La sirvienta del artista
La dedicatoria final a dos mujeres que aparecen en sendas fotografías sobreimpresas en la pantalla vestidas de sirvientas no deja lugar a dudas: La nana, segundo largometraje del chileno Sebastián Silva, es un homenaje a las personas que criaron al autor. A veces, la clase social decide: unos quedan marcados por sus padres y así lo demuestran en su cine. Y otros, como el español Guillermo Fesser en Cándida o el mexicano Enrique Rivero en Parque vía, le devuelven su amor a las nanas. Eso sí, a diferencia de Fesser y Rivero, Silva ha optado por dar el papel a una actriz profesional, la excelente Catalina Saavedra, en lugar de perpetuar la identificación colocando a la persona real como personaje protagonista. El resultado es un muy interesante drama social que apunta, sin llegar del todo, a mantener un diálogo sobre lo que puede significar la lucha de clases en los tiempos contemporáneos, con un extraño pero demoledor toque de thriller familiar en la narración, aunque no en la puesta en escena, y un empuje realista que desarma por su convicción, por su capacidad para plasmar situaciones, ruidos, respiraciones, discusiones y, sobre todo, los importantísimos silencios.
LA NANA
Dirección: Sebastián Silva.
Intérpretes: Catalina Saavedra, Claudia Celedón, Delfina Guzmán, Alejandro Goic.
Género: drama. Chile, 2009.
Duración: 110 minutos.
Una historia sobre la pérdida de la identidad, o más bien sobre su ausencia
Como en la soberbia El custodio, desde la primera secuencia el director enfila su cámara, y su punto de vista, hacia el personaje que habitualmente sólo pasa por ahí, en este caso la criada. Por un lado, el retrato de la familia de clase alta, de sus costumbres, de su lenguaje, de su moral y de sus reacciones ante la problemática laboral, expuesto casi de soslayo, es notable (aunque quizá se le pueda echar en cara a Silva haber caído en cierta condescendencia en el tratamiento de los personajes de los padres).
Por otro, los giros de guión resultan sorprendentes, sobre todo al llevar al relato hacia un territorio nada habitual en este tipo de dramas sociales de tempo parsimonioso y cotidianidad pormenorizada: la película se convierte en una especie de intriga psicológica sobre la conquista del poder en el hogar ("La mano que mece la cuna es la mano que domina el mundo", advertía el eslogan de un thriller de los noventa), incluso con ecos de El sirviente, de Joseph Losey. La lástima es que esos giros no acaben de dibujarse, en sus consecuencias, con la debida certeza.
Historia sobre la pérdida de la identidad, o más bien sobre la ausencia de ella, sobre la soledad, el miedo y la alienación social, La nana acusa cierta falta de concreción en su tercio final, lo que lleva a la duda razonable de si estamos ante una obra de múltiples lecturas que va de sutil en el despliegue de su ideario, o ante una nadería disfrazada de complejo ejercicio de ética del hogar.
Babelia
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