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Entrevista:Alberto Oliart | ENTREVISTA

'En la habitación del poder no hay más que sombras'

Juan Cruz

Cuando nos íbamos, Alberto Oliart se situó ante el panel de quince o veinte televisores que tenía, apagados, en la pared de su amplísimo despacho de presidente de Radiotelevisión Española, en Prado del Rey. Alguien los encendió casi simultáneamente, y este extremeño que nació en Mérida en el calor de julio de hace 81 años señaló para la pantalla más grande: "Mira, ¡ésta es la alta definición!". Esa tarde gélida de enero en Madrid iba a estudiar alta definición, le estaban esperando. Lo está estudiando todo, dice; menos periodismo, "porque eso es de cultura general, y se basa en el equilibrio; para eso no hay que estudiar".

Oliart es un hombre discreto, o al menos lo ha sido siempre. Hasta ahora. La experiencia (que algunos confunden con la edad) le ha dado un enorme desparpajo. Por esa senda ha corrido para decir, por ejemplo, que creía que la parrilla era algo para asar costillas. Y por la senda del sentido común se encrespa cuando sus directivos pronuncian la palabra share, "que en inglés significa tantas otras cosas", cuando quieren decir audiencia, "que es una palabra española, por qué demonios no lo decimos en español, ya que don Miguel nos dejó una lengua tan bien hecha". Es (o ha sido) discreto, y además es un hombre alegre. Ese tipo circunspecto que uno imaginaría en un ex abogado del Estado (aunque de eso nunca se es ex) que además ha sido ministro de Industria y de Defensa en los difíciles tiempos de la Transición no es el Alberto Oliart que tenemos delante. Al contrario. Es un hombre alegre que ha escrito unas memorias melancólicas, Contra el olvido, con las que ganó hace 12 años el Premio Comillas de la editorial Tusquets.

"vi muy pronto las ventajas de la democracia, el diálogo y la tolerancia"
"Nuestra generación abrió luces y salieron de ese foco de barcelona"
"El poder nunca me ha tentado; sólo como un medio para hacer cosas"

En esas memorias, que se refieren a su infancia y juventud, hasta que su padre lo pone en un tren para que en Madrid se haga abogado del Estado, está el cañamazo de este Oliart de hoy, "comprometido" a presidir Radiotelevisión Española de acuerdo con un consenso político que lo señaló como uno de los pocos españoles con experiencia política y de gestión que podrían abrirse paso en la maraña de desacuerdos que animan hoy a tirios y troyanos.

Ésas son unas memorias melancólicas en las que despuntan muchas alegrías, por ejemplo, la alegría de la amistad, que en su caso tiene muchos nombres propios, entre los que cabe subrayar los de los poetas Carlos Barral (editor también), Jaime Gil de Biedma y Alfonso Costafreda, y el novelista (y poeta) Juan García Hortelano. La presencia de Oliart en ese grupo es de una enorme importancia en la construcción de su educación sentimental, y de eso se habla aquí, en esta conversación.

Pero hay un elemento de esa autobiografía que ya marca una soledad de la que Oliart habla en pasado a pesar de que, como él dice, todo pasado está incrustado en el presente y lo hace posible. Fue cuando los falangistas de Mérida salvaron a su padre, al inicio de la Guerra Civil, metiéndole en el primer tren hacia el norte, para evitar que el capitán de la Guardia Civil Gómez Cantos lo detuviera y eliminara, alegando que era catalán, cuando en realidad había nacido en Valencia de madre extremeña. Así que su presente es su pasado, y por ahí empezamos, cuando el Oliart de casi diez años se da cuenta, como diría años más tarde su amigo Jaime Gil de Biedma, de que la vida iba en serio.

La tragedia de la guerra, el padre perseguido en Mérida, y ya la vida va en serio. ¿Cómo digirió esa experiencia? Tuvo el efecto de una maduración muy rápida. Creo que la Guerra Civil tuvo ese efecto en todos nosotros, "los niños de la guerra", como decía Juan García Hortelano. Recuerdo drama, bombardeos, el horror del bombardeo naval de Barcelona, las bombas de Mérida… Y todo lo que rodeó a la guerra, como la evidencia de que a los mayores se les había roto la vida… Estaban tensos, nerviosos, cambiaron sus formas con respecto a nosotros… Fue para mí, también, el principio de mi independencia, de mi soledad. Fue cuando empecé a comprender que había una distancia. Una distancia en la que empieza mi independencia. Adoraba a mi madre, mi padre era mi padre, pero noté de pronto que yo era otra cosa, y empecé a sentirme solo. Un proceso de independencia, de maduración muy rápida.

