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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Alejandro Robaina, 'rey' cubano del tabaco

Su finca produce unos ocho millones de habanos al año

La fama y la leyenda de Alejandro Robaina no eran gratuitas. Este guajiro de sabiduría natural e ingenio lapidario era el auténtico rey del tabaco cubano, o lo que es lo mismo, el rey del mambo: el número uno de verdad. Falleció el pasado 17 de abril, a la edad de 91 años, en las mismas tierras rojas y fértiles de San Luis, en Vuelta Abajo, la localidad de Pinar del Río adonde llegó su abuelo canario a mediados del siglo XIX y donde él aprendió todos los secretos de la tierra. Allí levantó las vegas míticas que hoy llevan su nombre. Desde hace tiempo, de su finca de 16 hectáreas en Cuchillas de Barbacoa salían las mejores hojas de capa de la zona, imprescindibles para cubrir un promedio de ocho millones de habanos anuales; un maldito récord absoluto, si se tiene en cuenta que la producción total de puros Premium en la isla es de aproximadamente 150 millones cada año, dependiendo del clima y de los azares de la cosecha.

Se codeó con premios Nobel y músicos. Sting le pidió un autógrafo

No habría que agregar mucho más. Pero este dato, a secas, por definitivo que parezca, dice poco de la sabiduría de Robaina, el único veguero cubano que logró tener en vida una marca y seis vitolas de habanos con su apellido pirograbado en una caja, y a quien científicos, presidentes y millonarios querían sentar a su lado.

Comenzó a trabajar la tierra con su padre a los nueve años, y en ese momento, cuando ni tenía ni zapatos para calzarse, empezó a fumar. No lo dejó hasta poco antes de morir, y el calibre de su fuma era de cuatro o cinco brevas diarias, siempre torcidas por él mismo. Solía decir que el tabaco era cosa de familia. Conocía cada planta de su tapado (invernadero), y cada hoja de cada planta, y cada bichito de cada hoja, que espulgaba a mano. "La tierra hay que amarla y el tabaco hay que mimarlo como si fuera un hijo, por eso este cultivo es de pequeñas familias", solía decir a quien le visitaba en su casa. Eran multitudes, desde príncipes a estrellas de rock, pasando por embajadores y premios Nobel.

Una vez Fidel Castro trató de convencerlo de la conveniencia de cooperativizar las tierras dedicadas al cultivo del tabaco, que hoy siguen siendo privadas en más del 85%. "Él quería que las tierras de tabaco estuvieran en grandes cooperativas, y que yo fuera presidente de una. Pero el tabaco tiene que ser familiar. Estuvimos discutiendo 32 minutos sobre el asunto. Lo último que me dijo fue: '¡Carajo, qué viejito este!", recordó en una entrevista el año pasado.

Robaina era un guajiro a la vieja usanza, pero también un científico natural, por eso siempre estuvo abierto a introducir los últimos adelantos y experimentar con nuevas semillas. Era un sabio. Decía que la zona de San Luis y de San Juan, en Vuelta Abajo, era la de mejor tierra del mundo para el tabaco, y por ello las hojas allí cultivadas sabían diferente y eran inigualables.

Como a Compay Segundo, la fama le llegó tarde, pero supo disfrutarla. En los últimos años de su vida viajó por medio mundo como embajador del habano, y bebió con artistas y princesas. Contaba que una vez, estando con el rey Juan Carlos, el cantante británico Sting se acercó a su mesa a pedirle un autógrafo, y también en su casa había recortes de entrevistas que le hizo The New York Times. Pero todo eso le daba risa, lo importante para él era defender sus plantas del moho azul y que sus capas siguieran siendo las mejores. En una ocasión, en Suiza, un periodista burlón le preguntó por qué al tabaco toscano no le picaba el bicho y al cubano sí. Antológica fue su respuesta. "Rápido le contesté: el bicho no come mierda".

Alejandro Robaina, en uno de sus invernaderos en San Luis, cerca de Pinar del Río.
Alejandro Robaina, en uno de sus invernaderos en San Luis, cerca de Pinar del Río.AP

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