Tragar
A algunos socios del Barça todavía les cuesta liberar su asiento los días que no van al Camp Nou. El abono forma parte del patrimonio particular o familiar, y el sentido de propiedad es tan acusado que sólo se cede en ocasiones especiales o cuando a uno le da la gana. Hay hinchas que jamás alquilan su localidad y exigen, además, que no lo hagan sus vecinos de grada para así discutir sobre sus gustos opuestos. Nada le cabrea más al aficionado que no renuncia a su entrada que cuando llegue al estadio se encuentre con que a su lado se sienta un desconocido, aunque pertenezca al mismo club, en lugar del seguidor de toda la vida.
El asiento pertenece a los abonados y los campos son de los clubes. Quien no cuenta con un campo propio no tiene razón social, por no decir que no existe en el fútbol español. El último ejemplo ha sido el del Espanyol, que siempre se sintió un extraño en Montjuïc. No se juega al fútbol en el Lluís Companys, ni en La Peineta, y tampoco en La Cartuja, ni hay estadios neutrales en la Liga, como pasa por ejemplo con el renovado Wembley.
Aquí, a diferencia de Inglaterra, los socios exigen a los clubes que la administración no les cuele una final que no viene a cuento o que con el tiempo puede resultar contraproducente para sus sentimientos. A los madridistas les escuece ahora mismo que Chamartín sea la sede el 22 de mayo de la final de la Champions porque el ganador puede ser el Barça. Los barcelonistas tienen previsto ocupar Madrid si superan al Inter y quieren darse una fiesta en el Bernabéu mucho más célebre que la organizada en la final de Copa de 1997, cuando el himno del Barça sonó cinco veces sin parar.
De la misma manera que se puede dar el caso de que Pérez tenga que ser anfitrión de una explosión de barcelonismo porque a Ramón Calderón se le ocurrió pedir el último partido de la Copa de Europa 2010, a Joan Laporta le tocará aguantar en el Camp Nou la final de la Copa que en mayo jugarán el Sevilla y el Atlético por un encargo envenenado -así lo definió el periodista Xavier Bosch- de Ángel Villar. El presidente azulgrana, independentista declarado, amante de Els segadors, se despedirá de su cargo en su casa acompañado del Rey y con el himno de España sonando por los altavoces del estadio si el partido se juega el día 19.
Tragará Laporta y puede que se la coma también doblada Pérez, en cuanto presidentes de dos clubes que presumen de tener dos estadios únicos y singulares. Los guiños del fútbol son a veces imprevisibles y antológicos.
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