El mar en la tierra
Las cataratas del Iguazú son una maravilla telúrica y poética. Del lado argentino, el visitante se adentra hacia la rugiente caída del agua y sale transformado tras un bautismo de sonidos y selva
Hay que ir a las cataratas del Iguazú para sorprenderse, como fue allí su descubridor europeo, Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Alvar era jerezano, y si en el siglo XVI ya los de Jerez hablaban como ahora, es posible que exclamara: ¡Ozú!
Hay un monumento a Alvar Núñez en la confluencia de los ríos que nutren las cataratas; pero el monumento son las cataratas. Son tan poderosas que ahora son más que la política: coexisten en tres fronteras, Paraguay, Brasil, Argentina, pero son un país entero: el país de las cataratas.
Los que van al lado brasileño verán una especie de parque temático que no se toca: las cataratas como una hermosa fotografía, o un cuadro de Turner, impresionante y exquisito. Sin embargo, los que las ven desde el lado argentino tienen la posibilidad de descubrir, físicamente, la emoción que debieron de sentir los primeros pobladores, Alvar y los que le siguieron. En plenitud, estas cataratas que vemos en el lado argentino representan un monstruo espléndido, cuyo ruido ensordecedor es como el sonido del mar en la tierra. Como si un motor inolvidable y perenne estuviera sonando para despertar al dios de una belleza.
Asusta pensar en los periodos secos; cuesta creer que esa maravilla que ahora es de sonido y de agua, de cascadas infinitas, repetitivas y poderosas, se quede quieta y seca, que por esos desfiladeros que el cine inmortalizó tantas veces (La misión se hizo aquí; parece que la música de Ennio Morricone quiere competir con la cercanía apabullante del ronquido de este mar terrestre) ya no haya agua, sino hierbas infructuosas. Pues ha pasado, y ese pasado es, mirándolas ahora caer sin pausa, como la imagen de una pesadilla.
El aire soliviantado
Antes de adentrarse en esa visión que parece la revelación del agua, uno se adentra en Iguazú a través de carreteras o caminos de tierra roja; cuando fuimos había habido un temporal y el aire estaba soliviantado. Ese aire convoca aún la atmósfera de los cuentos de Horacio Quiroga, el gran escritor solitario que habitó cerca de estos desfiladeros. Pero cuando uno llega a ellas, las cataratas no exigen literatura; son en sí misma el sonido de un poderoso poema de Pablo Neruda, una residencia del mar en la tierra.
En el viaje te acompañan 460 especies de pájaros, que dormitan asustados por la tormenta; pero ahí siguen, enhiestos, los palmitos, agitados a veces por la presencia fugaz, y peligrosa, de los pumas. Cuando ya se aclara la selva y se acerca el rumor cada vez más impermeable del agua, aumenta en los que vemos la sensación de que ese torrente es velocidad en estado puro. En el lado argentino, que es el que recomiendo, porque te reconcilia con el ancestro de la tierra y del agua, con ese matrimonio que da de sí la naturaleza, el torrente parece un lugar en sí mismo, ahí puedes entender la sorpresa infinita, y la alegría asustada, de Alvar Núñez Cabeza de Vaca.
Lo extraordinario de esta visión es que sigue intacta; el turismo, aunque ya hay más hoteles (muchos en construcción) de los que la naturaleza aceptaría si tuviera voz, te deja vivir; está bien conducido y se comporta muy civilizadamente; además, el lugar tiene sitios donde se puede comer bien.
Pero eso no es lo importante ni del viaje ni de la visión. Lo que sorprende es que una belleza tan salvaje siga siendo salvaje, o siga pareciéndolo. Hay unos viajes en barca que te acercan hasta el extremo mismo de la torrentera, y allá abajo sientes que en efecto estás en contacto con lo que fue primero, la emoción del agua, ese bautismo extraordinario del que sales con la sensación de que la naturaleza acaba de nacer contigo.
El agua no lo es todo, con ser, con mucho, el cuadro más cambiante y también el más duradero; en el trayecto ves enormes piedras, que parecen prehistóricas, e incluso prenaturales, que recuerdan por sus colores los cuadros de Rothko o de Pollock. De modo que navegas en medio de una serie de sinfonías a las que la música de este mar insólito pone el contrapunto de una aventura mental, insólita y que parece siempre que haces en soledad, aunque alrededor suenen millones de pájaros que no llegas a ver.
Los guías hablan mucho de las mariposas, como en un Macondo que tú imaginas; pero a las mariposas las ahuyentan los hombres y los autobuses; cuando aparecen, lo hacen como si quisieran pasar inadvertidas, y son bellísimas en su fugacidad de colores robustos, casi sensuales.
Es como un órgano del que salen sonidos que uno jamás olvida, o que parece que jamás vas a olvidar; luego, después de haber recorrido en barca los aledaños del peligro, donde más suena el agua, el camino es de piedras húmedas, resbaladizas; vas calado hasta los huesos, y haces ese camino de regreso a la civilización como si vinieras de un abismo cuya contundencia es similar a su belleza, inexplicable; te vas con ella en los ojos y en el espíritu. Luego, cuando te preguntan, no sabes si decir que esa agua que cae con el color del dulce de leche es lo que te impresionó más, o si fue el sonido, o si fue la selva entera, revolviéndose para que no la toquen más. Lo que es cierto es que ese rugido con que nos reciben y nos despiden los saltos del Iguazú es una salmodia que a veces se percibe como el eco de una protesta natural, infinita.
Fuimos al pueblo, a Puerto Iguazú. Parece un poblado del Oeste, un lugar donde podría ocurrir cualquier cosa, porque su fisonomía podría parecerse a la de un lugar sin ley. Pero nos dicen que es un lugar tranquilo en el que la gente aún vive con las llaves en las puertas. Y cuando ya no oyes ni el sonido de la más poderosa catarata del mundo, sientes que una melancolía te acompaña, la que queda siempre después de vivir en el vientre de la belleza.
» Parque nacional del Iguazú, en Argentina (www.iguazuargentina.com). Situado a 18 kilómetros de Puerto Iguazú en el departamento de Misiones (www.turismo.misiones.gov.ar). Hasta el 15 de marzo, durante el verano austral, el parque abre de 8.00 a 18.00. La entrada cuesta 11 euros.
Más propuestas e información en la Guía de Argentina
Guía
» Turismo de Argentina (www.turismo.gov.ar).
» Parque nacional de Iguaçu, Brasil (www.cataratasdoiguacu.com.br). Cerca de la ciudad de Foz do Iguaçu (www.fozdoiguacu.pr.gov.br/turismo), en el Estado de Paraná (www.turismo.pr.gov.br). El parque abre de 9.00 a 18.00, y la entrada cuesta 15 euros (incluyendo el transporte interno).
» Turismo de Brasil (www.embratur.gov.br).
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