguir a los meones furtivos: "La policía se queda quieta en la plaza del Dos de Mayo, y lo que deberían hacer es patrullar por las calles para disuadir".

Junto al barrio de Malasaña, en Chueca, se da el mismo problema de olores infectos e imágenes desagradables. "Orines, vómitos, basura. Todo es parte de una situación de degradación de las calles", protesta el portavoz de la Asociación de Vecinos del Barrio de Justicia, José Carlos Nicolau, que cuenta un caso límite: "Una vez entraron en el portal de mi edificio y se mearon en el cochecito del niño de un vecino". Nicolau también critica la actitud de los responsables municipales: "Las multas hay que ponerlas. La impunidad es total. Yo veo a la gente mear en las puertas de las casas, en los ventanucos de los bajos, y no pasa nada".

En teoría, orinar en la calle puede salir caro. Artículo 14 de la Ordenanza de Limpieza de los Espacios Públicos: "Por su especial repercusión en el ornato e higiene de la ciudad, queda expresamente prohibido escupir o satisfacer las necesidades fisiológicas en la vía pública". La sanción puede llegar a 750 euros. La Policía Municipal no tiene un registro de multas por esta infracción, pero asegura que son pocas, como explica una portavoz de la Policía Municipal: "No es un concepto por el que se pongan infinidad de sanciones. Para multar hay que ver a alguien haciéndolo, y la policía está pendiente de otras prioridades".

Acceso a los servicios públicos de la plaza de Cibeles
Acceso a los servicios públicos de la plaza de CibelesCARLOS ROSILLO

¿Servicio o negocio?

Hay diferentes maneras de gestionar los aseos públicos. En Madrid, la empresa concesionaria paga un canon por explotar la publicidad que acompaña a los baños. A cambio, los instalan y mantienen. El Ayuntamiento no invierte un céntimo. Un negocio en lo financiero. Un fiasco en el servicio público.

En Barcelona, con 23 baños más que Madrid y la mitad de población, el Ayuntamiento pone los aseos. De su cuidado se encargan los quioscos cercanos o la brigada de limpieza de parques. Excepto cinco situados en lugares turísticos, todos son gratis. El Consistorio apenas gasta y apenas ingresa, pero garantiza la calidad del servicio.

En París, los 400 aseos son gratis desde 2006. Y el año pasado ha empezado una remodelación para facilitar el acceso a minusválidos, obstáculo que en Madrid nadie se ha preocupado de eliminar.

En Manhattan hay uno por cada 25.000 habitantes. En Estados Unidos existe una especial sensibilidad hacia el tema, con numerosas webs que ayudan a encontrar baños decentes dentro y fuera del país. En una de las más logradas, www.thebathroomdiaries.com, Madrid tiene su apartado. Sólo figura un aseo: el del Museo Reina Sofía. Cosas de turistas.

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