Esa soledad conduce esta memoria que usted titula 'Contra el olvido'. Pero es que esa soledad era una maravilla. Con 13 años, montando a caballo en una finca -que hoy es mía-, yendo a otras a las que me enviaba mi abuelo, fincas de labor que rodeaban Mérida y que el padre de mi abuelo se había dedicado a comprar porque seguramente le llevaba allí la comida a su padre, a mi bisabuelo, que era yuntero y que entonces era ya muy rico… Esa soledad era de una plenitud tremenda. Todo era señal de una gran serenidad, de afirmación en mi propia soledad.

Serenidad en medio de la herida nacional. ¿Cómo cree que pervive esa herida en nuestro país? ¿Ya es simplemente una cuestión de memoria o está incrustada en el alma? Sospecho que una tragedia tan terrible pervive de alguna manera. No se separa uno fácilmente de la historia de su pueblo, y no lo digo por mí, que con 81 años es normal que no me haya separado; lo digo porque a veces noto la acritud de formas con que se enfrenta gente de distintas ideologías o convicciones, sean políticas, culturales o religiosas. En esa acritud he rastreado, he olido, el humo de aquel incendio.

Su talante siempre ha sido el de arreglar incendios. En sus memorias recuerda cuando juntó a dos amigos suyos que se habían peleado, Carlos Barral y Jorge Folch. Folch había abofeteado a Barral, usted los juntó en su casa y les dijo: "Dos amigos míos no pueden andar peleados". Y se reconciliaron, y fuimos amigos los tres. Inseparables. Todas las tardes se reunían en mi casa. Yo estudiaba. Carlos se ponía a hacer poemas que no terminaba nunca, y de vez en cuando abría el libro. Aun así sacaba buenas notas.

Ese episodio de conciliador forma parte de su talante… De una parte de mi talante. Además, llegué muy pronto (cuando tenía entre 13 y 15 años) a conclusiones sobre las ventajas de la democracia, el diálogo y la tolerancia sobre las demás formas de convivencia social. Y me convertí en un demócrata, pero en un demócrata consciente. Es decir, admiraba el sistema constitucional inglés, americano o francés; era un admirador de las democracias liberales, y eso que Francia entonces estaba ocupada por los alemanes. Yo salía de una guerra y empezaba a vivir otra guerra completa. Entre el año 36 y el 45, año de la paz en Europa, mis amigos y yo vivimos en un mundo en guerra. Eso me convenció todavía más de esas convicciones democráticas. Empecé a leer muy pronto a Bertrand Russell, por ejemplo, y sus ideas sobre el gobierno mundial, que recuerdo que me impresionaron mucho.

En esa construcción del carácter, Cataluña fue fundamental. Lo fue en la educación, sin duda. Tanto en el instituto, por los amigos que tuve… Bueno, no eran amigos, me rehuían. Hasta que un día me peleé con unos falangistas a los que dije que Hitler perdería la guerra porque había cometido el tremendo error de atacar a Rusia, el mismo error que había cometido Napoleón y que era evidente que no aguantaría en la guerra en dos frentes… Se enfadaron muchísimo. Entonces aquel grupo que me rehuía se me acercó: "Oye, que queremos ser amigos tuyos". ¿Por qué?, les dije. "Por todas esas cosas que dices", contestaron. Claro, nadie se atrevía a decirlas entonces. Yo era muy insensato, más insensato que fuerte o valiente. Eran todos catalanes, y ante mi insistencia por querer saber por qué antes no me saludaban y ahora querían ser mis amigos, me aclararon: "Es que creíamos que eras un señorito". Yo era un señorito, si quieres, pero por atacar a la Alemania nazi ya pasé a ser algo distinto.

