Una honda palpitación
La editorial Renacimiento publicó en el 125º aniversario del nacimiento de Antonio Machado una antología poética que llevaba por título Una honda palpitación. Me viene de perlas la frase para encabezar esta reseña. Porque hay que hablar de palpitaciones y hay que hablar de hondura al referirse a las interpretaciones de la Royal Concertgebouworkest de Ámsterdam con Mariss Jansons en Madrid.
La capital está de suerte. Se hablaba hace unos días de que había un premio gordo compartido de la lotería sinfónica entre Madrid y Zaragoza, las dos ciudades españolas que en un plazo de quince días acogen a la orquesta holandesa y a la Filarmónica de Berlín, con sus directores titulares, Mariss Jansons y Simon Rattle. Para muchos, estas dos orquestas son en este momento las mejores del mundo, y así lo reflejó una encuesta de la revista Gramophone hace poco más de un año. Todas estas clasificaciones son relativas y dependen de muchos parámetros no necesariamente objetivos pero, como mantiene el refranero, "cuando el río suena, agua lleva".
SIBELIUS
Sibelius: Concierto para violín. Rachmaninov: Segunda sinfonía. Mahler: Tercera sinfonía.
Royal Concertgebouworkest de Ámsterdam. Director: Mariss Jansons. Con Janine Jansen, Bernarda Fink, Orfeón Donostiarra y Escolanía Sagrado Corazón de Rosales. Ibermúsica. Auditorio Nacional, 9 y 10 de febrero
Es un espectáculo ver cómo el 'pura sangre' Jansons modela el sonido
La Orquesta del Concertgebouw ha traído además a Madrid una sinfonía de Mahler, la Tercera, que ya interpretara a comienzos de mes durante tres días en su sede de Ámsterdam, y con la que cerrará su actual gira en el Carnegie Hall de Nueva York el próximo día 17. De las ciudades españolas que visita solamente a Madrid le ha tocado en suerte este privilegio.
¿Por qué privilegio? Pues sencillamente porque la orquesta holandesa es uno de los instrumentos sinfónicos más identificados con Mahler del planeta, remontándose esta relación a los momentos en que el propio compositor la ha dirigido, o a los históricos Festivales Mahler de 1920 y 1995, este último con la Filarmónica de Berlín, la Filarmónica de Viena y la Orquesta del Concertgebouw alternándose para una inolvidable integral de sus sinfonías bajo las miradas atentas de Abbado, Chailly, Rattle, Haitink y Muti. Todavía faltaba casi una década para que llegase Jansons (lo hizo en 2004) a la dirección de la orquesta holandesa y, visto lo visto ayer, ha cogido el testigo con una naturalidad asombrosa, al plantear una Tercera de una intensidad, una concentración y una energía interior de las que cortan la respiración.
Mariss Jansons ha llegado a la madurez en estado de gracia y sabe emocionar desde el virtuosismo. En el primer movimiento sacó a relucir su capacidad constructiva, permitiendo que la orquesta deslumbrara en conjunto y sección a sección. Los mundos de Mahler convivían con una espontaneidad de estados de ánimo y así se alternaban la alegría con la soledad, el amor por la naturaleza con el dolor. Asombroso.
Bajaron algo la guardia en el segundo movimiento, en tiempo de minuetto, tal vez porque la incorporación del coro y la solista descentró por unos momentos el clima de fascinación creado. El tercer movimiento fue primoroso en su juego de sonoridades. Con el cuarto asistimos a la emoción de la voz con una sensible Bernarda Fink. Los dos coros cumplieron en el quinto. Y el sexto fue de nuevo apabullante desde la interioridad del comienzo hasta una expansión final gloriosa, sin perder en ningún momento la tensión y la palpitación, con una hondura llevada al límite.
Asombra en la orquesta del Concertgebouw la continuidad con su propia historia. Ha tenido únicamente seis directores titulares desde su fundación en 1888. Esta fidelidad a sus conductores la asemeja a la Filarmónica de Berlín, pero mientras esta última ha elegido a su directores musicales en función del momento histórico y social -dando prioridad a un concepto filosófico con Furtwängler, en función de las grabaciones y el glamour con Karajan, atendiendo al estilo liberador democrático con Abbado, buscando una energía juvenil y una renovación de públicos con Rattle- en el caso de los holandeses la línea de continuidad se establece más por criterios musicales.
Esta asimilación de su pasado reciente permite que, al lado de Jansons como titular, se mantengan en la orquesta Ricardo Chailly como director emérito y Bernard Haitink como director laureado. La orquesta tiene un sonido de una personalidad arrolladora y aunque quizás su "especialidad" sea el repertorio postromántico se mueve con extrema habilidad en las fronteras historicistas -con sus Pasiones de Bach o con su integral sinfónica Schubert con Harnoncourt, su actual director invitado honorario- y practica el repertorio contemporáneo con una gran pulcritud. Es decir, que su capacidad integradora es tan eficaz en lo personal como en lo estilístico.
Es un espectáculo ver cómo el pura sangre Jansons va modelando el sonido hasta llegar a un equilibrio impecable en la interacción de las diferentes secciones. Se percibió con extrema nitidez en el concierto de anteayer. Un movimiento como el Adagio de la Segunda sinfonía, de Rachmaninov, es en ese sentido toda una lección de dirección de orquesta. Se trata de una orquesta que asume su condición de grupo. Todo ello con una cuerda de extraordinaria calidez y unas secciones de viento en las fronteras de la perfección. Asombró también la joven violinista holandesa Janine Jansen en el Concierto de Sibelius, tanto por su musicalidad espontánea como por su integración en la filosofía del conjunto. Siguiendo con Sibelius, el Vals triste ofrecido como propina fue un prodigio de sensibilidad y precisión.
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