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TORMENTAS PERFECTAS | OPINIÓN
Columna
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¿Teléfono rojo? Ya no volamos hacia Moscú

Lluís Bassets

Obama ha puesto la directa. Algo ha cambiado desde la aprobación de la reforma del sistema de salud. Hasta ahora, todo eran palabras y propósitos, aperturas de ajedrez en partidas sin rumbo. Desde el 21 de marzo, cuando consiguió trabajosamente y por siete votos que se aprobara su reforma, está engarzando una detrás de otra las decisiones y las jugadas.

La primera fue con Netanyahu en la Casa Blanca, donde demostró al arrogante primer ministro israelí quién manda en Washington: la actuación del lobby pro israelí y su influencia en el Congreso habían conducido a muchos políticos israelíes, casi todos, a creer que eran ellos quienes dictaban la política norteamericana sobre Oriente Medio. La segunda ha sido con Dimitri Medvedev, el presidente ruso, con quien Obama ha acordado ya los términos de una reducción histórica de armas nucleares como no se había realizado ninguna desde el final de la Guerra Fría. La tercera, esta semana, autorizando prospecciones petrolíferas en las costas norteamericanas, una medida a medio camino entre el ecologismo radical y los viciosos del petróleo que prefieren terminar con toda la naturaleza salvaje, con tal de llenar a buen precio sus cuatro por cuatro.

De las tres jugadas la de mayor profundidad política e histórica es la renovación del segundo tratado de reducción de armas estratégicas (Start II), cuya vigencia concluyó a finales del pasado año. Además de situar los arsenales en el nivel más bajo desde que existe este tipo de armas, el acuerdo constituye toda una lección sobre el destino de las bombas nucleares.

Sin reducción, Obama no puede encarar la renovación del Tratado de No Proliferación que corresponde a este año. EE UU ha exigido siempre a los otros que no adquieran el arma nuclear pero no ha predicado con el ejemplo, reduciendo su arsenal tal como se había comprometido. Tampoco puede abordar el rompecabezas iraní, país que reivindica el acceso a este tipo de amenazante energía en la condición de potencia regional alcanzada gracias a los errores estratégicos de EE UU y sus aliados.

Es también un nuevo comienzo de Washington con Moscú. Habrá menos ojivas apuntándose mutuamente. Aquel viejo teléfono rojo de la guerra fría está ya en el trastero y apenas quedan sabios locos que quieran volar hacia Moscú subidos a un misil. Al contrario, son legión los ex secretarios de Estado y consejeros de seguridad, encabezados por Kissinger, que apoyan a Obama en su gesto de desarme.

Necesitará dos tercios del Senado, es decir, un buen puñado de votos republicanos, para que el acuerdo con Medvedev se apruebe en Washington. Pero si gana la partida, habrá torcido de nuevo el brazo del extremismo republicano y de aquel siniestro doctor Strangelove de Stanley Kubrick que encarnaba Peter Sellers.

Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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