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Reportaje:La Noche de los Teatros

La capital descorre el telón

Madrid se convirtió ayer en un enorme escenario para celebrar el Día Mundial del Teatro - En toda la Comunidad se representaron 170 actuaciones

Pablo de Llano Neira

Un hombre camina por la calle de Fuencarral. Viste de negro, lleva un tambor. "Oiga, disculpe, ¿usted qué va a hacer?", le preguntan. "¿Yo? Yo he venido aquí a hacer el ridículo", responde, como si fuera una obviedad.

Ayer no cabían el rubor ni la introspección; tocaba expresarse, exponerse al público en tributo al Día Mundial del Teatro. Madrid descorrió el telón a las cinco de la tarde en la calle de Fuencarral, con una retahíla de funciones de grupos modestos (teatrales y musicales) que hicieron el primer bingo del día: dejar a un montón de niños con ese gesto de estupefacción mental que sólo ellos logran componer. Toda la tarde, en este y otros puntos de la ciudad, se representaron multitud de obras abiertas al público.

Y al caer el sol, la cuarta edición de la Noche de los Teatros. Abrieron todas las taquillas, con descuentos menores, para ver obras mayores: Madre Coraje y sus hijos, de Bertolt Brecht; Calígula, de Albert Camus; La douleur, de Marguerite Duras, y decenas de funciones más. En la capital y en otros lugares de la región hubo 170 actividades coordinadas por la Consejería de Cultura de la Comunidad.

El primer acto de la jornada, en Madrid, lo protagonizaron al atardecer, en calles y centros culturales, sin cobrar al público, piratas castizos, peluqueras estrambóticas, artistas invidentes y señores con tambor y un deber nobilísimo: hacer el ridículo. Todo por esparcir la semilla del teatro antes de que subiese el telón de los grandes nombres.

- Acto 1. Preludio barroco. Ante la estatua de Francisco de Quevedo, donde la calle de Fuencarral se cruza con la glorieta dedicada al célebre escritor, arrancó la fiesta con los acordes de Brassa Band, una mezcla de jazz y charanga. Tap, tap, tap. Los pies de la gente empezaron a dar golpecitos al suelo discretamente. Luego cesó la música y un actor veterano, Manuel Gallardo, leyó una glosa al teatro: "La representación puede ocurrir en una aldea de África, en una montaña de Armenia o en una diminuta isla del Pacífico. Sólo se necesita espacio y audiencia".

- Acto 2. El sombrero de Diógenes. Acabado el preludio, entró en escena la actriz Veronique des Chapeaux. Vestida manga por hombro, con un carrito de la compra lleno de basura y música de Abba, eligió incautos entre el público y les colocó un sombrero lleno de deshechos. Una víctima, Olga, de 55 años y vecina de Chamberí, salió de la función con un extraño tocado de cuerdas, recipientes de huevos y bolsas de fruta en la cabeza, acompañada de su nieto y con la misma dignidad que hubiese mostrado la reina Isabel de Inglaterra después de meter su testa en un cubo de la basura. "No sé lo que llevo encima", dijo. "Pero como no tengo sentido del ridículo, voy a pasear así con el niño, encantada".

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- Acto 3. Namasté, namasté. El primer corro de niños considerable se formó en torno a la actuación del grupo Humor al Arte, con una representación llamada Kajaestán. Actúan un faquir y una bailarina vestida con prendas vaporosas y un sari rosa. La mujer se mueve con armonía, al ritmo de música popular de Oriente, haciendo tintinear el sinfín de collares y bolas de metal que lleva en las muñecas y en los tobillos. Los niños la miran embobados. Sus padres vigilan a cada retoño a menos de medio metro de distancia, más preocupados por ellos que por disfrutar del espectáculo.

Mirando la función sin demasiado apego, un señor mayor madrileño, Eduardo Menéndez, de 81 años, escarbaba en su memoria para explicar la historia teatral de ese pedazo de acera. "En ese edificio de viviendas estaba el teatro de Fuencarral. Allí vi a Antonio Molina, y eran muy populares las funciones de revista, como las de Celia Gámez, de esas con poca ropa y con vestidos de plumas... Eran un poco picantes, y aun así, Franco las permitía", reflexionaba.

