Metamorfosis de la lectura
A día de hoy se encuentran pocos sabios por el mundo y, en España, efectivamente, menos, pero si quedan algunos en esta nómina aparece Román Gubern. Sabio no sólo por lo muchísimo que sabe sino, también, por lo bien que sabe propagar y distribuir su saber. Numerosos libros suyos han analizado exhaustivamente las transformaciones en los medios de comunicación pretéritos y contemporáneos, han husmeado en el cine, la televisión o Internet, pero todo ello con una agudeza y generosidad que para sí quisieran los maestros internacionales en estas disciplinas.
Ahora acaba de publicar Metamorfosis de la lectura (Anagrama), que tiene la humildad de presentar como la ampliación de una conferencia pronunciada en México el año pasado. ¿Una conferencia? No pocas de las que se dictan hoy a media tarde dejan a la concurrencia con la sensación -tan temida por Ortega- de que habría empleado mejor el tiempo en otra cosa. Con la Metamorfosis, sin embargo, no es fácil señalar otra actividad, exceptuando la concupiscencia, comparable a la cómoda lectura de sus 120 páginas.
Los libros dejan dos clases de regusto: vivir una peripecia excepcional y recibir una impensada porción de lucidez
Los libros dejan, en el mejor de los casos, dos clases de regusto en la experiencia. Uno, el de haber vivido una peripecia excepcional, y, dos, el de haber sido inyectado con una impensada porción de lucidez.
Puesto que lo de Gubern no es una novela parecería que el primer obsequio se halla excluido de la oferta, pero tampoco, aunque parezca extraño, se pierde el lector esta ocasión emocional. Se obtiene, de hecho, tantas noticias curiosas extraídas en vivo de los entresijos de la historia que la sensación de sorber el tuétano del asunto convierte a la Metamorfosis en un asunto del paladar.
Pero encima, encima del paladar, en dirección al cerebro, se recrea (leyendo y leyendo) la intrigante historia de la lectura, desde la época en que muy pocos sabían descifrar los garabatos hasta el día en que la novela llegó a convertirse en un típico producto industrial.
Si el libro ("una tecnología del intelecto") fue condenado al nacer porque de un lado destruía la memoria y, de otro, encarcelaba a cada lector en su individualidad, con el tiempo ha venido a generarse un fenómeno inverso. Porque así como la pintura actual se recrea en la soledad de cada mirada personal, el best seller extiende su forma y argumento a una millonaria colectividad internacional.
Por añadidura, lo bueno de Román Gubern es que mientras tiene medio cuerpo ahincado en la cultura del libro, eleva su otro medio cuerpo por encima de la cintura para otear, destazar, defender o denostar los soportes y efectos de la nueva comunicación digital, la interfaz, la interacción y el "pantallismo" en general.
Estas líneas, en fin, no pretenden ser la recensión de un libro. Aspiran, sin embargo, a copiar el ejemplo de su autor y dar noticia de la muy interesante y copiosa información que se recoge en Metamorfosis de la lectura. Si los demás autores de libros aprovecháramos el papel con tanta eficiencia y productividad como hace Gubern no haría falta talar ni la mitad de los árboles, ni, acaso, haber ingresado tan pronto en este merequeté del libro electrónico y su palimpsesto de ficciones, acción e interacción. En resumen, con la redacción de estas líneas cumplo con mi conciencia periodística: quien quiera conocer hoy román paladino que lea a Román Gubern.
Babelia
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