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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Turquía mira a Oriente

El desencanto con Europa alimenta su presencia cada vez más decisiva en el mundo musulmán

Turquía ha vuelto a Oriente Próximo con todos los pronunciamientos. La diplomacia y los negocios turcos, cada vez más potentes, se mueven con fluidez en territorios vecinos, se trate de Irán, Irak o Siria. Sus exportaciones a la región y al norte de África se multiplican de año en año, y suponen ya más de 30.000 millones de dólares. Visto superficialmente, un país musulmán regresa a una vasta región que controló parcialmente durante siglos.

El despliegue no sólo aplica la política de "cero problemas con nuestros vecinos", que impulsa con celo un viejo consejero del primer ministro Erdogan, el titular de Exteriores, Davutoglu. Se ha acentuado desde la llegada al poder, en 2003, del partido islamista moderado del jefe del Gobierno, Justicia y Desarrollo (AKP), y, sobre todo, a medida que las puertas de la Unión Europea permanecen consistentemente cerradas a las aspiraciones turcas. En declaraciones recientes al director de este periódico, Erdogan dice que su frustración crece con Alemania y Francia. Y señala cómo en su país se abre paso un juicio universal que considera Europa un club cristiano donde Turquía no tiene cabida.

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El progresivo viraje turco, además de económico, tiene especial visibilidad en el campo diplomático, donde el desplante de Erdogan a Israel (otrora estrecho aliado) en Davos, a cuenta de la invasión de Gaza, es quizá su escenificación más conocida. Pero tampoco Washington es ya valedor a ultranza de su aliado en la OTAN y bastión del flanco oriental de la Alianza. El sutil enfriamiento, iniciado cuando Turquía negó su suelo para un segundo frente contra Irak (y que abrió a Ankara un crédito ilimitado en el mundo árabe), se manifiesta ahora en una Casa Blanca contraria, por ejemplo, a las pretensiones territoriales turcas en su deshielo con Armenia. No ayudan tampoco el apoyo de Erdogan al genocida presidente sudanés o su manifiesta indulgencia hacia el dirigente iraní Ahmadineyad.

El jefe del Gobierno turco, pese a su discurso democrático y laico y las profundas reformas que intentan acercar a su país a los estándares europeos, no ha conseguido eliminar entre muchos de sus interlocutores la sospecha de que persigue una agenda islamista. Tampoco su embridamiento de los poderosos militares, considerados garantes de la república secular fundada por Atartük y cuya popularidad cae a medida que el Ejecutivo desvela nuevos complós castrenses y multiplica sus detenciones, como las practicadas ayer.

Ankara mantiene que la OTAN es su opción militar decisiva, y la UE objetivo fundamental de su política exterior. Pero los hechos diluyen la argumentación. Lo cierto es que su influencia en Oriente Próximo no tiene hoy parangón. Y que esa realidad, que aprovecha acertadamente un enorme vacío de poder regional, crece a la par que el enfriamiento de la disposición turca hacia la UE y las instituciones occidentales. Un camino de desconfianza recíproca que tendrá serias consecuencias de no ser alterado.

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