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LA COLUMNA
Columna
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Lamentables propósitos

Hemos escuchado en tantísimas ocasiones que algo se mueve en ese mundo -entendiendo por ese mundo a todos aquellos que, en Euskadi, creen legítimo asesinar al adversario político- que será menester palparse la ropa antes de aventurar que, en efecto, algo comienza a moverse en ese mundo. Se mueve, no por su propia iniciativa sino porque, descabezada una y otra vez, ETA es hoy una organización de malhechores cercada por la policía, sin poder ni autoridad para imponer la disciplina a su propia gente y, por tanto, una rémora para la autodenominada izquierda abertzale, que se impacienta por la llegada del día en que pueda volver a la política institucional y mamar de los presupuestos públicos.

Si esto es así, si el cabecilla de la ilegalizada Batasuna puede calificar desde la cárcel a ETA como cosa de chiste, es no sólo porque los años transcurridos desde que el atentado en Barajas puso fin a la ensoñación del mal llamado proceso de paz han sido los más eficaces en la lucha contra ETA, sino porque la izquierda abertzale se ha visto privada de una de las dos patas imprescindibles para avanzar en su estrategia: su presencia en las instituciones vascas. Esta evidente realidad -ETA dividida, sin dirección, y Batasuna fuera de ayuntamientos, diputaciones y Parlamento- se acompaña, además, de una experiencia de gobierno en Euskadi en la que la firmeza, la sensatez y el acierto político de socialistas y populares está obteniendo unos resultados que nadie podía esperar hace no más de tres años.

Así las cosas, con la ilegalizada Batasuna pidiendo árnica y con ETA policial y judicialmente asfixiada, ese consumado especialista en el arte de poner en aprietos a los dirigentes de su propio partido en que se ha convertido Jaime Mayor, ha vuelto a ser fiel a la querencia que lo domina desde que su proyecto de gobernar Euskadi, sostenido en una coalición con los socialistas, fue derrotado en las urnas. Es una obsesión que se manifiesta, hace años, en un perpetuo suspiro por lo que los franceses llaman la politique du pire y que aquí traducimos mientras peor, mejor: anuncios apocalípticos, que han vuelto a aflorar cuando más fácil y hasta obligado resultaba mostrar su apoyo y solidaridad no ya hacia su actual sucesor al frente del Ministerio del Interior, sino hacia el Gobierno de Euskadi, sostenido por su propio partido.

Ah, pero si efectivamente el éxito acompaña esta doble acción de gobierno -que como todas tiene sus nombres propios: Alfredo Pérez Rubalcaba, Patxi López, Antonio Basagoiti-, los malos augurios a los que tan aficionado es Mayor Oreja rodarían por los suelos y eso es más de lo que este ex ministro del Interior puede soportar. Y entonces, hala, a disparatar: que si ETA y el Gobierno son partes de una alianza potencial, que a los dos les interesa debilitar a España, que ambos son compañeros de viaje en un trecho del recorrido que conduce a la destrucción de la nación española. ¿Disparatar? No, no sólo eso: lo que está pidiendo a gritos Mayor Oreja es que cualquier perspectiva de que finalmente ETA desaparezca se cierre a cal y canto. Es duro decirlo, pero las evidencias lo imponen: sin ETA, Mayor Oreja y las gentes que en su partido le escuchan, o aseguran que le escuchan, se quedan sin política.

Esa es la razón por la que ha visto en la secuencia de declaraciones con que los dirigentes de la ilegalizada Batasuna han pretendido revitalizar la difunta propuesta de Anoeta una nueva maquinación de ETA, alentada por el Gobierno, para poner en marcha la segunda parte del malhadado proceso de paz. ETA anunciará una nueva tregua y a cambio el Gobierno le facilitará, por medio de Batasuna, el retorno a los ayuntamientos. Lo cierto es, sin embargo, que ni la declaración de Alsasua, ni la glosa posterior, "Euskal Herria en pie", han sido recibidas más que como deben serlo, como papel mojado mientras ETA no lo ponga a secar anunciando su retirada.

Y aunque sea obligación del Gobierno estar al tanto de todo lo que se cuece en ese mundo, no es precisamente un ansia por hablar de pasos posteriores lo que ha demostrado ante esas declaraciones el ministro del Interior, que ha llegado a saber más de ETA y de su entorno por viejo que por diablo. Y siendo así las cosas, está meridianamente claro por qué los dirigentes del PP no han desautorizado formal, explícitamente, los lamentables propósitos tenidos por su portavoz en el Parlamento europeo: empieza a preocuparles que ETA pueda cerrar su siniestro negocio antes de las próximas elecciones. En fin, una miseria. -

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