Cuestión de supervivencia
En la comparecencia conjunta que tuvieron el presidente del Consejo Europeo (Van Rompuy), el presidente de la Comisión Europea (Durão Barroso) y el presidente de turno de la Unión Europea (Rodríguez Zapatero) el pasado viernes, los tres insistieron en que defender el modelo social europeo, caracterizado por el Estado de bienestar, es "cuestión de supervivencia". El más enfático fue el belga Van Rompuy, para quien la primera necesidad de Europa, en esta coyuntura, es un crecimiento económico que preserve el modelo de vida europeo.
Es ésta una idea muy querida para Felipe González (de quien Jorge Semprún decía ayer que es uno de los pocos líderes europeos que quedan en activo). González siempre ha pensado que para disponer de un modelo social hay que tener dinero para financiarlo, y que sin lo último no es posible lo primero. ¿Se puede mantener -o aumentar, para que los millones de nuevos inmigrantes accedan a él- el Estado de bienestar creado en la posguerra, con un crecimiento anémico, tasas de déficit público muy importantes (en algunos países, superiores a dos dígitos) y un paro que está a punto de llegar al 10% de la población activa de la zona, y en un entorno demográfico de envejecimiento creciente de la ciudadanía media? Éste es el círculo que ha de cuadrar la UE de los próximos años. Según los datos recientemente proporcionados por la Oficina de Estadísticas de la Comisión, la UE tiene ahora casi 23 millones de parados en su seno, un 9,5% de la población activa. Según las últimas previsiones de la Comisión, el paro crecerá hasta el 10,7% en el año en curso y subirá cerca del 11% en 2011, porque el crecimiento económico será muy escaso (0,7% en 2010 y 1,5% en 2011).
Las tasas de paro europeas no volverán a España en mucho tiempo
Todas estas alarmas se multiplican exponencialmente para España. Según Eurostat, la tasa de paro de nuestro país, desestacionalizada, asciende hasta el 19,4% de la población activa, y en el caso de los menores de 25 años, ese porcentaje ronda el 44%: casi uno de cada dos jóvenes en edad de trabajar está desempleado. Estos porcentajes, en sí mismos, son explosivos, pero mucho más si se analizan en forma de tendencia a largo plazo. En la crisis de los años noventa, España llegó a tener una tasa de paro del 24,5% en el año 1994; sólo 13 años después, en el segundo trimestre de 2007, esa tasa llegó a bajar hasta el 7,95% y se puso en porcentajes similares a la media europea. Se necesitaron casi 13 años para entrar en la Europa del empleo y ello creciendo a tasas superiores medias al 3% anual del producto interior bruto.
El secretario de Estado de Economía, José Manuel Campa, declaró la semana pasada que España crecerá por encima del 2% en el año 2012, que el mercado laboral empezará a recuperarse a finales de este año y que no se creará empleo neto hasta 2011, pero que España no volverá a porcentajes cercanos al 8% de paro hasta "dentro de cinco años". Quizá la economía española se ha hecho mucho más flexible que en los noventa, pero si se siguiera la graduación de esos años, nuestro país no tendrá un 8% de paro hasta la década de los años veinte.
¿Pesimismo o realismo? Cuando se habla de la salida de la crisis económica hay que contemplar las secuelas que dejará en las sociedades. Y entre esas huellas se manifiestan los cuatro millones largos de parados (el doble de cuando empezó la Gran Recesión); el más de un millón de personas que ya no reciben seguro de desempleo alguno; los 368.000 parados que reciben la paga escoba de 420 euros mensuales (durante seis meses), cuando han agotado su protección social; o los 1,5 millones de cotizantes a la Seguridad Social que ya han dejado de serlo.
¿Se puede mantener un Estado de bienestar europeo con las tasas de paro, los porcentajes de crecimiento y el déficit público español? Nuestro reto es cualitativamente diferente al de la media europea, y sobre ello debe centrarse el debate de la política económica interna. No sobre si estamos a punto de dejar la recesión para crecer unas décimas, ni sobre si se deben bajar los impuestos en una coyuntura imposible para hacerlo, so pena de agravar los desequilibrios. Cuestión de supervivencia.
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