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Columna
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Vivir juntos

Josep Ramoneda

En algunos países europeos hay convocada una huelga de inmigrantes, con el objetivo de demostrar que sin ellos la economía se pararía. Es decir, que son imprescindibles. Lo importante no es la movilización en sí, sino lo que significa: los inmigrantes piden reconocimiento, que es el punto de partida mínimo para poder hablar de convivencia. Por eso son tan nefastas expresiones como "En Cataluña no cabemos todos", que vuelven cada vez que se acercan unas elecciones. Una palabra inclusiva -todos, los que estamos aquí- se convierte en exclusiva -algunos sobran. ¿Quiénes sobran? Aquellos a los que se niega el reconocimiento.

La principal tarea de las sociedades actuales es el aprendizaje de vivir juntos gente diferente. Es una saludable necesidad. Necesidad, porque las sociedades homogéneas, que hemos creído que eran las nuestras, contra toda evidencia, ya no regresarán nunca más, ni siquiera como apariencia. Por tanto, hay que aprender vivir en contextos más complejos, en los que, por lo menos, durante el periodo de aprendizaje, se tendrá que negociar permanentemente para defender los espacios de convivencia. Saludable, porque vamos a descubrir que las diferencias son menos grandes de lo que parece, sobre todo si somos capaces de buscar acuerdos en defendernos conjuntamente del mal -utilizando el mecanismo más eficiente contra el abuso de poder, la democracia- en vez de empeñarnos en pelear por el bien. Para ello, lo primero es detectar, conjuntamente, los problemas que nos perjudican a todos. Ésta me parece que es la vía escogida por la alcaldesa de Salt, Iolanda Pineda. Hay dos tipos de políticos: los que dicen lo que tienen que decir y los que dicen lo que creen que la gente quiere oír. Por desgracia, a menudo, ganan éstos porque en política la única evaluación que cuenta son los resultados electorales. Pero, a la larga, se acaba sabiendo quién habló con responsabilidad y quién se corrompió a sí mismo diciendo no lo que creía que tenía que decir, sino lo que pensaba que la gente quería oír.

Hay que acabar con el tópico que habita en el sustrato del "no cabemos todos": no todos merecen igual reconocimiento

En el siglo XVI, precisamente coincidiendo en el tiempo con la primera ilustración europea, la de Maquiavelo, Montaigne y La Boètie, para el emperador mogol Akbar de la India, como explica Amartya Sen, "la búsqueda de la razón (en lugar de lo que él llamaba "la tierra fangosa de la tradición") era el camino para afrontar los problemas de conducta y los retos de construir una sociedad justa". Hay que empezar a entender que Occidente no tiene el monopolio de la modernidad. Y acabar con el tópico que habita en el sustrato del "no cabemos todos": no todos merecen el mismo reconocimiento.

Salt es un verdadero laboratorio para el aprendizaje de vivir juntos, un pequeño contenedor de todos los problemas del mundo. La alcaldesa de Salt busca que la gente hable. Por ahí se empieza. Por supuesto, al hablar se han producido diferencias y polémicas entre y dentro de los diversos colectivos. El próximo paso es que los jóvenes recién llegados vayan descubriendo que tienen más en común con la gente de su edad que lleva tiempo aquí, que con algunos de sus mayores. Y que se vayan trenzando las relaciones que hacen a una sociedad fuerte: las que no se guían por criterios étnicos o identitarios simples (religión, origen, etc.), sino por las libres opciones personales. Es éste un proceso largo, dificultado obviamente por las circunstancias económicas, en que muchos de los protagonistas se ven el trance del paro. Por eso, es bueno que se vaya construyendo acuerdos con objetivos comunes: por ejemplo, que la delincuencia es un problema para todos, los nuevos y los viejos, como han proclamado estos días algunas asociaciones de inmigrantes. Pero, para ello, es necesaria la reciprocidad: que estemos todos de acuerdo en que la discriminación y el racismo son inaceptables, y que una persona no puede ser interpelada reiteradamente si los únicos indicios que hay contra ella es que es joven y de otro color o de otras facciones. Es un trabajo más laborioso. Pero hay que saber que no todo se resuelve aumentando el número de policías o modificando por enésima vez el código penal, que va camino de convertir a España en el país con la legislación más dura de Occidente. La convivencia no mejora fomentando el odio -señalando la maldad intrínseca de los ilegales- sino comprometiendo a todos, a través del reconocimiento, en las soluciones. Es decir, hablando de problemas sociales, que conciernen a todos, y no de problemas de inmigración que es el modo de señalar de entrada a los culpables, los que sobran, para el que dice que no cabemos todos.

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