Giro en Afganistán
La propuesta de Karzai de negociar la paz con los talibanes abre un nuevo y arriesgado frente
La conferencia de Londres sobre Afganistán, convocada para obtener dinero y afinar la vacilante estrategia aliada en una guerra que va a peor, ha servido en realidad para abrir un arriesgado nuevo frente político. La reunión ha cambiado de signo tras la propuesta del presidente Hamid Karzai de iniciar en los próximos meses conversaciones de paz con los talibanes para incorporarlos a la vida política del desquiciado país centroasiático. El instrumento será una asamblea de notables con exclusiva participación afgana.
La iniciativa de Karzai no es nueva, pero su formulación precisa -"reconciliación"- y el solemne escenario elegido la dota de gran calado, hasta el punto de que la secretaria de Estado Clinton se ha abstenido de apoyarla formalmente. La apertura a los talibanes de un presidente que depende de Washington para mantenerse en el poder va mucho más allá de lo propugnado por Obama y sus asesores, algo tan distinto como apoyar con dinero e incentivos a combatientes de a pie para que abandonen la lucha armada. Y no puede dejar de ser vista por la Casa Blanca como un signo de debilidad, precisamente cuando EE UU intenta enderezar la situación mediante un considerable refuerzo de tropas. Londres, sin embargo, no podía dar la espalda a Karzai, pese a su descrédito, precisamente por proponer que Afganistán tome las riendas de su futuro, objetivo final de los aliados para comenzar su ansiada retirada. Y así se desprende del comunicado final. Pero también en este aspecto el líder afgano ha puesto en un brete a sus protectores, al declarar que quizá sean precisos entre 5 y 10 años más de presencia militar occidental en su país.
Los talibanes, que siempre han rechazado ser interlocutores de Kabul mientras no se vayan las tropas extranjeras, anuncian una rápida respuesta. La propuesta de Karzai, pese a sus bonitas palabras, es tanto más arriesgada por cuanto plantea negociar con una fuerza insurgente fortalecida, que tiene además a su favor el presentarse como escudo del islam en un país invadido. Quien se percibe ganador suele tener escaso interés en comprometerse con un poder desacreditado y cuyo decisivo apoyo externo, EE UU, ha puesto una fecha de caducidad tan próxima a su presencia en Afganistán. Salvo que los talibanes pretendan recuperar rápidamente el poder que perdieron hace ocho años y volver a hacer de su país una bomba de relojería para el resto del mundo.
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