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Columna
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Malestar y división

Mejor será no ser deterministas ni maniqueos, sobre todo en un momento como éste cuando la conflictividad que ha creado la política está alterando y dividiendo a la sociedad gallega. No serán éstos días que recordemos con agrado, todo está descolocado pero no para bien.

El atentado contra el domicilio familiar del catedrático y comentarista político Roberto Blanco Valdés nos enseña lo que espera al final del camino de división y encono, el envilecimiento. Por mucho que uno discrepe de las opiniones de otro, nada más bajo que agredirlo por esas opiniones y poco más vil que atacar a su familia en casa. Los seres humanos cargamos un sentido de la vergüenza y la culpa innatos, por ello, para cometer ruindades necesitamos justificarnos ante nosotros mismos: para eso están las ideologías totalitarias que absuelven al individuo de la culpa personal y lo justifican por un supuesto bien colectivo. Justificar acosos y atentados cobardes contra un ciudadano nos haría comportarnos como miembros de una secta, como sectarios, Blanco Valdés y el periódico que acoge sus opiniones (La Voz de Galicia) tienen todo el derecho a publicar sus puntos de vista sin temor. Y todos deben poder hacerlo. La libertad de expresión es siempre la misma, niegue quien la niegue y la ejercite un pobre o un rico, en un panfleto rudimentario o en un periódico poderoso. Nada justifica a los que quieren acabar con ella y nadie debe justificarlo pues es de todos. Aunque la merezca más quien se arriesga por ejercerla para todos, en este caso la víctima de ese atentado.

Feijóo hizo suyas las mentiras de alguna prensa madrileña; fue un error que lo manchó

Si nada justifica atacar personalmente a los que piensan de modo contrario a uno, es responsabilidad de todos, especialmente de los gobernantes, no crear un ambiente que ponga en riesgo la convivencia y no dar gratuitamente coartadas al sectarismo. La vida social democrática se ordena con leyes y autoridad que las garantice, pero se pervierte si no se mantiene vivo el diálogo, y en Galicia han ocurrido cosas en el último año que han alterado la convivencia. La violenta campaña emprendida hace un año por algunos medios de prensa madrileños, con francas mentiras y manipulaciones insidiosas, para manchar la honra personal de los gobernantes del anterior gobierno de la Xunta, aquellos autos y yates, y la campaña contra nuestra lengua fueron verdaderas provocaciones. Que tanto Feijóo como sus colaboradores las hiciesen suyas fue un gran error que los manchó. Un error del que no calcularon sus consecuencias. Y del que están presos.

A Feijóo lo precedía una leyenda: un gestor pragmático de derechas con el que se podía dialogar. ¿Dónde va esa leyenda? ¿Qué queda a estas alturas de la figura pública que prometía ser, el político dialogante que aseguraba estabilidad? No queda nada, triturada en menos de un año. Es lógico que haya oposición al desmontaje de la red de asistencia social que comenzó a crear el bipartito, a la vuelta por la puerta grande de los grandes intereses madrileños al reparto éolico, al aumento de la desprotección de ríos y costas... Todo eso era lógico preverlo, pero el poner patas arriba el sistema educativo y crear un malestar y disgusto tan extendido debido al franco menosprecio a Galicia como país, eso no estaba previsto. Y ese malestar profundo creado es responsabilidad única y exclusivamente suya. Cuando aceptó dejar de ser el personaje de la leyenda que él mismo había creado, el gestor pragmático y dialogante, y aceptó ser el hombre de la calle Génova en Galicia seguramente no supo preveer a que lo conduciría a él y a todos nosotros. En realidad este presente de división absurda ya se gestó cuando ganó unas elecciones de modo imprevisto. Tras una campaña provocadora con promesas descabelladas que lo ataban le resultó imposible hacer un gobierno de primera categoría, teniéndose que conformar con fichajes improvisados. Ganó por un sólo diputado, tuvo menos votos que la suma de los de sus oponentes, pero tenía en frente a dos organizaciones derrotadas y vencidas, con sus dos líderes caídos y cuestionados, apartados a un tercer plano. Con sensatez y prudencia habría asentado su presidencia, reconocido y aceptado por el conjunto de la sociedad, podría haber reinado. Pero no. Hasta ha acabado por legitimar el baltarismo, que ayer le propinó un revolcón.

Aquel Núñez Feijóo de su leyenda fue y es rehén de la sumisión a Génova, eso le impide actuar cabalmente como presidente de Galicia y lo ha hecho comportarse como un diputado de su partido que lanzan sobre un territorio desde un potente avión. Pero resultó que el territorio donde cayó el paracaidista es Galicia, aún.

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