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Columna
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Lecciones francesas

Josep Ramoneda

En junio del año pasado, el presidente Nicolas Sarkozy, dirigiéndose al Congreso, reunido en Versalles, dijo: "Deseo ir lo más lejos posible sobre la tasa carbono. Es un reto inmenso. Un reto ecológico. Un reto por el empleo". En septiembre, Sarkozy fue más lejos: "Lo he firmado y lo haré. Es una cuestión de honestidad. Si no se hace, no se es honesto". Y cinco días después, siguió la escalada verbal: la tasa carbono "es una gran reforma, como la descolonización, la elección del presidente de la República por sufragio universal, la abolición de la pena de muerte y la legislación del aborto". Pues bien, el martes pasado, el primer ministro, François Fillon, anunció que la tasa carbono se retrasaba indefinidamente. En octubre 2007, Sarkozy convocó el llamado encuentro de Grenelle para alcanzar con todos los agentes sociales un gran pacto sobre la sostenibilidad. La tasa carbono fue el acuerdo estrella. Ahora desaparece de la escena.

Zapatero debería aprender de las cuitas de Sarkozy que repitiendo vaguedades no se va a ninguna parte

¿Qué ha pasado desde entonces? Desde la moralización del capitalismo hasta la salvación del planeta pasando por la refundación de la identidad francesa, Nicolas Sarkozy ha seguido prometiendo un acontecimiento histórico cada semana, pero los franceses se han cansado de tanta promesa grandilocuente y tan poco respuesta concreta. Y le han dado un severo aviso electoral. Primera consecuencia: adiós a la tasa carbono. Un ejemplo interesante para que nuestros políticos saquen las lecciones oportunas. En la derrota, Sarkozy se ha acordado de un principio elemental: lo único que garantiza el éxito es hacer el pleno de los tuyos. Cuando empiezan las fugas en el electorado propio, el peligro acecha. Ante los aires de fronda que llegaban de los diputados de la derecha, Sarkozy ha sacrificado una promesa que irritaba a los conservadores.

El segundo paso será el abandono paulatino de las veleidades que le llevaron a aprovechar la vanidad humana para extender su influencia a los territorios de la izquierda. La derecha se sentía despreciada y la izquierda real no se ha sentido seducida como algunos de sus personajes públicos. Estos ganaban cargos y privilegios, la ciudadanía no tenía la sensación de ganar nada. Lección clara por tanto: los éxitos de la derecha se fraguan en la derecha, los éxitos de la izquierda se fraguan en la izquierda. Defraudar al propio electorado es el camino directo a la derrota.

La segunda consideración es que en materia de reformas se tiene que pasar inmediatamente al acto. Las reformas inquietan por que afectan a la rutina, a los hábitos, a las relaciones de poder, a la posición de las personas. La tendencia a la hipérbole en su presentación tiene más efectos inquietantes que eficacia pedagógica. Y como más grande es la distancia entre las palabras y los hechos más tiempo hay para que la inquietud se extienda y el rechazo crezca. Al mismo tiempo, los partidarios de la reforma se desentienden de ella cuando no se ven concreciones por ningún lado. Zapatero, que ha sido un reformador eficaz en materia de derechos civiles, debería aprender de las cuitas de Sarkozy que repitiendo vaguedades como la Ley de Economía Sostenible no se va a ninguna parte.

Tanto el régimen francés como el español son muy presidencialistas. Pero la V República se basaba en la continuidad de la función presidencial y la provisionalidad del cargo de primer ministro. Sarkozy en vez de tomar distancia y dejar que el Gobierno se queme, quiso ser a la vez presidente y primer ministro. Resultado: el discreto primer ministro le supera ampliamente en reconocimiento. Zapatero tiene poco margen para la distancia, porque el puesto de Jefe del Estado está ocupado. Pero debería darse cuenta de que asumir siempre el primer plano, tapando a los ministros significa trabajar sin parapeto. Y tiene un efecto letal: un cambio de Gobierno no sirve de nada, mientras el presidente sea el mismo.

El último mensaje que viene de Francia está dirigido a los que creen que a la extrema derecha se la frena asumiendo parte de su agenda. Es una actitud extendida en la clase política que deteriora la democracia y debilita las defensas de la ciudadanía contra los neopopulismos y los neofascismos. Basta ver lo que está ocurriendo en Italia o en el Partido Republicano de Estados Unidos para saber que los neopopulismos no son ninguna fantasía. Con el debate sobre la identidad nacional y el burka, Sarkozy agitó el árbol y una parte de las nueces fue directamente a la cesta del Frente Nacional. Pero además éste demostró cierta capacidad de adaptación y centró su campaña en la cuestión social. Contemporizar con los neofascismos es una forma de legitimarlos.

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