"Hay que evangelizar con la música"
De cerca, las manos de Simon Rattle agarran las copas de agua y se entrecruzan con la naturalidad de un delicado profesor. Pero cuando sube al escenario al frente de la Filarmónica de Berlín, adquieren las dimensiones de un cíclope. La derecha, para marcar con la batuta. Pero, la izquierda... cada dedo apunta a una sección. El índice al viento; el meñique, a la percusión, y cuando se recoge entera sobre sí misma, surge un sonido que es capaz de encender y derrotar todas las almas.
Sin embargo, el maestro no calcula. No piensa en su lenguaje corporal. "Si lo hiciera, todo sería una pantomima", afirma el director británico, de gira por España con la formación alemana. En sus siete años al frente de la mejor orquesta del mundo, Rattle (Liverpool, 1955) ha emprendido una auténtica regeneración. "En los últimos dos años se han jubilado 35 profesores, y ahora está llena de veinteañeros".
"Mis músicos son como un toro. Tienes que frenarlos al salir a la plaza"
Menuda guardería. Llena de talentos en explosión llegados de todas partes del mundo. "Tenemos músicos de 20 nacionalidades diferentes, aunque la mayoría siguen siendo germanos. En esta gira, entre los contrabajos sólo hay dos alemanes. Hay que tener cuidado con el concepto de identidad nacional. Ya nos ha dado bastantes problemas en todo el mundo. Yo pregunto: ¿acaso no es alemana una ciudad como la que nos acoge, en la que conviven 200 nacionalidades diferentes?".
Los jovenzuelos recién llegados también se muestran un tanto impresionados por la fuerza de una tradición que acompañaron Hans von Bulow, Arthur Nikisch, Wilhelm Furtwängler, Herbert von Karajan o Claudio Abbado. "La tradición está en las paredes, pero también nosotros tenemos derecho a crear ahora la nuestra", dice Rattle. Ese peso, esa herencia se nota cuando abordan la Segunda sinfonía de Brahms como lo hicieron el martes en Madrid. Aunque se apreciaba también una tensión rejuvenecedora, un chorro de aire fresco, como si alguien la hubiese compuesto ayer. "Tenemos que pensar constantemente en cómo hacer de la música del pasado algo presente, actual", afirma Rattle. "Bruno Walter ya lo advertía: 'Cuidado con buscar la emoción recordada, recuperada. No es real. Hay que tender a crear una nueva en cada momento".
Pero es que la verdadera identidad de una orquesta como la Filarmónica de Berlín no está en las fronteras físicas. Sino en las páginas abiertas de cada partitura. En la música. En Brahms, Beethoven, Bruckner... Pero también en Kurtág, Sibelius o Ligeti, como demostraron ayer en Zaragoza con la Segunda sinfonía del finlandés o la obra San Francisco polyphony, del húngaro.
Y en la conquista del futuro. Con iniciativas como la del Digital Concert Hall. Así, cada semana, la Filarmónica entra en las casas a través de Internet. "No es un modelo rentable. La gente no está acostumbrada a pagar por contenidos, pero es el futuro y los músicos quisieron subirse a él. Nos hace mucha ilusión saber que un concierto lo están viendo 15 personas en Colombia, por ejemplo. O que un día tenemos de público a Wynton Marsalis. Nos hace muy felices".
Todo forma parte de la estrategia que Rattle marcó desde el principio. "Hay que evangelizar. No queda otro remedio. Hay que salir a buscar público y ver quién pica. No podemos encerrarnos en fórmulas estrechas", comenta. En la era de los espectáculos y los efectos especiales, ellos sólo cuentan con una baza: la música. "Es necesario atraer y convencer con la pureza que contiene".
"Esta gente es como un toro, tienes que frenarla cuando sale a la plaza con ese empuje. Mi deber, muchas veces, es calmarlos", asegura Rattle, refiriéndose a sus músicos, y reconoce que el camino de adaptación ha sido difícil: "Muy duro. Ya lo decía Karajan. Los primeros cinco años con la Filarmónica de Berlín son una pura transición. Ahora es cuando siento que verdaderamente estamos haciendo lo que debemos", asegura. ¿Y cómo lo ha logrado? "Pues sin obsesionarme por el control. Conozco a muchos grandes directores que han querido marcar cada detalle y se han desesperado".
La aventura de la improvisación le fascina. "En Madrid, con la segunda de Brahms, en el tercer movimiento, creo que logramos cosas que no habíamos conseguido antes. Una melancolía graduada". El gran momento del disfrute. La puerta abierta a la sorpresa: "Por más que ensayes, cuando la orquesta despega, debes dejarte llevar. No saber adónde va. Eso es lo bueno".
Por ahora no piensa en su propia huella. "¿Es que acaso me he muerto?", pregunta. Alguien se esforzará en poner etiquetas a este periodo suyo en Berlín. "No pienso en la llegada a la meta. Me gusta tirar del carro. Disfrutar del camino". Lo comenta acompasando los dedos suavemente. Su toque será evidente. Muchos lo recordarán como Rattle el evangelizador, el del carisma amable. Otros lo harán como el hombre de las manos mágicas.
Babelia
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