Horteras
El Albondiguilla no sabía vestir y prefería los cobros en metálico y no en especie. Todo un problema para Correa y los suyos, que primaban la estética sobre la ética y querían ser ladrones de guante blanco y dinero negro. El Albondiguilla desentonaba en la deslumbrante cofradía de impecables corruptos, ni sus trajes ni sus corbatas brillaban como los de los demás y su "posicionamiento de imagen", como dirían los responsables de Orange Market, no estaba a la altura de las circunstancias. El desfile de Paco Correa por la lonja de El Escorial el día de la boda irreal de la hija de Aznar marcaba el paradigma de la elegancia gurteliana, ni una arruga, ni un pliegue fuera de lugar, tejidos reflectantes y ortopédicas corbatas de raso y de riguroso estreno en las grandes ocasiones. A los figurines de la trama se les veía venir desde kilómetros de distancia; el ardiente Febo demoraba en ellos sus rayos más flamígeros para que lucieran en los lujosos escenarios diseñados por los decoradores de la casa, expertos en pufos, según sus ostentosas facturas, que incluían en la decoración de la mesa de un banquete epígrafes como: "Conceptualización de ideas de estrategia". A los rutilantes ternos de los gurtelizados sólo les faltaban las etiquetas con el precio, se las habían quitado porque eran de regalo y dejarlas podía considerarse un detalle de mal gusto. La elegancia del árbitro Correa era decididamente ostentórea, como decía Jesús Gil, insigne precursor de redes corruptas. Ostentosa y chillona, de un exhibicionismo grosero y prepotente. Una elegancia que es pura imitación y apariencia y desconoce que la ostentación es enemiga de la elegancia y la desmiente.
El Albondiguilla desentonaba en la deslumbrante cofradía de impecables corruptos
Cuentan que muchos gentlemen británicos daban a estrenar sus ropas, y mayormente sus botas, a sus mayordomos para que las desgastasen antes de lucirlas ellos. A lo mejor El Albondiguilla no era más hortera que los otros. El hortera, personaje del imposible folclore madrileño, era un dependiente de comercio, preferentemente de tejidos y confecciones, que se emperifollaba los domingos para dárselas de señorito y atrapar modistillas al vuelo. El exceso de celo del hortera en su atildamiento personal le delataba, como delata ahora a los refulgentes horteras de Correa. La información tal vez ha llegado a la mente no excesivamente privilegiada de Francisco Camps, al que su ex amigo Zaplana, cuando era su jefe, llamaba cariñosamente Forrest Camps. La fotografía del presidente valenciano, primer maniquí de Cortegürtel, publicada ayer por este periódico le exhibe descorbatado y con una vieja, tal vez envejecida, chaqueta de pana (muy parecida por cierto a una que cuelgo yo en mi exiguo guardarropa). El fotógrafo, Carles Francesc, le ha retratado además dando la espalda a un escaparate de moda masculina donde un maniquí descabezado aparece embutido en una chaqueta entallada y de un solo botón. Camps mira para otro lado, para evitar la tentación o para evadirse del horror. En la misma página hablan de otro dandi de la Comunidad Valenciana, Carlos Fabra, y dan cuenta de una deslumbrante factura de Orange Market: 150.000 euros por la "decoración" de un banquete. Además de los conceptos ya citados de posicionamiento y estrategia, los imaginativos maestros contables incluían una pasta por "La proyección de la imagen deseada y valor mediático".
Al Albondiguilla no le tentaban los trajes de Forever Young, que ofrecían la juventud eterna, ni los de Milano, que garantizaban una elegancia de corte berlusconiano, postiza y ostentórea como Il Cavaliere. Ni siquiera tenía un entrenador personal para exhibir, como el jefe Aznar, unos abdominales de lujo. Por eso, El Albondiguilla y ex alcalde de Boadilla, Arturo González Panero, se lo llevó crudo: 642.942 euros de vellón que se embolsó en los deformados bolsillos de sus chaquetas. Por lo demás, Correa compró barato en la olla podrida de la Comunidad de Madrid. A Guillermo Ortega, ex alcalde de Majadahonda, se le contentaba con relojes de lujo. Media docena de pelucos para su nutrido fondo de armario y viajes para toda la familia con los gastos pagados y a pensión completa. A Benjamín Martín Vasco le pagó las sillas, la moqueta y las luces del banquete de bodas como un buen padrino y la luna de miel de los novios en la Polinesia. Ginés López, ex alcalde de Arganda, incluyó en la minuta, entre otros viajes, una excursión a Disneylandia. Jesús Sepúlveda, ex de Pozuelo de Alarcón, tenía gustos más caros, coches de lujo y sobres con dinero fresco. Baratijas a cambio de terrenos urbanizables o eventos familiares, políticos o deportivos, bisutería para sobornar a los caciques locales, una vieja práctica, similar a la que usaban los conquistadores españoles para expoliar a los indígenas de América.
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