Es curioso, usted cuenta casi con las mismas palabras el comienzo de la amistad con Barral y con Gil de Biedma. Uno se le acerca y le dice: "Tú eres Oliart y yo soy Carlos Barral". Y Jaime se le presenta con la misma fórmula… Fue así. Jaime y yo habíamos sido párvulos juntos en el colegio Luis Vives de Barcelona, un colegio de clase media alta. Pero en el caso de Carlos se me acercó, según él, porque yo llevaba una chaqueta de pana negra, algo que al parecer le impresionó tremendamente, y porque además llevaba gafas. Y Carlos se hizo enseguida una chaqueta de pana marrón. Nos hicimos muy amigos. Me preguntó mi edad, le dije que 17 años, y él me dijo que tenía 18. Nos fuimos a tomar un café y ahí empezamos a hablar de literatura. Al llegar a la escalera que bajaba al bar de la entonces Universidad de Barcelona, se queda parado y me dice: "Mira, la verdad es que yo también tengo 17 años". ¡Me pareció tan ingenuo, me hizo tanta gracia, que enseguida me hice amigo suyo!

Hasta que un día, usted le contó que Yvonne (el amor, luego la mujer de Carlos) de quien estaba enamorada era de usted… No, eso pasó antes. De muy jovencita, Yvonne, que tenía 14 o 15 años, era ya muy mona y muy formal. Y me contaron que quizá ella tenía predilección por mí. Y eso me lo contaron después, cuando ya Carlos se había enamorado y lloraba por ella. Y como lloraba tanto me dio mala conciencia y le conté esa estupidez, que ella había estado enamorada de mí, según me habían dicho. Carlos me llamó cabrón y creo que ya me detestó hasta que nos hicimos mayores… Seguíamos siendo muy amigos, pero era una amistad en la que yo era un poco su hermano mayor, el que le despertaba para que llegara a clase porque si no le suspendían. Era una asignatura en la que si ibas, te aprobaban, y si tenías un fichero, te daban matrícula. Se examinó con mi fichero y sacó sobresaliente porque todo lo que hizo fue enseñar las fichas.

¿Cómo ve hoy la figura de Barral? Históricamente, es una figura esencial en la lucha por la libertad de la cultura en la España dificilísima del 53 al 73, cuando ya tiene que abandonar porque le han hecho la vida imposible… Querían quitárselo de encima porque no podían meterse con él de otra manera. Era tan conocido entre los grandes editores y periodistas del mundo que si el régimen se metía con Carlos, le venía una encima que para qué. A lo más que se atrevían era a quitarle el pasaporte.

Era una España oscura y luminosa al mismo tiempo… Nuestra generación abrió luces, y ese foco de Barcelona fue el foco del que salieron esas luces. Tanto Javier Pradera como el cura [Jesús] Aguirre, que después fue duque de Alba, me dijeron que ellos habían aprendido de Carlos Barral. Pero es que lo dicen también Jorge Herralde, Esther Tusquets y Beatriz de Moura… A veces eso les llevó a posturas de "compañeros de viaje", como luego tituló Jaime [Gil de Biedma] su libro… Jaime quiso entrar en el partido comunista, y lo echó atrás Manolo Sacristán diciendo que un homosexual no podía entrar en el partido. Aquello destrozó a Jaime completamente. Pero Carlos no era marxista, aunque él lo dijera. Un día, caminando por la playa de Calafell, me dijo: "Alberto, tú lo sabes: yo lo que soy es un anarquista a quien únicamente le preocupa poner bien una coma". Eso sí era verdad.

¿Tiene usted la sensación de que esa generación de niños de la guerra ha sido opacada por las generaciones siguientes? Nos ha tocado lo que a todos nos toca con el tiempo, que es la opacidad del olvido. La gente se olvida de lo que fue Carlos. De Jaime no se olvidan porque fue un poeta popular. Carlos es más difícil, con esa gramática y esa sintaxis, como de Góngora, la gente se acercaba a él con dificultad… Carlos es un poeta muy bueno, y como prosista memorialista, como dice Josep Maria Castellet, es un número uno…

Usted recuerda cuando Jaime le confiesa su homosexualidad… Ya éramos amigos, y un día me cogió a mí (y luego hizo lo propio con Carlos) y me dijo: "Nos estamos haciendo muy amigos y no quiero que te enteres por fuera de lo que me pasa. Puedo ir con mujeres" (y he conocido a algunas amantes que hablan de él con fascinación como hombre) "y en cambio sólo me enamoro de hombres". Fue cuando me contó que a los tres años había servido de objeto sexual a una persona mayor de su familia… Yo tendía poco a juzgar las cosas que no entendía, por aquello de "no juzgues si no quieres ser juzgado", y comprendí que no podía enjuiciar nunca a un homosexual. Pensaba: "Bueno, si eso me pasa a mí, a lo mejor estaría como él". Eso no rompió ni un ápice la amistad. Primero, Jaime era muy hombre, un tipo fuerte, valiente, al que había que pegarle por sorpresa, porque si no él te pegaba a ti… Parece que existe la idea de que el homosexual es ser débil, y eso no era él. También era muy inteligente y muy culto…

