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Comienza 10 años después el juicio del accidente del Concorde en París

La mayoría de las familias de los fallecidos ya ha cobrado una indemnización

Antonio Jiménez Barca

El 25 de julio de 2000, a las 16.42, un Concorde de Air France despegaba del aeropuerto Charles de Gaulle con destino a Nueva York con su fuselaje envuelto en llamas. Durante dos minutos, el piloto trató de aterrizar en el cercano aeropuerto de Bourget, sin éxito. Finalmente, se estrelló contra un hotel de la localidad de Gonesse. Murieron las 109 personas que iban a bordo del avión, la mayoría turistas alemanes que iban a Estados Unidos a embarcarse en un crucero, y cuatro empleadas del hotel. Un juicio que se antoja intrincado, lleno de testimonios técnicos de especialistas en aeronáutica, que empezó ayer en Pontoise, en las afueras de París, tratará de responder a la pregunta clave: ¿Por qué se estrelló el Concorde?

Habrá sentencia el 28 de mayo; en ella se espera saber la causa del siniestro

El accidente significó la defunción de este elegante avión supersónico de fabricación franco-británica, que voló por primera vez en 1969 y al que, dada la cantidad de combustible que necesitaba, la crisis del petróleo convirtió en un mal negocio. En 2003 voló por última vez.

La investigación previa al juicio, que ha durado más de ocho años, amontona kilómetros de documentos. La acusación no tiene dudas sobre lo que pasó: cuatro minutos antes de que despegara el Concorde, despegó en la misma pista un DC-10 de la compañía estadounidense Continental Airlines que dejó en el suelo una pieza afilada de titanio que, deficientemente sujeta al fuselaje, se había desprendido del avión. Una de las ruedas del Concorde, que cogía velocidad para el despegue y que rodaba ya a más de 300 kilómetros por hora, chocó contra la lámina, que actuó como una auténtica cuchilla de afeitar. La rueda estalló, llevándose con ella parte del tren de aterrizaje y dañando de paso uno de los depósitos de carburante situados en un ala. El queroseno que comenzó a fluir se inflamó casi inmediatamente al entrar en contacto con las chispas que aún saltaban de la explosión de la rueda.

Por eso, la fiscalía acusa de homicidio involuntario a dos antiguos empleados de la compañía aérea estadounidense, a dos antiguos miembros del programa Concorde y a un ex dirigente de la Dirección General de Aviación Civil francesa. Los dos primeros, por considerarles responsables del anclaje de la lámina; y los tres siguientes, por no haber resuelto determinados problemas técnicos que aquejaban al Concorde, en especial a la fragilidad de sus ruedas, y que se habían puesto de manifiesto en varios incidentes parecidos que, milagrosamente, no acabaron en tragedia.

El abogado de Continental Airlines, Olivier Tetzner, asegura, por el contrario, que el Concorde se incendió varios centenares de metros antes de que topara con la lámina de titanio, de modo que la causa del accidente hay que buscarla en otro lugar.

El juicio durará varios meses. La sentencia se hará pública el 28 de mayo. La mayoría de las familias de las víctimas han renunciado a presentarse como parte acusadora. Un año después del accidente recibieron una fuerte indemnización, que según la cadena de televisión francesa i-Tele llegó a un millón de euros por persona. Por eso, el presidente del tribunal, para conjurar el peligro de un juicio de ingenieros, sin víctimas, como si el avión volara vacío, manifestó ayer al inicio de la vista: "La parte técnica del proceso no debe hacer olvidar su dimensión humana".

El piloto del avión, Pierre Dubal, conversa con otro miembro de la tripulación en la cabina del avión durante el vuelo inaugural del Concorde de Air France, el 24 de mayo de 1976.
El piloto del avión, Pierre Dubal, conversa con otro miembro de la tripulación en la cabina del avión durante el vuelo inaugural del Concorde de Air France, el 24 de mayo de 1976.AP

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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