Espejismos sobre espejismos
Edificante principio de año: salvamos negritos en Haití mientras tratamos de hacerles la vida imposible en Vic, por ejemplo. Recorremos miles de kilómetros para alardear de generosidad y desprendimiento -caridad, al viejo estilo- en la feria de la beneficicencia global, pero somos incapaces de hacer un hueco a quien acude a nosotros. ¡Ah, amigos!, ¿acaso sucede que ese subsahariano llega hasta aquí con las peores intenciones, desea sustituirnos en nuestro trabajo y expulsarnos, al fin, de nuestro bienestar privilegiado? Pues claro, es obvio. ¿Por qué ellos no y nosotros sí?, deben de preguntarse. Es largo de explicar, desde luego. Mejor huir a Haití: allí somos los buenos y aquí tenemos la autoestima por los suelos. Edificante espejismo.
"Europa es vista como un espléndido campo de golf por los pobres del mundo", decía Helmut Schimdt. A Italia llegaban entonces barcos con miles de albaneses que creían que vivíamos como los potentados de Texas que muestran las series de televisión americanas. Quienes buscaban ese paraíso inexistente están ahora en nuestra puerta, aquí mismo. ¡Qué miedo! Hay que reconocer que esto no es aquel paraíso y que, por el contrario, nuestros garbanzos escasean.
Vaya derrumbe de expectativas creadas a conciencia: ni tenemos tanto ni estamos dispuestos -por lo que vemos- a compartirlo así como así. Como colofón, sólo catástrofes insoportables como la de Haití permiten reconciliar a los autosatisfechos europeos y norteamericanos con su estatus de superioridad: nos va el papel de salvadores. Y quizá por ello disputan estúpidamente franceses y estadounidenses. Los superhéroes de las catástrofes triunfan en la realidad mediática, ¿no es eso, a fin de cuentas, lo que importa?
Pero los foros de Internet y, acaso por contagio, los medios más clásicos afanosos por modernizarse son de una crueldad pasmosa: viven en un tiempo zapping y en un espacio que es un espejismo donde todas las expectativas nacen y mueren sin tregua. Ni siquiera el gran Obama ha resultado indemne al fluir de esa diabólica velocidad de espejismos y verdades, sin distinción. Suma y sigue.