Son estudiantes, no 'hooligans'
Si 5.000 universitarios han recorrido Europa en autobús atraídos por el reclamo de participar en Salou, Tarragona, en torneos de ingesta subacuática de sangría y con la esperanza de encuentros sexuales en ascensores de hoteles es legítimo (y más en tiempos de crisis) que los operadores turísticos británicos y los hosteleros del lugar quieran sacarles hasta la última libra.
Lo ideal sería que esta universiada etílica se celebrara en recintos acotados, sin más contacto con el exterior que el aire que respiran o el agua del mar. Parte de los problemas vienen de que el evento utiliza calles y playas públicas y que los atletas se encuentran protegidos de sus intoxicaciones etílicas por la sanidad pública. Si una parte, aunque sea pequeña, del negocio (y los desvaríos) de unos pocos se hace a costa de todos, algunos pueden preguntarse si las estrecheces de sus hogares no estarán sirviendo para pagar las juergas ajenas.
Pero las olas causadas por la llegada del Saloufest a aguas del Mediterráneo van más allá. A nivel local, vecinos y otros visitantes (jubilados y parejas con niños) se enfadan por verse forzados a jugar en otras competiciones poco convencionales, como caminar esquivando vómitos o dormir entre cánticos. A nivel regional, el alcalde de Lloret -que también tiene su Lloretfest, versión light del de Salou- lleva días indignado porque la Costa Brava se llene con los ecos de la vecina Costa Dorada.
Y, por último, España entera es confundida por los universitarios británicos con el México al que acuden los jóvenes de Estados Unidos a hacer lo que no les está permitido en su país. El tour operator que organiza el Saloufest vende otros eventos en Reino Unido, Holanda o Italia. Cada país aporta su valor añadido. Unos, paisajes. Otros, buenas instalaciones deportivas. El que aportamos los españoles es la ingesta subacuática de sangría y el sexo en los ascensores.
Llevamos tantos años oyendo que hay que cambiar el turismo de sol y playa por uno de calidad que es duro toparse de bruces con la peor versión del primero, el turismo de borrachera. Perdón, hay otra aún peor: la del hooliganismo que, además de beber, destroza cuanto encuentra a su paso. Quizá la salida al bochorno sea la de mirar el vaso medio lleno, como hizo el Ayuntamiento de Salou al proclamar: "No son hooligans, son universitarios".
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