Un vestido rojo
Era muy bonito. Estaba fabricado con un terciopelo fino, elástico, que se ceñía al cuerpo, pero no demasiado, y tenía un drapeado lateral muy favorecedor. Le llamó la atención desde el escaparate de una tienda corriente, ni muy cara ni muy barata, y se lo compró sin pensarlo. Era bonito, sí, pero a ella jamás se le hubiera ocurrido pensar que lo fuera tanto.
-Oye, mamá -su hija mayor la abordó en el supermercado, para explotar la ventaja de haberse ofrecido a acompañarla-. ¿Qué te vas a poner en Nochevieja?
-Pues -ella, absorta en el precio de los espárragos, contestó sin prestar mucha atención-. Ese vestido rojo que me compré el otro día
-¿En serio? -y fue como si acabara de decirle que iba a sacarla de la universidad para ponerla a cosechar arroz en Malaisia-. No puedes hacerme esto, de verdad.
"Mamá, diles que no, préstamelo a mí, que ésta es la primera Nochevieja que voy a salir"
-¿Por qué? ¿Querías ponértelo tú?
Naturalmente que quería, y a su madre, al fin y al cabo, le daba lo mismo. Claro, que eso fue antes de que su hermana pequeña, que acababa de romper con el mismo novio por tercera vez en diez años, la llamara a la oficina dos días después.
-No puedes decirme que no, tía, en serio, mentalízate
-Vale, pues te digo que sí -estaba tan agobiada, que tampoco la prestó mucha atención-. Pero dime lo que es, y rapidito, que tengo mucho trabajo.
-Tienes que prestarme para Nochevieja el vestido rojo que te compraste el otro día. Por favor, por favor, por fa
-Llegas tarde -informó escuetamente-. Tu sobrina me lo pidió el otro día, y le dije que sí, o sea, que vais a tener que arreglaros entre vosotras
Aquel día llegó a casa muy tarde. Tenía que arreglarse a toda prisa porque su marido la esperaba en la cena de Navidad de su empresa -la de él-, a la que ella se había comprometido a asistir a cambio de que él la acompañara a la cena de su empresa -la de ella-, pero cuando fue a abrir la puerta de su dormitorio, lo encontró cerrado por dentro.
-Un momentito -era su hija pequeña-, un momentito, que ya abro
-y primero escuchó el ruido del cerrojo, después, un grito triunfal-. ¡Tachán!
-Pero ¿qué haces con ese vestido?
-¡Ay, mami! -y la abrazó entre suspiros-. ¿A que me queda bien?
-Sí, te queda muy bien -era verdad-. Pero si estás pensando en ponértelo en Nochevieja, te advierto que hay lista de espera
Mientras escogía la ropa en el armario, mientras se cambiaba, mientras iba al baño, y se peinaba, y se pintaba, y se ponía otros pendientes, y unos zapatos de tacón, y el abrigo, y la bufanda, y los guantes, su hija se mantuvo pegada a ella, con el vestido puesto y una expresión suplicante digna de propósitos más nobles.
-Mamá, por favor, diles que no, préstamelo a mí, que ésta es la primera Nochevieja que voy a salir, que me queda mejor que a ellas, ¿pero es que no lo ves?, anda, mami, prométemelo, si ellas son más mayores, han salido más veces, tienen ropa de fiesta, y yo no tengo nada que ponerme, de verdad, es que nada me queda bien, déjame el vestido -aquel torrente sólo se interrumpió cuando la vio abrir la puerta de la calle-. ¿Pero adónde vas?
-Pues a cenar con tu padre -y la dio un beso antes de atravesar el umbral-. ¿Qué te creías?
Así empezaron las navidades más tormentosas de su vida, tanto, que en Nochebuena, un cuarto de hora antes de la cena, las reunió a las tres en la cocina para declarar una guerra preventiva.
-Esta noche es Nochebuena, y mañana, Navidad, ¿habéis oído el villancico, no? -las fue mirando, una por una, y ellas le devolvieron la mirada-. Pues eso. Ni papá, ni yo, ni vuestro hermano, ni muchísimo menos los abuelos, tenemos la culpa de que seáis tan burras. Así que vosotras dos -y señaló a sus hijas- ya podéis volver a hablaros y a trataros como hermanas. Y a ti -su propia hermana torció los labios- no te digo nada, que ya tienes 32 años, guapa Pero os voy a prometer una cosa a las tres. Como me cabree, cojo el vestido, le meto una tijera y hago trapos. ¿Está claro?
Debió de estar muy claro, porque la cena fue mucho más apacible que cualquiera de las reuniones familiares que habían celebrado hasta entonces. Lo que pasó después también se veía venir.
-Mira, mamá -y la última fue la primera-. ¿A que te gusta? Me lo acabo de comprar en las rebajas. Es total, ¿a que sí?
-Oye, que lo he estado pensando -su hermana llamó enseguida-, y creo que me voy a comprar unos pantalones negros, de raso, elásticos, que vi el otro día, ¿sabes?, así que el vestido, que se lo pongan las niñas, que para eso son tus hijas
-¡Mamá, mira lo que me ha regalado mi amiga Ana! -la mayor completó el círculo-. Ella dice que ya se lo ha puesto muchas veces, pero está nuevo, ¿a qué sí? Y es ideal, pero ideal, ¿no? Ideal del todo, fíjate
-¡Qué guapa!
Esto último lo dijo su marido, cuando la vio quitarse el delantal para sentarse a la mesa con su vestido rojo en Nochevieja.
Ojalá el 2010 sea un buen año para todos.
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