Vivir dentro de un libro
Juan Cruz presenta en Madrid 'Egos revueltos', su autobiografía literaria
Los presagios eran éstos: frío y lluvia, manifestación en la calle de Alcalá y partido de la Liga de Campeones en la tele. Juan Cruz (Puerto de la Cruz, Tenerife, 1948) no envió ayer sus naves -ni sus afectos futbolísticos (llevaba en la solapa una insignia del Barça)- a luchar contra los elementos, pero si lo hubiera hecho es muy posible que hubiera triunfado, porque, acompañado de la periodista Monserrat Domínguez (encargada de hacerle hablar) y del narrador y cineasta David Trueba (encargado de hacerle callar), abarrotó la Sala de Columnas del Círculo de Bellas Artes de Madrid.
El motivo era la presentación de Egos revueltos (Tusquets), con el que el escritor, editor de Alfaguara entre 1992 y 1998 y periodista de EL PAÍS desde su fundación, obtuvo el último Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias, un galardón, por cierto, cuyo palmarés inauguró el también escritor y editor Carlos Barral, protagonista de algunas de las páginas más emotivas del libro. Y no es que falte emoción en un libro lleno de despedidas: de Severo Sarduy ("Lo más terrible es asistir al dolor de una persona alegre"), de Mario Benedetti ("Un pesimista bien informado") y de Juan Carlos Onetti ("Un pesimista militante"). O de Francisco Ayala, que un día, recordó ayer Juan Cruz, le dijo: "Siéntese aquí, mire esa ventana y recupere conmigo el valor del silencio". A lo que David Trueba añadió: "¿No es una manera bonita de decirle a alguien que se calle?".
"He escrito desde el respeto y la libertad, y en medio está el periodismo"
Partiendo de la premisa de que "los escritores desayunan egos revueltos", Cruz señala en su libro el cambio de actitud que requiere la edición (donde, entre otras mil cosas, te pagan para que calles lo que escuchas) respecto al periodismo (donde te pagan para que lo cuentes). Bajo el subtítulo de Una memoria personal de la vida literaria, las de Juan Cruz son unas memorias de testigo, pero también de actor. Y, sobre todo, de lector apasionado para el que los libros siempre fueron "lugares de recreo". De ahí que la mezcla entre entusiasmo y polivalencia -y ubicuidad, diría Vargas Llosa- sea la que dé forma al andamiaje de un volumen que es una historia de la cara B de la literatura de las últimas décadas.
Si parte de esa historia está en el índice onomástico de Egos revueltos, otra parte estaba ayer entre los asistentes al acto: de Emilio Lledó a Luis García Montero pasando por Bernardo Atxaga, Juan José Millás, Eduardo Mendicutti, Rosa Montero, Fernando Delgado, José María Guelbenzu, el cineasta José Luis García Sánchez, el traductor Miguel Sáenz o el poeta Marcos Ricardo Barnatán, que aparece en el libro como el autor de una lista de ilustres a los que un joven Juan Cruz debía conocer por los caminos de Europa. De los vivos no se habla mucho en Egos revueltos. Tal vez queden para un volumen que ya tiene título, Platillos chinos, porque eso es un editor para Cruz, alguien que, como el chino malabarista, mantiene a todos sus autores en danza haciéndoles sentir que es el que mejor baila.
Josep María Ventosa, de la editorial Tusquets, dijo que Egos revueltos era la obra de alguien que siempre había querido "vivir dentro de un libro" y ese alguien, ayer, pese al marcaje (más zonal que al hombre) de David Trueba, pasó los octavos de final de su memoria lamentando la ausencia en su libro de dos personas de las que querría haber hablado más: Rafael Alberti ("Entristecido, más melancólico que el que ha pasado a la historia") y Carlos Casares ("Con Manuel Vicent, el mejor narrador oral que he conocido"). "Éste es un libro escrito desde el respeto y desde la libertad, y en medio está el periodismo", dijo ayer Juan Cruz. Optimista algo más que antropológico, dice que su poema favorito es If, de Kipling, pero según Trueba y en vista de los malentendidos que se deshacen a lo largo de sus páginas, la palabra que más se repite en Egos revueltos es "Uf".
Babelia
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