¿Cuál era la actitud política, social, de Jaime…? Pasó el sarampión que pasaron todos… El marxismo, pero no todos eran marxistas, o comunistas. Un día, hablando con Beatriz de Moura de toda esa generación, le expliqué que había conocido a Sacristán -el mejor pensador marxista que había habido en este país cuando era un falangista furibundo… Y ella se quedó a cuadros. Entonces me dijo: "A lo mejor tú fuiste el único demócrata de nuestra generación, por lo que me estás contando".

¿Cómo ha vivido usted la polémica sobre la película 'El cónsul de Sodoma', sobre Jaime Gil de Biedma? No quiero ni oír hablar de esa película. Porque me parece que Jaime es un hombre, desde el punto de vista que a mí me interesa, como poeta, como amigo, un gran amigo para los que éramos sus amigos. Pensar que han hecho de su vida sexual el centro de su vida me parece que es destrozar a un personaje; y eso no tienen derecho a hacerlo con uno de los mejores poetas en castellano de la segunda mitad del siglo XX que sigue vivo en el siglo XXI. Para mí es tan importante esa figura, junto con la amistad que sentíamos el uno por el otro, que no quiero ni ver esa película. Las historias de culos no me interesan nada. Jaime es mucho más importante que su homosexualidad, infinitamente más importante.

¿Le sorprendió cuando Adolfo Suárez le llamó para ser ministro en 1980? No. Comprendí enseguida para qué me llamaban a La Moncloa. Se lo dije a mi mujer. Si me llaman, sólo será para ser ministro. Mi entrada en la política, aparte de mi pasión por la democracia, es porque estaba encendido de entusiasmo cuando empieza la Transición. Cuando oigo el primer discurso del Rey, me dije: "Este Rey trae la democracia". Si me llaman, me dije cuando sonó ese teléfono para que fuera a ver a Adolfo Suárez, quizá mi obligación sea intentar poner mi grano de arena en evitar que ocurriera lo que habíamos vivido en nuestra generación: violencias y cosas muy graves. Y así estaba la cosa en ese momento. Lo sigo pensando, y estoy aquí, en este despacho, en parte por esas vivencias.

¿Cómo abordó esas obligaciones, ministro de Industria, ministro de Defensa tras el 23 F? Con verdadero entusiasmo. Era un reto tremendo el trabajo en Industria. No había dólares ni para pagar la factura del petróleo del día.

Pero el Ejército era otra cosa. Ser ministro de Defensa ha sido la experiencia más intensa, interesante y que más me ha marcado en mi vida pública. La verdad es que los militares que me rodeaban fueron básicos, cualesquiera que fueran sus ideas; había algunos demócratas partidarios de que el Ejército profesional no se metiera en política… Las dos ramas del Ejército, que estaban enfrentadas, eran la de los profesionales que venían de Díaz Alegría y de Gutiérrez Mellado, que era más minoritaria; los otros eran los militares que querían que el Ejército dependiera del Rey y vigilara al Gobierno. Es decir, un sistema Pinochet, pero con un rey en lugar de con un general. Eso hizo que tuviera que tener un trato con ellos comprendiendo lo que eran, algo que mis compañeros del Consejo de Ministros no siempre entendían, o parecía que no querían comprender. Les decía: "El Ejército que tenemos es un ejército de la Guerra Civil. Todos los mandos han hecho la guerra de un modo u otro, y se han educado en academias franquistas". Y ese otro grupo, que no era pequeño, era partidario de ser profesionales que sabían que debían vivir apartados de la política. Desde ese punto de vista eran críticos con lo que había hecho el régimen de Franco. Tenías que promover a gentes que sabías que eran franquistas. Y eso ponía nerviosos a algunos compañeros. Pero, claro, ¿qué creían que había allí? ¿Un grupo de intelectuales de izquierdas metidos en cuarteles y vestidos de militar? Además, ¿qué era lo que teníamos que hacer con la transición política? Conseguir que en España conviviéramos unos con otros. ¿O es que nos íbamos a tragar cuarenta años de la historia de España como si no hubiera existido, y menos con el Ejército que teníamos? Eso era tan irreal… Cuando dicen memoria, olvido, ley de punto… ¡Qué tontería! O convivíamos o era imposible la democracia, sencillamente.

