El valor como símbolo
Morante de la Puebla tiene un misterio y ayer volvió a desvelarlo ante Sevilla: el misterio de un valor incuestionable, profundo cimiento de su embrujo artístico. No es posible ser figura del toreo si no existe un desprecio racional por la vida. El toro exige un corazón de león, una enorme válvula que bombea fortaleza, arrojo y pundonor. Y ayer, como sin venir a cuento, Morante hizo así y aguantó lo inimaginable a un sobrero de Javier Molina, que derrochó aspereza y genio, y al que el torero hizo frente de verdad, le plantó cara con gallardía y le ganó la pelea. Es el misterio de los toreros grandes; quién sabe lo que pasaría ayer por la cabeza de Morante para cambiar un abaniqueo por la cara decoroso y comprensible por jugarse la femoral ante una embestida incierta y deslucida. Lo cierto es que expuso el tipo para diseñar una labor emocionante por su dificultad, que la salpicó de muletazos largos y enjundiosos, sobre todo por el lado derecho, materialmente robados a un toro que no permitía excesivas confianzas. Y el público, acostumbrado a la supuesta fragilidad del artista, se sorprendió, se frotó los ojos y se emocionó con el aguante del torero sevillano.
JANDILLA / APARICIO, MORANTE, CAYETANO
Toros de Jandilla, -segundo y quinto, devueltos-, correctos de presentación, nobles y sosos; el quinto, de Javier Molina, áspero y dificultoso. Julio Aparicio: pinchazo y estocada (silencio); estocada (silencio).
Morante de la Puebla: casi entera trasera (silencio); -aviso- pinchazo y descabello (gran ovación).
Cayetano: estocada en lo alto (ovación); estocada (ovación).
Plaza de La Maestranza. 19 de abril. 12ª corrida de abono. Lleno.
Así son estos elegidos. Si mata a la primera, le conceden la oreja que el presidente denegó por falta de quórum en los tendidos. Pero ahí quedó para siempre la imagen y el sentido de la vergüenza torera y del valor como estructura básica y suprema del arte del toreo.
Ese mismo torero valeroso se sintió incómodo ante su primero, noblote y soso, con el que sólo se entendió en unas airosas verónicas iniciales. Otra vez, el misterio.
Y dale con el valor. Decía un vecino que Julio Aparicio tiene valor. El problema, añadía, es que sólo le dura treinta segundos. Acertado comentario. Aparicio, que ya no luce la estilizada figura de hace unos años, mantiene su porte agitanado -melena rizada al viento-, y ese porte innato que le permite ser un torero esperado por los admiradores de un pellizco que surge de higos a brevas.
Destáquese el ánimo con el que Aparicio salió en Sevilla. Un quite a su primero de dos verónicas vistosas, una larga y un desplante torerísimo dio paso a otras dos verónicas sublimes de Morante. Se lució Angel Otero con las banderillas, el torero tomó aire, y cogió la muleta con aire heroico. Tanto, que se fue al centro del ruedo y brindó a la concurrencia. Muy valeroso, se dobló por bajo con suprema elegancia, y La Maestranza crujió cuando remató con un largo pase de pecho.
Pero... habían transcurrido treinta segundos... Y, como por arte de magia, Aparicio seguía siendo el mismo hombre, pero ya era otro torero. Cambió la elegancia por la precaución, dio medios pases, arqueó el cuerpo para ampliar la distancia entre él y el toro, no se quedó quieto, no mandó y todo el misterio se diluyó. ¿Por qué? Porque la válvula de Aparicio no aguanta la presión del toro.
Volvió a lucirse con el capote a la salida del cuarto, y las verónicas brotaron con galanura y suprema originalidad. El torito que lucía unos pitones supuestamente afeitados y no tenía fuerza para mantenerse en pie no le ofreció oportunidad alguna. Todo quedó muy aburrido y soso.
Cayetano no quiso ser menos y también le echó valor a la tarde, aunque su lote no le permitió florituras de artista. Su primero dio una vuelta de campana a la salida de un capotazo inicial y quedó lisiado para el resto de su vida que, aunque corta, tenía su importancia. Total que sólo pasó -ya es importante-, que Cayetano cobró un estoconazo en todo lo alto, verdaderamente espectacular. Lo intentó de veras ante el sexto, al que aguantó los pitones en la misma taleguilla, pero no pudo remontar su propia frialdad y la falta de casta de su oponente.
Babelia
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