Bolonia, año cero
La reforma europea de la universidad ya está en marcha, pero la modernización real de la forma de enseñar y aprender aún tiene grandes escollos que salvar
¿Está cambiando el proceso de Bolonia realmente la universidad española? Ya se han transformado la mitad de las carreras -se sustituyen las licenciaturas y diplomaturas por grados de cuatro años- y el resto estarán listas el próximo septiembre. Pero ésa es la cáscara, ya que la idea de fondo, para muchos lo más importante de la reforma en la que se han embarcado 46 países europeos para adoptar un esquema común, es conseguir modernizar la universidad, es decir, introducir los cambios necesarios para que los alumnos aprendan más y mejor. ¿Está pasando eso?
En general, "el cambio está ocurriendo", pero son unos pocos docentes y grupos los que tiran de la transformación, mientras sigue imperando en gran medida "la inercia de las formas clásicas", asegura el profesor de la Universidad de Valladolid Bartolomé Rubia, que lleva años estudiando y formando en metodologías de enseñanza en los campus. De lo que se trata ahora es de que el alumno sea el centro, que se implique más y que la clase magistral -en la que el docente habla y el alumno toma apuntes que luego memorizará y depositará en una hoja de examen- sea sólo una pequeña parte del tiempo, completada con tutorías, seminarios para grupos reducidos, con clases prácticas o trabajos dirigidos. Y lo que ocurre ahora es que unas universidades lo están haciendo mejor y otras peor, que unas facultades y departamentos hacen esfuerzo y otros no y, al final, que unos profesores están cambiando y otros no.
A la falta de recursos se suma la escasa implicación de muchos docentes
"Hay gente que se lo cree y cambia, pero también hay gente que no. Es cada profesor el que decide", apostilla Diego Ortega, secretario general de la Coordinadora de Representantes de Estudiantes de Universidades Públicas (Creup). Pero no se trata sólo de las resistencias de docentes reacios a que les muevan nada o les digan cómo tienen que hacer su trabajo. "El cambio supone multiplicar por dos las actividades de los profesores", sin embargo, no se reconoce el esfuerzo extra, asegura Rubia: "Piden muchas cosas y te reconocen pocas".
La Asociación Europea de Universidades (EUA, en sus siglas en inglés) ya advirtió en un informe de 2007 de dos de las grandes dificultades de la reforma: pretender ponerla en marcha a coste cero, sin financiación extra; y el riesgo de que la transformación sea meramente cosmética, es decir, que en el fondo no cambie en absoluto lo que se enseña y ni la forma de hacerlo. Los dos problemas están relacionados y, como en España Bolonia ha arrancado muy tarde, se encuentra ahora frente a ellos.
En cuanto al primero, la crisis actual ahoga cualquier posibilidad de mejora inmediata en los presupuestos de las universidades. Y en cuanto a la cosmética, el informe del Ministerio de Educación para revisar la financiación de las universidades señala ya varios fallos. Por ejemplo, que los nuevos planes de estudio no han reducido las clases presenciales como se pretendía, y que aún se tiene que disminuir mucho el tamaño de los grupos, algo fundamental para el nuevo esquema.
Pero, sobre todo, Rubia se queja de esa falta de reconocimiento a los profesores que están haciendo sus deberes. Tanto él como Rafael Sanz, de la Universidad de Granada y formador sobre el trabajo de tutorías, fundamentales en el nuevo esquema, coinciden en que ahora el cambio lo están llevando a cabo unos pocos profesores a base de voluntarismo, pero que eso no puede durar siempre. El director de la Cátedra Unesco de Gestión y Política Universitaria de la UPM, Francisco Michavila, está de acuerdo: "No es un tema de que nos guste nuestro trabajo, es que somos profesionales y es nuestra obligación". Gran conocedor del tema -su cátedra hizo para el Gobierno en 2006 una propuesta para la renovación de las metodologías docentes- asegura que los recursos deben estar bien dirigidos, destinados a incentivar los cambios.
En eso coincide el informe sobre financiación del ministerio, pero no en la necesidad de más profesores que señala Rubia. El texto sostiene que si se reducen de verdad las clases presenciales y se reordenan los recursos docentes (hay muchos profesores para muy pocos alumnos en algunas universidades y algunas áreas, y muy pocos en otras) se resolverá. Eso está por ver, dadas las limitaciones de una mayoritaria universidad pública con una estructura organizativa y laboral muy difícil de mover.
Pero, en cualquier caso, aún consiguiendo incentivar a los profesores y reordenar los recursos, todavía quedaría formar a esos docentes -las nuevas tecnologías aplicadas a la educación son una herramienta fundamental del cambio, por ejemplo- y evaluarles, punto éste sobre el que hay todavía más reticencias.
Y quedaría una pata más: la implicación de los alumnos, muchas veces conservadores y acomodados en el viejo sistema y hostiles hacia uno nuevo que también supone más trabajo para ellos. En ese sentido, Diego Ortega, de Creup, se queja de la falta de coordinación entre los profesores, lo que les hace no ser conscientes de la enorme carga total de trabajo que se puede estar volcando sobre el estudiante.
Por su parte, Francisco Michavila señala que, al igual que al profesor se le ha de formar para los cambios, también hay que preparar al alumno. Por ejemplo, con planes de acogida y orientación, programas de integración o técnicas de estudio, ideas sobre las que ya están trabajando muchas universidades dentro y fuera de España. "Si el sistema les trata como a sujetos pasivos, serán pasivos; pero hay que cambiar eso, forzarlos a asumir responsabilidades", explica Michavila.
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