En el 'limbo' con el interno 103
El peruano Fidel Ángel Palomino, pendiente de ser deportado a su país, describe la vida en el centro de internamiento de extranjeros de la Zona Franca
Un foto en blanco y negro de Audrey Hepburn preside la conversación (cristal mediante) con Fidel Ángel Palomino, un peruano de 35 años que lleva 23 días enclaustrado en el centro de internamiento de extranjeros (CIE) de la Zona Franca. Fidel no conoce a su visitante, pero charla gustoso durante 10 minutos porque allí se aburre como una ostra. Ya no tiene opciones: el Consulado de Perú dio ayer a este inmigrante sin papeles el salvoconducto que le llevará de vuelta a Suramérica, probablemente, en el próximo vuelo.
Fidel, el interno número 103 del CIE, lleva seis años en Barcelona y podía acreditar arraigo. Pero no tenía oferta laboral y, por tanto, le fue imposible regularizar su situación. Vivía en L'Hospitalet -ahora está en una estancia a la que llama "celda"- y se ganaba la vida haciendo "chapuzas" en Terrassa. Su jefe, explica, le llevaba en coche al tajo. Excepto aquel día fatal en el que cogió el metro para volver a casa. "Me vieron cara de inmigrante y me pidieron los documentos", bromea Fidel a través del telefonillo, mientras mira de soslayo al ángel de Vacaciones en Roma.
"Aquí hay de todo, como en la calle: 'chorizos' y también gente currante"
Lo de Fidel en el CIE podría considerarse vacaciones de no ser porque no puede hacer lo que le venga en gana. Aunque destaca que el trato de los funcionarios del Cuerpo Nacional de Policía es correcto -"hay de todo, unos son más amables que otros"-, alerta de que el régimen de movilidad es resctrictivo. "Peor que en una cárcel". Lo dice con conocimiento de causa: estuvo en prisión y, de hecho, su máximo temor es regresar a Perú, donde debe cumplir condena por un delito que prefiere no explicar.
La vida en el CIE está sometida a horarios estrictos. Fidel lo explica: "A las ocho te levantan para desayunar y te sacan al patio. Has de ir aunque no quieras. Luego te llevan a la habitación hasta las 12.30 y comes. Después, vuelta a la celda. A las cuatro, ducha, y luego, si tienes visita, bajas. El resto del tiempo lo pasas en la habitación hasta la cena, que es a las siete. Y después, otra vez encerrado hasta medianoche, cuando vas al baño". Según Fidel, las habitaciones están cerradas y no se puede deambular libremente.
Eso a pesar de que los extranjeros que permanecen en el CIE no están técnicamente detenidos. Su régimen es complejo; están en un limbo jurídico, denuncian las entidades de apoyo a los inmigrantes. Han cometido una falta administrativa (infracción de la Ley de Extranjería), pero no un delito. Fidel matiza que en el centro hay de todo: "Aquí encuentras chorizos, gente currante..., como en la calle", señala el peruano, un hombre fornido que se lo toma todo con relativa calma.
En Cataluña, Fidel no tiene familia, pero sí un grupo de amigos que ha hecho lo posible por ayudarle. Contrataron una abogada que, tras cobrarles 400 euros, les recomendó que una de ellas se hiciera pasar por su novia. "Nos prometió que así tendríamos más posibilidades y luego desapareció del mapa", comenta Aida, la mujer que se prestó a hacer el papel. Aida tiene en su poder la documentación de Fidel (pasaporte y DNI peruanos). "Los ilegales van sin documentos porque, si les enganchan con ellos, les deportan a la primera de cambio".
Hastiado en su habitación, Fidel ha intentado ganar tiempo. La nueva Ley de Extranjería prevé una estancia máxima de 60 días (antes eran 40) en el CIE. Si, pasado ese tiempo, no se ha logrado la deportación, el extranjero queda libre. El hombre ha buscado apoyo en el Consulado de Perú, que no ha tenido más remedio que entregar el salvoconducto para no dar a las autoridades españolas la impresión de que bloquea la expulsión de irregulares. También ha intentado hacer valer su condición de víctima en una presunta estafa -pagó 3.000 euros a un conocido para que le arreglara los papeles-, pero esa vía tampoco ha dado resultados.
Fidel se queja de lo difícil que es recibir visitas en el CIE, ubicado en un polígono industrial adonde sólo se puede llegar en coche o con la línea 109 de autobús, que tarda unos 40 minutos desde la plaza de España y deja a 500 metros del centro. Las visitas duran 10 minutos (los fines de semana hay más familiares y se acortan) y entre semana hay que esperar hasta las 17.00 horas en algún parterre, porque aquello está cerrado.
Entidades como SOS Racismo piden que se supriman estos centros "opacos", mientras que la Jefatura Superior de Cataluña dice que su objetivo es llevar allí a delincuentes reincidentes (el año pasado expulsó a 600) y recuerda que los internos están en condiciones dignas.
Saber qué ocurre dentro es complejo. Fidel niega, por ejemplo, que 30 internos iniciaran una huelga de hambre hace unos días. "Algunos dejaron de comer porque quieren irse". Al mismo tiempo, denuncia el trato dado por el director del centro, Miguel Ángel Prieto: "Me dijo que no me esforzara en buscar abogado porque me iba a expulsar igual".
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