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Columna
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'Refundación' de América Latina

Los tres países considerados eje central del chavismo, Venezuela, Bolivia y Ecuador, viven momentos decisivos para su futuro. Sus líderes, el venezolano Hugo Chávez, el boliviano Evo Morales y el ecuatoriano Rafael Correa, persiguen con denuedo algún tipo de refundación nacional, una modernidad distinta, por vías distintas y punto final aparentemente distinto a los parámetros de la democracia occidental.

Los tres dejan atrás un pasado próximo a la ignominia. En Venezuela, desgobierno, corrupción, derroche de recursos petrolíferos, tanto que Chávez pudo decir de sí mismo que era "la consecuencia"; en Bolivia, pese a la sacudida de Paz Estensoro en 1952, inestabilidad, discriminación práctica y silenciosa, al punto de que hasta en el Ejército, vehículo de movilidad social en gran parte de América Latina, el indígena progresaba con dificultad; y Ecuador, que rivalizaba con Bolivia en caudillismo golpista, tuvo como muestra un presidente, Velasco Ibarra, que fue derrocado por el Ejército en cuatro de sus cinco mandatos.

Chávez, Morales y Correa persiguen un punto final distinto a los parámetros de la democracia occidental

Los tres, también, se plantean la recuperación y justa distribución de sus riquezas naturales. La Paz, hidrocarburos; Caracas, crudo; y Quito, otro tanto, aunque en proporciones más modestas. Chávez bautizaba su proyecto revolucionario como "socialismo del siglo XXI", y lo apellidaba "bolivariano", apuntando a algún tipo de supranacionalidad continental. Morales, tan interesado por el pasado como por el futuro, querría revivir, troceando de niveles autonómicos el país, un idílico mundo indígena, anterior a la llegada de los odiados españoles; y Correa, chavista quizá sólo coyuntural, buscaba un lugar en el sol para sus gentes, cualquiera que sea su color de piel. Y en ese abrupto curso el trío ha reaccionado de forma relativamente parecida ante obstáculos como la Prensa, siempre en la oposición, los poderes económicos sordos a reivindicaciones de clase, y una obstinada inercia social de siglos.

El bolivariano se vale de las prerrogativas de la democracia, el voto, para darle la vuelta al calcetín. Y así en medio del desabastecimiento general, en parte debido a la explosión de la demanda; vivienda e industria que apenas pueden encender la luz; agua que escasea para entretener la ducha; y crimen que se dispara en las ciudades, Chávez recorta metódicamente los espacios de crítica y acalla las voces indigestas. Ante las legislativas del 29 de septiembre el presidente no sólo quiere ganar, sino arrasar. Y para ello ha recurrido a un experto en control político, el cubano Ramiro Valdés, mientras inunda el país, Ejército incluido, de asesores castristas, lo que la prensa venezolana vincula a la reciente dimisión o purga de cinco ministros, entre ellos varios ex militares.

Morales hizo que las cámaras votaran el día 12 una Ley Transitoria de Designación de Autoridades Judiciales, con la que podrá cubrir a dedo las vacantes en la Corte Constitucional, Tribunal Supremo y Consejo de la Judicatura, que suman 20 de 27 puestos, y bastan para rendir el poder judicial al ejecutivo; RIP por Montesquieu. Y aunque es un enjuague temporal, puede ser peor el remedio que la enfermedad, porque el 5 de diciembre entrará en vigor la nueva normativa para el nombramiento de magistrados por elección, primer paso en la revolución judicial prevista para 2011, y como el presidente acapara todo el poder que las cámaras pueden dar, tendrá una judicatura a su servicio.

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Correa se mueve más cautamente; aliados como el ex canciller Falconí, y Acosta, que presidió la constituyente, le han abandonado por su desenfado ante las formas democráticas. Es imposible que el presidente ignore que una Ley de Comunicaciones -como la que se debate- es una invitación al autoritarismo, pero parece creer que no hay otra forma de doblegar a los poderes fácticos. El quiteño tiene prontos temibles y se cree tan vertebrado por la verdad como sus aliados, pero conoce el mundo mucho mejor que el militar de Sabaneta y el líder posincaico. Y el texto, cuando menos, está sujeto a interpretaciones tan dispares que, según quien lo traduzca a hechos políticos, puede resultar indoloro o fulminante.

La cuestión no estriba en ponderar cuánta justicia social cabe en el ordenamiento liberal-capitalista, ni si son compatibles democracia occidental y reparto igualitario de riqueza y oportunidades, sino en la cuasi-certeza de que la limitación o anulación de la democracia para hacer el reino de Dios en la Tierra, no conduce a un mundo más justo, sino a dictaduras criminales y ramplonas, cuya más egregia representación fue la URSS. El pluralismo no hace la felicidad ni la justicia, pero se sabe adónde lleva su abandono.

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