El sabor amargo de la derrota
Manuel Jesús, El Cid, supo ayer a qué sabe la derrota en la plaza de la Maestranza. Y, a tenor de su semblante, debe ser un sabor muy amargo. Sonaron pitos mientras se retiraba al burladero tras la muerte del cuarto y el arrastre del toro fue acompañado por una ovación. ¡Malas puñalás te da la vida...! El torero poderoso, el grande, la mejor mano izquierda del toreo, cabizbajo y parapetado entre las tablas del desaire de un público que hace nada comía de su mano.
No vive su mejor momento el gran maestro de Salteras. Se le ve inseguro, con pocas ideas y menos recursos, sin mando ni solvencia. Y, lo que es peor: a merced de las circunstancias. Y éstas no le fueron ayer favorables. Su lote no fue propicio; ni su primero, un manso de mala condición, ni el cuarto, un animal de embestida incierta y con genio. Pero Manuel Jesús no fue el torero vigoroso de otros tiempos. Se le notó muy contrariado mientras perseguía a su manso primero, y lo muleteó nervioso, movido, destemplado y muy acelerado. Se libró de la voltereta de purito milagro porque el animal esperaba cualquier error para coger a su presa, pero el resultado final fue decepcionante. Con muchas prisas se enfrentó al deslucido cuarto, y lo toreó sin gusto ni relajación desde una preocupante inseguridad. Para remate clavó la espada en los costillares antes de cobrar una estocada, y en la plaza quedó la sensación de que a este Cid algo le ocurre, algo lo tiene fuera de sí. Porque estuvo sin estar, quiso y no pudo, y, además, no sabe estar mal.
El Pilar / El Cid, Castella, Manzanares
El Pilar / El Cid, Castella, Manzanares
Toros de El Pilar, bien presentados, mansos y sosos; deslucidos primero, segundo y cuarto; muy nobles tercero, quinto y sexto.
El Cid: estocada que asoma y descabello (silencio); metisaca en los costillares y estocada (pitos).
Sebastián Castella: casi entera y un descabello (silencio); estocada (oreja).
José M. Manzanares: pinchazo -aviso- media y estocada trasera (ovación); pinchazo y estocada (oreja).
Plaza de la Maestranza. Domingo, 18 de abril. Undécima corrida de abono. Lleno.
A El Cid se le ve inseguro, con pocas ideas y menos recursos, sin mando
Lo que está mal es este público feriado de Sevilla, que lo aplaude todo
Quizá, uno de los problemas resida en que se ha perdido el concepto de la lidia. Toda la tauromaquia moderna se reduce al derechazo y el natural, y cuando el toro no los acepta todo se descompone y se torna en insoportable aburrimiento. Le ocurrió a El Cid en su lote, y a Sebastián Castella ante su soso primero, con lo que se mostró de una pesadez insufrible. ¡Qué pocos recursos! ¡Qué ausencia de creatividad!
Pero la corrida dio más de sí. Se concedió, por ejemplo, la oreja más barata de los últimos años, y el depositario fue el citado Castella. El quinto llegó a la muleta alegre y confiado (Curro Molina le había clavado dos pares de banderillas sensacionales), y el torero hizo una labor de más a muchísimo menos, de la emoción de dos pases cambiados por la espada al sopor de dos circulares insulsos. Quede en su haber unas vistosas verónicas y un airoso quite por chicuelinas.
Y volvió a torear con la prestancia que le es propia José María Manzanares, torero elegante, transfigurado siempre en esta plaza. Acompaña su personal embrujo con la cintura y esconde sus irregularidades con sus finas maneras. Su soso y noble primero sólo le permitió una labor irregular, salpicada por varios muletazos hondos y, sobre todo, por un par de cambios de manos, que es lo que vuelve locos a los espectadores modernos. Mucho mejor estuvo con el muy noble sexto, un buenazo que le permitió el toreo de salón. Faltó la emoción del toro, pero hubo toreo del bueno, intermitente, eso sí, sólo con la mano derecha, también; pero bueno. También triunfó su cuadrilla: Curro Javier, en el tercero, y Juan José Trujillo, en el sexto, saludaron tras las banderillas.
Y lo que está mal de verdad, de auténtica pena, es este público feriado de Sevilla, que lo aplaude todo, que pide las orejas sin ton ni son, que ovaciona a los picadores por no picar, y que está contagiado de una perniciosa modernidad que ni sabe ni entiende.
Quede el recuerdo final para Manuel Jesús El Cid: en estos momentos bajos, queda la espera por el gran torero que ojalá resucite pronto para bien de esta alicaída fiesta. El Cid tiene la moneda y puede y debe cambiarla.
Babelia
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