Al principio de 'Contra el olvido', usted cita a Emilio Lledó, el filósofo que presidió el comité de sabios que puso las bases de la actual radiotelevisión que usted preside. Dice Lledó: "Memoria es posibilidad de pervivir porque memoria es rastro de temporalidad, ausente presencia de vida". Y a lo largo de su libro y en esta conversación habla mucho del futuro… Ese espacio y tiempo al que llamamos futuro… Y ahora ya está en el futuro, sentado aquí, se lo han puesto en las manos… ¿Cómo lo ha tomado? Lo he tomado como lo que es: como un poderoso medio de influencia que debemos lograr que se mantenga en el espíritu de la ley, que lo ha hecho, absolutamente independiente, y es verdad que lo es. Independencia que tenemos que guardar. Y al mismo tiempo esa objetividad y ese distanciamiento entre fuerzas distintas y a veces contrarias nos obliga a presentar la realidad en todas sus facetas. Y me parece apasionante meterse en este mundo a los 81 años. No quería al principio, por respeto a mi edad y a lo bien que vivía jubilado en un pequeño paraíso gallego que tengo para mí y para mi mujer en la ría de Muros y Noia… Pero estoy comprometido. Cuando me preguntan: "¿Estás contento?", respondo: "Estoy comprometido", que es otra cosa.

¿Le pareció igual que cuando le llamó Suárez? ¿Le pareció normal? No. Me extrañó sobre todo que me hablaran de esto con 81 años; estoy en una vida pacífica y tranquila… Pero, bueno, me ofertaron la jugada muy bien. Cuando el presidente [Zapatero] me llamó, le dije que esperara a que le agradeciera este encargo. Se echó a reír y dijo: "No, si soy yo el que te tengo que dar las gracias". Eso ya te gana el saque. Después, en una entrevista con Mariano Rajoy, éste estuvo muy afable y muy comunicativo. ¿Y qué voy a hacer? Bueno, pues te ha tocado, me dije, adelante.

¿A qué le obliga el consenso? A mantenerlo. Yo creo en él. No creo que sea permanentemente la forma de hacer política, y en el Parlamento no se hace el consenso fácilmente, como pasaba en nuestra época. Yo era capaz de hablar con Carrillo y con quien fuera. Carrillo y yo ahora somos amigos, y fíjate lo lejos que yo estaba del PC. Sin embargo, comprendí que había hecho un gran servicio a España, hacer admitir a la ejecutiva del partido comunista la figura del Rey, la bandera… Lo mismo digo de Fraga. Fraga hizo un gran servicio, que fue meter cinco ministros de Franco en las primeras elecciones.

¿Qué es lo que más le inquieta de este transatlántico que han puesto en sus manos? Que sigamos manteniendo la calidad en la que lo ha dejado Luis Fernández y Javier Pons, al que he tenido que destituir.

¿Le ha tenido que destituir? Hombre, sí, porque vi que podía dudar [ante este nuevo modelo] y le dije: "Mira, o todo o nada, así que hay que comprometerse otra vez". ¿Habría sido capaz de hacerlo? No lo sé. Es extraordinario lo que ha hecho, y así lo he hecho constar en el consejo. Había divisiones, pero dije: lo cortés no quita lo valiente, lo que ha hecho es para descubrirse y felicitarle. Conseguir con el último programa del año -en el que intervinieron también Lola Molina y Eva Cebrián- un 44% de la audiencia es un récord, que allí llaman share, ¡teniendo la palabra española! Lo digo: "¡No digáis share! Vamos a hablar en castellano, que don Miguel escribía muy bien y dejó una lengua muy hermosa para todos". Pero, chico, volviendo a Pons, este tío es un tío genial. No he tenido empacho nunca en decirle a alguien enhorabuena si me parece que ha hecho una gran obra. Así pues, ¿qué pienso? Mantener eso que se ha hecho, porque creo que todos los que estamos aquí nos debemos a una televisión, a una radio y a unos medios interactivos, que aún estamos poniendo en marcha, para que constituyan un modelo de referencia en un país con la historia que tiene España.