- Acto 4. Los papás y el tesoro del pirata Komodoro. También en la calle Fuencarral, antes del pasacalles de las siete de la tarde, actuó la compañía Producciones Viridiana. Su pieza, Una de piratas, se llevó la palma entre los chiquillos.

"Se estarán preguntando qué hacemos aquí naufragados", preguntaba un bucanero a la audiencia. "Pues estamos buscando un tesoro que hay enterrado en esta calle, el tesoro del pirata Komodoro". Y los actores y los niños se pusieron a trastear por la calle para dar con el botín, con la proa de un barco pirata encallada en el suelo y tres banderas de calaveras como atrezo.

En este caso, los padres seguían pegados a los niños como garrapatas, y los corsarios trataron de dispersarlos unos metros. "Padres, por favor, échense un poco para atrás", suplicó el pirata jefe mientras la compañía y los pequeños maniobraban entre adultos en busca del tesoro.

- Acto 5. Una de picaresca. El colectivo Légolas, de Alcalá de Henares, creó una mini-gincana para enseñar literatura a las decenas de enanos que sacaban partido del Día Mundial del Teatro. Rinconete y Cortadillo, pieza creada en honor a la novela de Miguel de Cervantes, consistió en un circuito de tres pruebas, en el que había que reptar por el suelo, forzar un cofre con joyas y pasar un ejercicio de puntería para obtener un diploma oficial de pícaros. "La intención es que les quede un poso y que en el futuro, cuando ya esté en condiciones de leer, se acuerden de Rinconete y Cortadillo", explicó Manuel Castaño, de Légolas. Antes de empezar les dieron a los niños unas nociones de lo que era un pícaro. Como los pequeños entienden lo que entienden, Aitana, de siete años, daba esta definición del concepto: "Un pícaro son dos niños que hacen travesuras".

- Acto 6. Ensayo de la ceguera. Mientras en la calle de Fuencarral se disfrutaba el teatro infantil, en CaixaForum había lenguaje, gestos, sonidos más elaborados. La compañía Contando Hormigas representó Duermevela, una obra con dos actrices ciegas y dos con deficiencia visual. Un músico tocaba para ellas un violín, muy quedo. Las actrices, vestidas de blanco ibicenco y con narices de payaso, pasaban de coreografías muy sensibles, moviéndose por la tarima de madera con sus cuerpos entrelazados, como si la carne de una sirviese a la otra de perro lazarillo, a diálogos surrealistas y frases lapidarias: "Alcanzar los sueños, a veces, resulta difícil; otras veces, resulta imposible".

- Acto 7. Toneladas de laca. La noche se cernía y las taquillas de los teatros se calentaban, pero aún quedaba arte gratis, "peluquería transformista", más bien, como definía la brasileña Fafá Franco lo que ocurría en este lugar. Ella y una compañera, integrantes del grupo Sienta la Cabeza, hacían peinados peregrinos, con varios estratos de laca, a quien se atreviese a subir a los tocadores que instalaron en un estrado. Alejandra, mexicana de 29 años, fue objeto del experimento: "Yo venía a ver, güey, pero al final fui presa de su inspiración". Su inspiración es una especie de peineta de pelo erguida en una columna de laca, de colores blanco y violeta y con un broche en la frente: la figurita de un marciano con un muelle como tórax.

- Acto final. Se cierra el telón. Acaba el Día Mundial del Teatro, la gente vuelve a sus casas y los artistas... los artistas vuelven a buscarse las habas en los días corrientes, con las estrecheces de siempre y un poco de fe. El actor Manuel Gallardo, pregonero de la jornada en Fuencarral, sintetizó con precisión la realidad de su ramo: "En esta sociedad, la cultura es lo último; y lo último en la cultura, es el teatro. Aún así, seguiremos adelante".

Un grupo de niños asiste a una obra de teatro en la calle de Fuencarral.
Un grupo de niños asiste a una obra de teatro en la calle de Fuencarral.LUIS SEVILLANO

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