Compromiso europeo
La creación de empleo y el rodaje de la política exterior marcarán la presidencia española
España asume la presidencia rotatoria de la Unión Europea por cuarta vez desde su ingreso. Si hasta ahora el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero había insistido en realizar una lectura en clave preferentemente interna -la presidencia de la UE como oportunidad para corregir el desgaste electoral provocado por la crisis-, el discurso parece haber cambiado para bien durante las últimas semanas. Lo que Europa necesita en estos momentos es, sobre todo, compromiso europeísta, y eso es lo que ha ofrecido Zapatero en sus primeras intervenciones y en los pasos preparatorios de esta presidencia. También los partidos de la oposición, que han aceptado consensuar las grandes directrices del semestre.
A España le corresponde iniciar la aplicación del Tratado de Lisboa que entró en vigor el pasado 1 de diciembre. De las bases que se establezcan dependerá, en gran medida, la Unión que se perfile en el futuro, tanto en el ámbito de los nuevos procedimientos como en el de las instituciones recién creadas. La decisión de abrir espacio político al presidente permanente del Consejo, Hermann van Rompuy, y a la alta representante para la política exterior, Catherine Ashton, ha sido acertada. Y no cabe reprochar al Gobierno la cesión del primer plano porque, además de contradecir el espíritu y puede que la letra del Tratado de Lisboa, resultaría un contrasentido reclamar más compromiso europeo y, a la vez, más protagonismo nacional. De acuerdo con la lógica de la UE, los beneficios nacionales deberían buscarse a través de la formulación de proyectos de alcance europeo, no mediante mezquinas reclamaciones bilaterales frente a Bruselas.
En su intervención institucional para explicar los objetivos de la presidencia española, Zapatero señaló como prioritaria la coordinación de las políticas económicas para salir de la crisis y restablecer el empleo. Ésa debería ser, sin duda, la orientación inexcusable del semestre, puesto que la UE necesita con urgencia una estrategia que sustituya a la fracasada Agenda de Lisboa. También medidas que traten de estimular la creación de puestos de trabajo, combatiendo un paro que alcanza a 22,5 millones de europeos. No será fácil: entre las decisiones más comprometidas del semestre se encuentra la retirada de los estímulos fiscales, cuestión en la que intereses y puntos de vista de los miembros están enfrentados. Mientras Alemania estima que la crisis ha quedado atrás y, por tanto, ha llegado la hora de detener los estímulos, países como España o Irlanda podrían resultar gravemente perjudicados. La lucha contra el fraude fiscal y el desarrollo de un sistema de supervisión financiera completan la agenda económica de esta presidencia.
La Unión debería superar la parálisis exterior que ha padecido durante los últimos años como consecuencia de su crisis interna. La apuesta de la Administración de Obama por el multilateralismo, resultado del retorno a una política del interés nacional por parte de Estados Unidos, abandonando las ensoñaciones ideológicas de la era Bush, ofrece una oportunidad inmejorable para que Europa se convierta en un decisivo actor internacional. El margen de maniobra durante el semestre será estrecho, puesto que la UE se enfrenta al reto de construir su servicio diplomático común y, simultáneamente, al de ir formulando su política exterior. La adecuada selección de la agenda decidirá el éxito o el fracaso en este terreno, puesto que la comunidad internacional tiene en 2010 algunas citas decisivas para la paz y la seguridad mundiales, como la revisión del Tratado de No Proliferación o la nueva cumbre sobre el cambio climático. Empieza, pues, un semestre en el que España debe estar a la altura de su compromiso con Europa.
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