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Columna
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A dos velas

Los chinos de Madrid celebraban la llegada del Año del Tigre en su calendario, año marcado por la fuerza y el coraje que caracterizan al gran felino, identificable, hoy más que nunca, con el coloso asiático, cuyos zarpazos hacen temblar la economía mundial y la hegemonía de los Estados Unidos.

El colorista desfile de sus dragones de papel pintado me recordó la frase del Gran Timonel: "El capitalismo [o tal vez era el imperialismo] es un tigre de papel", papel mojado de bonos y títulos que hoy podrían ser reciclados como confeti de verbena. El Año del Tigre coincidía con el carnaval, pero este año los madrileños, encabezados por su alcalde, no estaban para muchas fiestas, parecían hastiados de tanta mascarada. Carnavales deslucidos por el apagón de Iberdrola que ensombrecía la forzada sonrisa carnavalesca de Ruiz-Gallardón, que nunca dio el tipo de Don Carnal, pero siempre parece a punto para presidir la escatológica comitiva del Entierro de la Sardina.

Emparejar el cine y la Gran Vía es difícil cuando desaparecen las salas cinematográficas

El apagón decretado por falta de pago por la compañía eléctrica desvaía la imagen festiva del edil, como les ocurre a esos personajes de los anuncios de televisión que aún no se han preparado para la TDT. Tan desdibujado y mohíno se mostraba el alcalde que ni siquiera tuvo humor para encargar el tradicional pregón burlesco que suele abrir las fiestas. Los pregones de carnaval son un género peligroso (habla la voz de la experiencia). Si salen satíricos y paródicos, como deben salir, no suelen encontrar la comprensión, ni el beneplácito de sus confundidos mentores municipales, dispuestos como máximo a tolerar ciertas cuchufletas propias de la festividad, pero no a ser blanco de críticas y coñas marineras. Si los pregones salen laudatorios y respetuosos, son sus receptores los que suelen mostrar su desagrado por la radical vulneración del espíritu insumiso y transgresor de las Carnestolendas.

En la presentación oficial del Carnaval de Madrid el alcalde entregó una llave de oro y de mentirijillas a una pareja de actrices disfrazadas, pese a la inclemencia meteorológica, de Marilyn Monroe y Rita Hayworth. Los carnavales de este año pretendían homenajear al cine y a la Gran Vía, un emparejamiento difícil de conciliar cuando de la centenaria arteria madrileña desaparecen a ritmo de vértigo y franquicia las salas cinematográficas. Gallardón abandonó la tribuna a los actores, protagonistas y víctimas, y se fundió en las sombras, tal vez, como sugería este diario, para no enfrentarse a un reducido grupo de vecinos de Carabanchel que aparecieron disfrazados de bolsas de basura para protestar por la reciente e impopular tasa sobre los desechos urbanos. Es posible que también anduviese por allí el cobrador del frac o aquel oso moroso que le persiguiera durante un tiempo.

Las bolsas de basura, como las hojas de los periódicos, sirven para protegerse del frío y para envolver bocadillos, y son todo un ejemplo de ese reciclado que el Ayuntamiento propone sin disponer de medios para ello. Pisotean las pocas máscaras que arrostran el frío las alfombras de cartón y otros detritos que rebosan de los contenedores del centro y Ruiz-Gallardón se escabulle disfrazado de Ruiz-Gallardón para que no le reconozcan.

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Más que de cine parecen estos carnavales pintados y narrados por el pincel cáustico y la acerada pluma de Gutiérrez Solana, carnavales terribles de espectros y sombras. Hoy, Miércoles de Ceniza, se celebra el Entierro de la Sardina y empieza, continúa, la perpetua Cuaresma, tiempo de ayuno y penitencia después del presunto desenfreno carnal. Releo en la cuidada edición de Trieste, 1984, la tremenda crónica del sepelio sardinesco donde imagino al enlutado alcalde canturreando "salmodias y fúnebres gori gori".

Éstos debieron haber sido carnavales olímpicos de animados cortejos y apolíneos atletas, pero apareció antes de tiempo el Tío del Higuí del entierro solanesco: "Al Tío del Higuí, subido en unos zancos, le rodea un corro de chicos con la boca abierta para comer el higo y va andando deprisa y a zancadas con la caña en alto, poniendo el cepo a la altura de sus bocas. Cuando lo van a mascar da un golpe en la caña con una vara y la hace cambiar de dirección".

El Tío del Higuí, los tíos del COI, le quitaron la miel de los labios al cofrade Alberto, que huye de los cobradores del recibo de la luz, fundido hasta los plomos con el fúnebre séquito que encabeza: "... La muerte, con un sudario y una calavera amarilla de cartón; en las mandíbulas tenía pegada una barba de cabra; llevaba en la mano un estandarte con unos esqueletos pintados y unas calaveras de papel recortado y pegado en un paño negro; ataba a la cintura un rosario de colmillos de caballo, amarillos y picudos...".

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