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Columna
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La cenizas del volcán

Lluís Bassets

Islandia, 313.000 habitantes, algo más de 100.000 kilómetros cuadrados, plenamente independiente desde 1944, situada más cerca del continente euroasiático que de Norteamérica, ha sido siempre muy suya. Pero por dos veces, y con motivos tan dispares y sin relación alguna como el funcionamiento de sus bancos y el régimen de sus volcanes, los europeos hemos podido comprobar que pertenecemos al mismo club que los islandeses. Durante un largo tiempo a estos no les ha interesado nuestra moneda ni nuestras instituciones políticas, conformándose, que no es poco, con la pertenencia a la OTAN y al espacio económico europeo. Pero de pronto, la quiebra de sus bancos y la erupción de uno de sus volcanes nos han hecho sentirnos a unos y otros, islandeses y europeos, parte de un conjunto común. Los activos tóxicos y las cenizas volcánicas han unificado súbitamente sensaciones y sentimientos, han disuelto fronteras y obligado a concertar políticas financieras y de transportes.

La quiebra de los bancos y la erupción del volcán integran a islandeses y europeos en una globalidad compartida

Todos los países europeos son muy suyos, aunque las islas se llevan la palma. Solemos mirarlas con suspicacias -y más a las británicas, porque están más cerca, que a la remota Islandia-, sin darnos cuenta de que con mayor frecuencia de la deseada hasta el más continental de los socios europeos alberga un corazón euroescéptico y quiere sentirse y actuar como una isla. Las oportunidades para observar cómo el continente europeo se convierte en un archipiélago de naciones ensimismadas se repiten una y otra vez en el momento en el que el planeta entero experimenta uno de los mayores desplazamiento de sus plazas tectónicas geopolíticas de la historia. Coleccionamos una detrás de otra las pruebas de esta fragmentación terminal que está liquidando a Europa después de 500 años de hegemonía: dejamos de existir en la Cumbre del Clima en Copenhague; hemos arrastrado los pies para acudir en auxilio de Grecia, que quiere decir en auxilio del euro; ni se nos notó en la Cumbre sobre la Seguridad Nuclear de Washington. En las mismas horas surgen como continentes emergentes los BRIC -Brasil, Rusia, India y China- reunidos en Brasilia por segunda vez en una cumbre de jefes de Estado, en la que se nos ofrecen como espejo para nuestra molicie. Nos están superando con sus economías y nos van a superar con su voluntad de poder y su nuevo protagonismo político planetario.

Pero los europeos no nos inmutamos. Para qué dedicarnos a resolver nuestros problemas reales cuando tenemos tantas oportunidades para encontrar problemas donde no los hay que ocupen el tiempo muerto de nuestros políticos y periodistas y sirvan para hipnotizar a nuestros ciudadanos. Así se compone la psicología de una decadencia. No hay que ir muy lejos para verificarlo. Cabe pensar incluso que en ningún otro sitio como en nuestro país se verifica mejor esta hipótesis. Las tres causas contra Garzón por prevaricador y el proceso contra el Estatuto catalán por inconstitucional son los últimos avatares de esta cucaña. Aunque idéntica artificialidad podría aplicarse también en buena medida a las iniciativas del magistrado de la Audiencia Nacional sobre la Guerra Civil y a la accidentada reforma del Estatuto de Cataluña. No hay que olvidar que lo que empieza como una frívola confrontación de empecinamientos suele terminar en peligrosas embestidas.

Si atendiéramos a la letra de la tonada que canta la derecha española, en ambos casos se diría que estamos de nuevo en puertas de lo de siempre, lo nuestro, la cosa fratricida, la historia de España que siempre termina mal. Pero por suerte estamos bajo el volcán islandés y en la globalización europea, por más que desde la mirada exterior sean difíciles de entender nuestras inciviles batallas judiciales. (Quienes lo entienden todo muy bien, por cierto, son nuestros viejos amigos neocon, obsesionados con la eventualidad de que algún día una jurisdicción penal universal pueda atender las denuncias y perseguir los crímenes de guerra, genocidios y delitos contra las personas que no son atendidos por la justicia de los países donde se han cometido. El escarmiento contra Garzón, no por prevaricador en España, por supuesto, sino por perseguidor de Pinochet, deberá servir de ejemplo a jueces y gobiernos a partir de ahora).

Pero estas son derivaciones cosmopolitas que no interesan a los isleños empecinados. Aquí estamos en la pelea, por más que las cenizas del Eyjafjalla nos bajen a unos y a otros de nuestras respectivas abstracciones para confrontarnos con las dificultades tangibles de un desempleo del 20% y de los recortes en las inversiones públicas y en las políticas sociales.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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