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La victoria que se transformó en derrota

La pérdida de Lacio y Piamonte abre en la izquierda una crisis interna

"Lo de Lacio fue como tirar al poste en el minuto 90. Y lo de Piamonte como perder en el 95". Pierluigi Bersani tiró ayer de símiles futbolísticos para trazar su balance de las regionales y explicar la cara de perdedor que se le quedó el lunes por la noche. Tras soñar durante todo el día con un 9 a 4 que habría frenado a la Liga y ampliado la sensación de castigo a Berlusconi, el líder del Partido Demócrata se tuvo que resignar con ganar, perdiendo a la vez, por un raquítico 7 a 6.

Bersani contó y recontó el puñado de votos que inclinó la balanza a la derecha. "En Lacio hemos perdido por 77.000 votos sobre un total de 2,7 millones. En Piamonte la diferencia ha sido todavía menor, de 10.000 votos". Y con su proverbial calma, añadió muy serio: "No canto victoria, pero tampoco hablo de derrota".

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No le faltaba razón: esas dos regiones hacían toda la diferencia. Se sabía desde antes de la votación. Pero perder las dos de esa forma, simultánea, cruel y a medianoche, desmoraliza a cualquiera, transforma un sueño en pesadilla.

En Lacio, la radical Emma Bonino partía con dos losas: el escándalo sexual del gobernador dimisionario del PD, Piero Marrazzo, y la neta toma de postura de los obispos contra su laicismo. Pero con una ventaja que parecía clave, la ausencia en la provincia de Roma de las famosas listas del PDL presentadas fuera de plazo. La enorme abstención en la capital, cercana al 40%, acabó decidiendo. Y para colmo, el cuerpo a cuerpo entre Bonino y la candidata de las filas de Berlusconi, Renata Polverini, se dilucidó en la provincia costera de Latina, construida por Benito Mussolini.

En Piamonte, analizó Bersani, la culpa fue de un outsider: el actor genovés Beppe Grillo, martillo pilón de la antipolítica, arrebató los votos cruciales al PD. Grillo obtuvo en cinco regiones 500.000 sufragios con su agitador Movimiento Cinco Estrellas. Ayer el actor dijo: "No es culpa nuestra. No somos de derechas ni de izquierdas. Bersani debe dimitir".

Así, la victoria que se convirtió en derrota abrió en la izquierda que dejó de ser de izquierdas hace tiempo el tradicional ruido interno. Si un arte domina el centro-izquierda italiano es el de autolesionarse. Las corrientes minoritarias, que habían guardado expectante silencio, salieron a la luz. Ignazio Marino habló por todos: "Haga autocrítica y admita que hemos perdido. En el partido prevalece la alquimia estratégica de un grupo dirigente que trabaja sin escuchar al país".

El líder del Partido Demócrata ni se inmutó: "Veo señales de un cambio de tendencia. Hemos tenido importantes éxitos. Entre centro-derecha y centro-izquierda hay hoy sólo tres puntos de diferencia, la mitad que hace un año. El PD es el único, con la Liga, que logra un refuerzo respecto a las europeas. Ellos mejoran un punto, nosotros un 0,8% y Berlusconi pierde 4. Y parece que han ganado ellos". Todo verdad. Pero el sábado su partido gobernaba a 34 millones de personas, y hoy gobierna a la mitad. El PD anunció un "viento francés" y cuando se despertó estaba en Berluscolandia. Un país donde la esperanza de un futuro distinto vive fuera del PD y se llama Nichi Vendola.

Ayer, el líder de Izquierda, Ecología y Libertad, un poeta comunista, católico y homosexual, ganó sin despeinarse su segundo mandato para gobernar Apulia, la región donde Giampaolo Tarantini reclutaba chicas para su amigo Berlusconi.

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