No estamos enfermos
En la calle de Benavides de Órbigo de la localidad de San Martín de Valdeiglesias se ha producido estos días un suceso espeluznante que confirma, una vez más, que el infierno existe. La familia Lee lo ha conocido. Procedentes de Taiwan, se dedicaban a la importación de productos chinos, vivían en un chalé adosado y los cinco hijos de un matrimonio que los vecinos describen como discretos y educados tenían resultados escolares brillantes y parecían integrados. Llevaban en el municipio desde 2006 y no se trataba de esa clase de gente misteriosa que no se relaciona con nadie y alimenta la sospecha: varios vecinos y compañeros de colegio habían visitado la casa de los Lee, al parecer limpia y ordenada. Hasta unos parientes del alcalde, que es del PP, eran amigos de la pareja, lo que inmediatamente funciona como un salvoconducto de normalidad en el imaginario colectivo, vapuleado por el hallazgo de una realidad que inspiraría, si no lo ha hecho ya, la más terrorífica de las ficciones: tras dos meses encerrados en casa, se ha encontrado muertos al padre y a dos de los niños, y en lamentable estado de shock, abandono y desequilibrio mental, a la madre y los otros tres hijos, que al parecer convivieron con los cadáveres de sus familiares sobre un colchón que ocupaba un salón a oscuras y lleno de inmundicias.
El vegetarianismo puro constituye un estilo de vida más sano y es ético con los animales
Así funcionan muchas cabezas: si eres extranjero, hablas otro idioma, tienes otras creencias filosóficas o practicas otra religión, te conviertes automáticamente en sospechoso de tu propia desgracia. Excepto si existen parientes de alcaldes (del PP, aunque no necesariamente) que desmientan (con su sola intervención en el relato de los hechos o en la especulación acerca de lo que pasó, es decir, en su sola calidad de ser) que el mero hecho de ser taiwanés, hablar chino y practicar el taoísmo conlleva todas las papeletas para acabar siendo un habitante del infierno: protagonista de una película, o de una noticia, de terror. Es como si los parientes del alcalde (del PP, aunque no necesariamente) vinieran a recordarnos que Taiwan (Formosa) es una próspera isla dedicada con éxito a un desarrollado comercio de productos informáticos y biotecnológicos. Y nos instaran a acordarnos de que su sistema educativo es uno de los más eficaces del mundo, a tenor de los resultados de sus alumnos en las pruebas académicas mundiales, principalmente en ciencias y matemáticas. Y nos hicieran notar que el taoísmo tiene su origen en las escrituras del famoso Lao Tse, que la mayoría de nosotros estudiamos (o algo así) en el colegio, una filosofía secular que más tarde tomó elementos del confucionismo y del budismo y cuyo símbolo, representativo de la dualidad de todo lo que existe en el universo (femenino/masculino, luz/oscuridad, sonido/silencio, movimiento/quietud, vida/muerte...), es ese colgantito con una parte blanca y otra negra formando un círculo completo y que muchos han llevado alguna vez al cuello, incluso en San Martín de Valdeiglesias, junto a la crucecita de plata o la medallita de la comunión: el símbolo del ying y el yang.
Los vegetarianos y veganos habríamos necesitado unos familiares del alcalde (no necesariamente del PP) como salvoconducto ante una sospecha insólita, ofensiva y alimentada (nunca mejor dicho) por la ignorancia: la de que el veganismo practicado por los Lee (algo que afirman algunos de sus vecinos y niegan algunas cajeras del supermercado que frecuentaban, en fin) tuviera algo que ver con el infierno que les deparó el destino. Lo sugiere el primer párrafo de la noticia publicada el 16 de enero en este periódico sobre la citada tragedia, que acaba así: "Aunque tampoco descarta que padecieran una enfermedad. Los conocidos de la familia Lee cuentan que todos los miembros de ésta eran veganos (no comen productos animales ni los derivados de éstos)". Inconcebible. Tal y como está redactado, se relaciona directamente veganismo con enfermedad y, en última instancia, con la muerte, lo cual denota un desconocimiento grave de lo que es el veganismo, pues induce a confusión en el lector, y resulta impropio de un discurso del siglo XXI, en el que, por fortuna, aumenta extraordinariamente el número de personas que se decantan por una dieta y un estilo de vida vegetarianos o veganos. El veganismo o vegetarianismo puro no sólo no provoca enfermedad alguna (la deficiencia en los vegetales de la vitamina B12, presente en la carne, se suple con aportes vitamínicos, recomendados a todos los mayores de 50 años, sean o no vegetarianos), sino que protege de las enfermedades, comprobadas, que transmiten los productos cárnicos y sus derivados (arterioesclerosis, cardiopatías, hipertensión, diabetes, cáncer). El vegetarianismo puro constituye, en realidad, un estilo de vida más sano, además de ser ético con los animales: "Me niego a ingerir agonías", escribió la admirable Marguerite Yourcenar, quien, por cierto murió a la edad de 84 años. Y es respetuoso con el medio ambiente, tal es la necesidad de recursos para sobreexplotar a los animales de cría industrial. Lo ha reconocido en The Times el propio Nicholas Stern, máximo asesor sobre el cambio climático en Reino Unido, quien llegó a afirmar que, para evitarlo, todo el mundo debería hacerse vegetariano.
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