Llega usted en un momento de mucho ruido, en un tiempo en que la conversación está muy percutida. ¿Cómo se puede cambiar el tono desde aquí? Me lo dijo con palabras muy claras el director de Informativos, Fran Llorente: "Sencillamente, presentando las dos versiones siempre. Tú presentas una y otra, y que juzgue el que lo ve". La noticia la tienes que dar. Pero la técnica más aproximada a la objetividad es ésa, dar las dos versiones.

O sea, que está usted aprendiendo periodismo… ¡Estas cosas son de cultura general!

Hizo usted la broma de la parrilla. Habrá cosas que le gusten o no de este asadero que es la tele. La televisión combina cosas muy heterogéneas: el documento, el cotilleo más amarillo… Que yo sepa, nosotros no practicamos el cotilleo más amarillo ni lo que algunos llaman televisión basura… Pero es que a la gente hay que entretenerla. Si hacemos grandes conversaciones sesudas sobre las religiones monoteístas, el personal se acaba durmiendo. Hay un momento en que tienes que dejar de profundizar, te tienes que entretener. Y te vas a ver una película para reírte o te vas a escuchar a Joaquín Sabina. Estamos divididos en diversión y drama. Hacer reír es importantísimo para la salud del espíritu y del cuerpo. A las señoras y a los señores les interesa el cotilleo. Y debe entrar en las gotas justas para dar sabor picante a lo que tomas.

Cuando le nombraron, la gente evocó la contradicción entre un nombramiento tan importante para un hombre de su edad en una empresa sometida a un ERE que echó de la casa a 5.000 profesionales mayores de 52 años… No, no los echaron. He hablado con Carmen Caffarel, una mujer extraordinaria, y me ha dicho algo muy importante, y es que no podían parar a los que se querían ir… Lo intentó con una serie de gente, gente que no ha sido sustituida porque tenían unos conocimientos irreemplazables… Pero el ERE fue voluntario… Y se fueron muchos porque acaso no veían porvenir aquí, quizá porque veían que eran demasiados y que un día se les iba a cerrar el paso… No lo sé. Y esa comparación con mi edad. Pues yo no pedí este puesto, ¿eh? A mí me han llamado. No he pedido entrar más que en una cosa, y me costó una oposición nada fácil, la de abogacía del Estado.

El tiempo para usted, y eso se empieza a ver en 'Contra el olvido', es una mezcla de luces y sombras; algunas sombras son dolorosas. ¿Cómo vive usted el dolor… de la muerte de mis dos hijos?

Sí. Si con cada niño nace un mundo nuevo, cuando un hijo se te muere, parte de tu mundo se muere. Yo tengo dos partes muertas en un mundo total que soy yo, que es más amplio. Luego hay otros cuatro hijos y nietos, pero cuando se te muere una parte de tu mundo, lo que vive siempre dentro de ti es el desgarro, y tienes que vivir con él. La muerte de un hijo, de esa fuerza de los niños, te hace ver que somos mortales.

Aquí está usted ahora, ante esas pantallas. Un botón, y menudo poder. El poder nunca me ha tentado como tal. Me ha tentado como un medio de hacer cosas. Luchar para que haya una televisión cada día más propia de un Estado como es el Estado español, con una lengua que es parte de ti… He recordado esta frase de José Entrecanales, cuando me nombraron consejero y director general del Banco Hispano: "Ahora entra usted en una cumbre del poder, pero cuando entre en la habitación donde están los mandos, verá usted que en esa habitación no hay más que sombras". Y tenía razón.

Alberto Oliart, presidente de RTVE.
Alberto Oliart, presidente de RTVE.SOFÍA MORO

La entrega a la cosa pública

Alberto Oliart Saussol (Mérida, 29 de julio de 1928) es abogado del Estado por oposición desde 1953. En 1965, una década antes de la muerte de Franco, fue nombrado director administrativo y financiero de Renfe. En 1973 abandona la Administración pública para trabajar como consejero director general del Banco Hispano Americano y consejero del Banco Urquijo.

Tras las elecciones de 1977, el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, le nombra ministro de Industria y Energía. En septiembre de 1980 ocupa la cartera de Sanidad. Un año después, Leopoldo Calvo Sotelo le nombra ministro para ocuparse de los asuntos de Defensa justo después del intento de golpe de Estado del 23 de febrero.

El 11 de noviembre de 2009 se supo el acuerdo entre PSOE y PP para nombrarle presidente de RTVE.

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