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AL CIERRE
Columna
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Veguerías sin fronteras

¿Crisis, problemas? ¿Desorganización, embrollo, lío? ¿Sobran parados? ¿Apretarse el cinturón? ¿Está complicado el futuro? Qué va. Hay que reconocerlo: nos va la marcha. A los catalanes los primeros. Sólo este frenesí explica que, ¡al fin!, tras siglos de espera, el Gobierno de la Generalitat haya escogido este estratégico momento para presentar su proyecto de ley de veguerías.

Se trata de una hazaña político-mística que conjuga lo medieval con la cultura de Facebook, Twitter (véase vegueries.com, en cinco idiomas) y la catalanización del cine de Hollywood (¡se van a enterar!). Somos, así, capaces de ir de la prehistoria al chip y lo ultramoderno sin pasar por la Ilustración y sus pedestres derivados. La demanda vegueril acucia: desde hace años, los catalanes -es su forma de diferenciarse del resto de la humanidad- no piensan en otra cosa que en la nostra vegueria. ¿Verdad?

La ilusión por lo que Wikipedia llama "La Cataluña de las veguerías" (con inclusión, sí, sí, de Andorra y Catalunya Nord como sugerente posibilidad) es, pues, imponente y los partidos del tripartito no hacen otra cosa que recoger un clamor no resuelto en 23 largos años de pujolismo, si bien -reconozcámoslo- fue entonces cuando se plantó la semilla del sueño. Para no perder el carácter bellamente utópico, la propuesta llega abierta: las veguerías pueden ser, por ejemplo, 7 o 19, pero ¿por qué no una para cada catalán? ¿Acaso lo impide el Estatuto o la Constitución?

Si la justificación del proyecto de ley se plantea como una "simplificación de estructuras administrativas" y un "ahorro" al prescindir de las diputaciones, ¿no sería más descentralizador y barato que cada catalán fuera veguer de sí mismo (y, de paso, circunscripción electoral individualizada)? El proyecto propone un delegado del Gobierno de la Generalitat por veguería, pero ¿por qué no hacer de todo catalán un delegado? Sería mucho más democrático y nos convertiría a todos en clase política, con lo cual, quizá, se acabara la maldita frontera entre políticos y ciudadanos. Voilà!

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