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Columna
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Los picores de Mrs. Robinson

Cada vez que se destapa algún escándalo de un jefe de Estado, presidente de Gobierno, diputado, concejal o simplemente candidato implicado en asuntos de la entrepierna, los defensores exteriores del mundo anglosajón sacan el escudo protector de las esencias (que ríase usted de las prevenciones de Star treck) y blanden la espada de que los anglosajones no castigan la impiedad de las actitudes sino la desafección entre lo que pregonan y lo que hacen. Y asunto liquidado. La entrepierna queda en segundo plano y todo se convierte en una actitud pedagógica que ningún latino, centroeuropeo o africano de pro puede alcanzar. Piensan, al parecer, que los latinos, por ejemplo, castigamos más la entrepierna, es decir, la infidelidad moral que la infidelidad política, del mismo modo que convivimos con la corrupción porque todos llevamos un corrupto dentro. Quizá haya algo de razón y, ciertamente, un caso tan fantástico como el de la señora Robinson, aquí hubiera acabado en Sálvame deluxe en vez de en los informativos cotidianos.

Reconozco que hacía tiempo que nada me interesaba en el mundo tanto como el caso de Mrs. Robinson, una infiel atizadora de infieles, homófoba, acérrima crítica de Bill Clinton por su particular pedagogía con las becarias en la Casa Blanca, ultracatólica y ultraconservadora, que calentaba sus sábanas con un chiquillo, con el padre del chiquillo y otro compañero de partido (curiosamente el fundado por un reverendo, Ian Pasley). Y digo que me ha interesado tanto, no por lo que tiene de carroñería a lo Sálvame Deluxe (este programa me trae siempre, no sé por qué, a la cabeza el nombre de un grupo musical, Kaka de Luxe) sino por lo bien que resume la parte indigna de la política, aquí y en el Reino Unido, en Elorio y en Canterbury. Y me interesa porque significa también lo ya sabido: cuando debaten la carne y el espíritu, casi siempre gana la carne. Por muy ultraconservador que sea el espíritu, la carne (incluso con los años) sigue fresca. Bien lo sabe la Iglesia que ha pagado a precio de oro (vía dolar, vía euro) los picores de muchos de sus obispos con sus jóvenes reclutas. Mrs. Robinson, cuyos picores han tenido además sarpullidos de corrupción, no es sino una metáfora de todo lo que distancia el cuerpo del alma, sobre todo después de que la Iglesia se apuntara a la reforma del mercado laboral y cerrara el limbo por su falta de productividad. El alma sólo han sabido explicarla los poetas y la Iglesia y los poetas siempre se han llevado muy mal. Mrs. Robinson ha desnudado una vez más la doble moral. Y eso es bueno para la sociedad aunque haya sido malo para su marido y para sus hijos. Claro que la izquierda tampoco está para regodeos. Tony Blair va a trabajar con la firma Luis Vuitton. El lujo acaba reuniendo a la izquierda y a la derecha. La única pena es que no fichó antes por la empresa de su amigo Bernard Arnault. Más que nada porque igual nos hubiéramos ahorrado la guerra de Irak.

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