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PUNTO DE OBSERVACIÓN | OPINIÓN
Columna
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Estabilizar la situación

Soledad Gallego-Díaz

La situación económica es lo suficientemente peligrosa como para que el presidente del Gobierno, algunos de sus ministros, el responsable del Banco de España, de las cuatro o cinco empresas más importantes del país, de las centrales sindicales mayoritarias y del Partido Popular hablen urgentemente y se pongan de acuerdo en tres o cuatro ideas básicas que transmitir en común y sin fisuras a los mercados.

La situación es mala, pero lo que es insostenible es que falten esos contactos y esa voluntad. Lo que puede terminar teniendo un coste intolerable para los estoicos ciudadanos de este país es lo que está ocurriendo ahora: que se extienda la impresión de que no existe un rumbo político claro y personas capaces y con experiencia en todos los estamentos de la sociedad dispuestas a analizar las cosas con seriedad y a arrimar el hombro.

El que aconsejó a Zapatero sentarse en Davos junto a los líderes de Grecia y Letonia ya debería haber dimitido

Es probable que el Gobierno y su presidente hayan cometido errores y que se merezcan muchas críticas, pero también lo es que la oposición se está comportando con lamentable irresponsabilidad, incapaz de posponer intereses sectarios y de ponerse a trabajar con sobriedad para apoyar al Gobierno hasta que se estabilice la situación. Los ciudadanos estamos hartos de oír hablar de patriotismos, banderas y zarandajas, y de ver cómo, a la primera de cambio, esos mismos y entusiastas políticos o empresarios olvidan la menor lealtad para con la sociedad de la que proceden y aprovechan la crisis para aumentar sus fortunas o incrementar sus afiliados.

Tenemos un serio problema de credibilidad internacional que hay que atajar inmediatamente. En un momento en el que los mercados están inundados de deuda norteamericana, España no puede permitirse que se la coloque al mismo nivel de insolvencia que Grecia o que Letonia, y ese es un trabajo que corresponde al Gobierno de Rodríguez Zapatero, pero también a la oposición y a algunos grandes empresarios españoles. Lo mejor sería empezar por no cometer más chapuzas como la de Davos. La idea de acudir al foro financiero mundial (del que el Gobierno español estuvo tontamente ausente durante los últimos años) podía haber estado justificada en ese intento de mejorar los niveles de confianza, pero se convirtió en un desastre de inoportunidad. Quien aconsejó a José Luis Rodríguez Zapatero que subiera a un estrado para sentarse en la misma mesa que los mandatarios de Grecia y de Letonia debería haber presentado ya su dimisión. El primer ministro belga fue lo bastante rápido como para quitarse del medio, y hubiera sido mucho mejor que el presidente del Gobierno español sufriera un repentino ataque de tifus antes que aparecer asimilado a Papandreu y Zatlers.

El Gobierno tiene que esforzarse en transmitir calma y confianza. Seguro que tiene que poner en marcha medidas consensuadas que impliquen un ajuste de las cuentas públicas y una cierta austeridad, pero sería también aconsejable dejar de convertir el debate sobre el futuro de las pensiones en el único debate sobre nuestro futuro. Si llegamos a 2030 sin poder pagar las pensiones, será, sobre todo, porque habrá poca gente trabajando y cotizando. Y si dentro de 20 años la economía española no ha sido capaz de reactivarse y se mantiene en niveles del 20% de parados, entonces es muy probable que nuestro menor problema sea la cuantía de las pensiones. Incluso el menor problema de la Unión Europea en su conjunto, porque si de aquí a 20 años la UE no ha sido capaz de coordinar las políticas económicas y fiscales de la zona euro y sigue comportándose como un grupo de países descoordinados en el plano internacional, mendicantes, uno a uno, frente a Estados Unidos y a China, entonces la partida estará definitivamente perdida y los ciudadanos, españoles y europeos, estaremos pagando, en nuestras pensiones, en nuestros sueldos, en nuestra vida, la inoperancia, cobardía y autosuficiencia de una organización que pudo haber cambiado muchas cosas y que unos cuantos optaron por transformar en una estructura estúpida e inane.

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