El infierno es un sueño
Soñar es gratis, pero los sueños perdidos salen muy caros. Carlos Barral soñó con ser un gran editor, lo fue y al despertar su editorial ya no estaba allí, al contrario que el microdinosaurio de Monterroso. Por añadidura, su trabajo devoró su vocación, como por otra parte le ocurre a tanta gente, y el magnífico poeta y prosista que era terminó por ser la cara en sombra del brillante editor, algo que lamentará cualquier lector que haya tenido en las manos sus mejores libros de poemas, en especial Metropolitano, Diecinueve figuras de mi historia civil y parte de Usuras y figuraciones; sus absorbentes memorias, Años de penitencia, Los años sin excusa y Cuando las horas veloces, o su novela autobiográfica Penúltimos castigos. El azul del infierno, publicado en la envidiable colección Únicos, de Seix Barral, rescata el último proyecto narrativo de Barral, un relato creado a partir de un cuadro del pintor flamenco Joachim-Patinir que no le dio tiempo a terminar, pues murió al mes de iniciarlo, y que cuenta la historia de Julia, una profesora de arte dramático, "moderadamente alcohólica, crecientemente paranoica y mortalmente deprimida" -según dice Barral en los diarios que incluye en el apéndice de este tomo-, que una mañana, mientras teme, o tal vez sueña, que su marido, un hombre que la ha decepcionado y que casi la asquea, o su hijo hayan sufrido un accidente fatal mientras buceaban, entra en un museo por entrar en alguna parte, y allí conoce a un restaurador y copista que, tomándose unas confianzas incongruentes, empieza a hablarle de Patinir y, de algún modo, le hace ver en el lienzo una representación tan real de su vida que la ensoñación le nubla la vista y propicia que sea ella quien sufre un percance. Al despertar, sus miedos se hacen realidad: su hijo, Manuel, se ha golpeado en la cabeza al salir a la superficie, y está en un hospital. ¿O fue al revés, primero la mala noticia y luego la pesadilla? A partir de ese instante, todo es imaginable y, por lo tanto, podría creerse. La premeditación de esta historia es evidente. Si leemos los diarios: "La barca de Caronte -escribe Barral a modo de plan-. A: la culpa de una muerte. B: visita previa (delirada) al reino de los muertos". Leyendo esos apuntes, podemos tener una idea bastante aproximada de cómo iba a ser la novela íntegra, y sabemos incluso el final. La prosa de Barral es envolvente, detallista por su riqueza, resaltada aquí por su conocimiento del vocabulario náutico, e inconformista por su búsqueda del famoso motivo justo; está emparentada por época y por estética con la de Juan Marsé o Ana María Matute, y resulta emocionante imaginarlo empleando sus últimas fuerzas en el empeño de buscar un adjetivo satisfactorio o construir una descripción convincente. Hay muchos ejemplos de ambas cosas en El azul del infierno. Es una lástima que no pudiera concluirlo, porque tal vez de hacerlo hubiera cambiado su suerte como novelista, que no fue mucha cuando publicó Penúltimos castigos, por causas nada literarias que explica en su epílogo Malcolm Otero Barral.
El azul del infierno
Carlos Barral
Seix Barral. Barcelona, 2009
115 páginas. 15 euros
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