Una feliz traición
Si se escribiese una historia del cine atendiendo únicamente a los talentos heterodoxos e indomesticables que ha dado el medio, Abel Ferrara y Werner Herzog merecerían contar, sin asomo de duda, con sus respectivos capítulos aparte. No obstante, nadie habría podido imaginar, ni en la más feliz de las epifanías lisérgicas, que ambos autores iban a tener una estimulante, problemática y fértil zona de confluencia bajo el nombre de Teniente corrupto. Protagonizada por un Harvey Keitel en sostenido estado de intensidad y transfiguración, Teniente corrupto fue el título de la obra maestra del cine de la provocación, áspera y visceral, que Ferrara estrenó en 1992: una historia sobre la culpa, la redención y el automartirio del cuerpo que podría considerarse máximo exponente del cine religioso, en un universo donde la idea de Dios puede estar encarnada en una bala perdida. Protagonizada por un Nicolas Cage que recicla su tendencia a la sobreactuación casi en un recurso de distanciamiento brechtiano, Teniente corrupto es, también, el remake con que Werner Herzog ha tergiversado brutalmente el sentido del original, consiguiendo una obra igualmente desafiante, pero quizás más transgresora y, sin duda, malintencionada que su modelo.
TENIENTE CORRUPTO
Dirección: Werner Herzog. Intérpretes: Nicolas Cage, Eva Mendes, Brad Dourif, Val Kilmer.
Género: Thriller. Estados Unidos, 2009.
Duración: 122 minutos.
Donde Ferrara proponía una película espiritual, Herzog contrapone una película esencialmente materialista. Cambian tanto el motor de la acción -aquí no se investiga la violación de una monja, sino la masacre de una familia de camellos- como el escenario -el Nueva York más sórdido, tóxico y venéreo tras Taxi Driver deja paso al apocalíptico Nueva Orleans pos-Katrina: en ambas versiones, la ciudad es un personaje más-. En ocasiones, Herzog juega con el engaño de estar perpetrando una domesticación made in Hollywood de un material originalmente abrasivo: la presencia de Cage y la aparentemente clásica arquitectura del guión, debida a William M. Finkelstein -profesional bregado en series como Cop Rock, Murder One o Ley y orden-, contribuyen a dar solidez a la falsa pista.
Herzog puntúa su película de notas excéntricas -las visiones subjetivas de iguanas, la danza post mortem del alma de un mafioso-, pero el verdadero genio de su operación está en otra parte, en haber sabido llevar el discurso de Ferrara de lo particular (los demonios interiores del protagonista) a lo general (la mecánica de funcionamiento de una sociedad tóxica, en sentido literal y figurado). Herzog describe un mundo integrado por sujetos politóxicos y ejemplos de sobriedad que esconden a un rehabilitado en su interior y detalla su economía subterránea, la de un universo donde la corrupción puede llevar al modelo más feroz de happy end que haya conocido el reciente cine americano.
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