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AL CIERRE
Columna
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Viabilidades

Joan Subirats

Hace unos días, uno de los candidatos a las elecciones a decano del Colegio de Arquitectos manifestaba: "la arquitectura no puede ser democrática", aludiendo con ello a la dificultad de combinar requerimientos técnicos y participación ciudadana. Es habitual oír expresiones parecidas en debates sobre temas en los que se cruzan lógicas políticas con exigencias técnicas. La consulta sobre la reforma de la Diagonal ha hecho que este debate reaparezca. Algunos opinan que la complejidad que implica la reforma no puede simplificarse hasta el extremo de permitir opinar sobre ella a personas legas en la materia. Otros opinan que la consulta no debería descender a los detalles (que requieren conocimientos técnicos que no están al alcance de la ciudadanía en general). Mientras, no son pocos los que afirman que todo eso son ganas de perder tiempo y dinero, cosas de políticos sin ideas.

La visión elitista de la democracia conecta perfectamente con la hostilidad técnica el escrutinio y el debate público. La nueva directiva europea del agua establece que el diagnóstico sobre la calidad ambiental de las aguas de cada río deberá hacerse a través de mecanismos participativos. La cara de estupor de los ingenieros especializados en el tema al enterarse de la nueva normativa resumía cómo cayó el tema entre los que estaban acostumbrados a entenderse entre expertos. La lógica de la directiva era clara. No se trataba de dudar de lo que aportaban los técnicos, ni de sustituir su expertise por una asamblea. Lo importante era incorporar otras miradas, otros "saberes" para lograr que los cambios que había que llevar a cabo para mejorar la sostenibilidad de los ríos tuvieran más viabilidad. No se trataría tanto de encontrar la respuesta "adecuada", sino aquella alternativa que sea más factible, social y técnicamente. Y es en este punto en el que las nuevas experiencias de participación ciudadana pueden ser útiles. A través de los procesos participativos, todos los actores acostumbran a entender mejor la complejidad como algo inherente a todo proceso decisional público, y no como una anomalía a superar. La política sirve para buscar esos puntos de equilibrio entre distintas viabilidades. O eso esperamos que haga.

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