Magia y frustraciones digitales
Toda imagen es la presencia virtual de una ausencia real. Pero la tecnología digital ha potenciado esta definición. En 1997 estalló un escándalo cuando la televisión estadounidense emitió anuncios mostrando a Fred Astaire bailando con una aspiradora, fruto de la manipulación de fragmentos de sus filmes Easter parade y Royal wedding. Su hija montó en cólera por aquella profanación, pues no sabía que su madre había vendido los derechos de comercialización de la imagen del bailarín. Por entonces, en el umbral de la era digital, despegaba en Hollywood la empresa Virtual Celebrity, dedicada a comercializar imágenes y voces de actores fallecidos o retirados, convertidos en ciberestrellas, operación que podría dar como fruto una historia de amor entre Greta Garbo y James Dean. Poco antes Tom Hanks, en Forrest Gump (1994), había interactuado con tres presidentes fallecidos de Estados Unidos. Pero en Polar Express (2004) la magia digital diversificó su presencia en cinco personajes distintos. En la era de la foto-ficción el dictum "ver para creer" ha sido cancelado. Y un poco antes, el argentino Leonardo Favio añadió a su documental Perón, sinfonía de un sentimiento (2000) composiciones digitales cuando no dispuso de imágenes auténticas de eventos históricos. La alquimia digital posee implicaciones estéticas, pero también éticas. El falsificador Elmyr D'Hory decía que cuando los expertos y el mercado consideraban que un falso matisse o picasso eran auténticos, pasaban a ser auténticos. Triunfo definitivo del relativismo ontológico.
Con su Avatar, James Cameron ha abierto otra puerta mágica. En su naufragio digital del Titanic (1997) se encontró con que, debido al rodaje en el cálido Golfo de México, de las bocas de sus actores ateridos no salía vaho y tuvo que añadirse por medios digitales y a un costo enorme. Cameron aprendió la lección. En el nuevo ecosistema mediático, la larga sombra de Avatar comparece como consuelo a las angustias empresariales generadas por la gran recesión. Tim Burton ha hecho en la posproducción digital de su Alicia un falso 3D, que parece que ha indignado a James Cameron. Pero ha abierto una caja de los truenos que estuvo cerrada durante la efímera moda estereoscópica de los años cincuenta, al punto que la mejor película tridimensional de aquella cosecha, Crimen perfecto (1954), de Hitchcock, se exhibió en todas partes en versión plana. Y ahora, recién comprados los televisores de LC o plasma para la TDT, ya nos anuncian su caducidad por la nueva televisión en 3D.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.