El FBI da protección a los demócratas que respaldaron la reforma sanitaria
Los legisladores y sus familias reciben amenazas y algunos sufren actos de violencia
La ola de histeria colectiva desatada por los conservadores contra la reforma sanitaria ha alcanzado tal punto que los demócratas del Congreso han pedido protección al FBI ante la sucesión de actos de violencia y amenazas de muerte. La tensión en torno a esa histórica legislación se ha desplazado definitivamente a la calle, donde ambos partidos creen que está en juego su futuro político por mucho tiempo.
Al menos una decena de miembros de la Cámara de Representantes ha comunicado a sus dirigentes en los últimos días haber recibido amenazas contra ellos y contra sus familias por haber votado a favor de la reforma sanitaria. El líder de la mayoría demócrata, Steny Hoyer, se reunió el miércoles, acompañado de un centenar de miembros de su partido, con responsables del FBI para analizar la situación y estudiar algunas medidas de protección.
La ultraderecha llama a la rebelión contra el ataque al 'modelo americano'
Hoyer informó de que, entre otras precauciones, se ha decidido facilitar protección personal a varios miembros de la Cámara a los que se considera particularmente en riesgo. La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, pidió ayer a sus colegas republicanos atemperar la campaña de descalificaciones y exageraciones emprendida contra la reforma sanitaria para evitar que la tensión actual escale hacia males mayores.
El líder republicano en la Cámara, John Boehner, ha emitido un comunicado en el que llama a la población a mantener la calma y evitar la violencia. "Sé que muchos norteamericanos están indignados por esta ley y sé que los demócratas no escuchan. Pero también tengo que decir que la violencia y las amenazas son inaceptables, que hay que canalizar toda esa irritación por otros canales y hacia un cambio positivo", manifestó Boehner.
Esa llamada a la serenidad llega, probablemente, un poco tarde. La derecha lleva semanas incendiando el país y no va a ser sencillo ahora contener todo el odio predicado. Los conservadores han planteado este debate sobre la reforma sanitaria como un duelo entre la libertad y el totalitarismo, y ante esa opción no es difícil justificar la violencia.
Alguien arrojó el lunes un ladrillo contra los cristales de una sede del Partido Demócrata en Rochester (Nueva York) con una nota que decía: "El extremismo en defensa de la libertad no es condenable". Tres días antes habían sido atacadas las oficinas de la congresista Louise Slaughter, también en el Estado de Nueva York.
No hay que ir demasiado lejos para observar una conexión entre esos ataques y la última alusión a la reforma sanitaria hecha por el comentarista de Fox News Glenn Beck, uno de los líderes del movimiento ultra Tea Party: "Este es el fin de América tal como hoy la conocemos".
Cientos de páginas digitales vinculadas al Tea Party o a milicias de extrema derecha en varios Estados están excitando en estos momentos a la población para rebelarse contra lo que consideran un ataque al corazón del modelo de sociedad norteamericano. La propia Sarah Palin ha pedido en su espacio de Facebook "continuar y recargar".
No es extraño, por tanto, el estado de opinión que se ha creado. Una encuesta publicada el martes revela que el 24% de los republicanos cree que Barack Obama es el anticristo, el 38% considera que está haciendo lo mismo que Hitler, el 45% está convencido de que no es norteamericano, el 57% asegura que es musulmán y el 67% cree que es socialista.
Los demócratas confían en que este extremismo acabará perjudicando a los republicanos en las elecciones legislativas de noviembre, hasta donde es posible que se extienda la pugna sobre la Ley de Sanidad. Obama llevó ayer su causa a Iowa, donde en 2007 presentó por primera vez su proyecto de reforma. El presidente confía en que con actos multitudinarios como el de ayer y la paulatina entrada en vigor de las medidas contenidas en la ley, los electores empezarán a distinguir entre los beneficios obtenidos y la leyenda creada en torno a esta legislación.
Los republicanos no lo van a poner fácil. "La batalla todavía no ha empezado", advirtió ayer el senador de la oposición Jim DeMint, el mismo que predijo que esta reforma sería el Waterloo de Obama. De momento han forzado una maniobra en el Senado que ha obligado a volver a votar en la Cámara el paquete de enmiendas que acompañaba la ley. No es un gran inconveniente pero sí una prueba del duro trayecto que tendrá que recorrer esa reforma.
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