Anillo, triplete y mitos
Tan impredecible por su condición azarosa, en el deporte nada hacía presagiar allá por febrero de 2009 que Roger Federer sería, junto a otros dos mitos como Usain Bolt y Michael Phelps, el gran deportista internacional del curso. Rafa Nadal era entonces un ciclón y desnudó sentimentalmente al tenista suizo en el Abierto de Australia tras una estresante final. A Federer le inundaron las lágrimas y hubo quien advirtió su velatorio deportivo. Falsa alarma. Con Nadal condenado a la enfermería por un exigente calendario, el helvético resucitó cuando menos se esperaba: conquistó por primera vez Roland Garros, el verdadero himalaya de su fabulosa carrera, y diez años después de que lo consiguiera Andre Agassi (también en las portadas por sus confesiones dopantes) se convirtió en el único tenista en activo ganador del Grand Slam. Desde la tierra parisiense, Federer despegó hacia lo más alto del Olimpo y, tras ganar su sexto Wimbledon, destronó a Pete Sampras como el tenista con más torneos grandes de la historia (15). A Nadal no le quedó mayor consuelo que la Copa Davis, la cuarta para España.
La de Federer no fue la única resurrección, aunque sí la más exitosa. En marzo, el golf mundial se paralizó ante la reaparición de Tiger Woods tras ocho meses lesionado. Si Federer podía desbancar a Sampras, el Tigre podía destronar a Jack Nicklaus, del que sólo le separan cuatro majors (18 por 14). Más que sus nuevas gestas deportivas, el eco del golfista californiano fue otro: dinero y sexo. Primero superó la barrera de los mil millones de dólares en ganancias, lo que ningún deportista había logrado; luego, sus infidelidades amorosas. Caído al hoyo, Woods se concedió una tregua indefinida con el golf.
Meses antes del intento de Michael Schumacher por alistarse de nuevo al caótico circo de la fórmula 1, convertida en una novela negra de la que sacó provecho Jenson Button, el tejano Lance Armstrong, el emperador del Tour, también decidió regresar a la pasarela. Orgulloso como casi todos los grandes campeones, aceptó un doble reto: medirse con la carrera francesa al tiempo que debía convivir en el mismo equipo con el mejor corredor desde su retirada, el madrileño Alberto Contador. En Francia saltaron chispas, pero el español impidió la reconquista de Armstrong y, pese a las conspiraciones en su contra dentro del Astana, se apuntó su segundo Tour con 26 años.
Poco antes de que Contador sometiera a Armstrong, el deporte español saltó una de las pocas barreras que le quedaban. Tras dos décadas prodigiosas, faltaba por explotar la veta de la NBA, una aventura que parecía marciana para cualquier español. No para Pau Gasol, que capitalizó, junto a Kobe Bryant, el nuevo anillo de los Lakers. A la fábula angelina de Pau con los glamourosos Lakers -comparable a la deseada sociedad Alonso-Ferrari- respondió en bloque el baloncesto español. La selección conquistó el oro en el Campeonato de Europa celebrado en Polonia, broche extraordinario para la mejor generación baloncestística que ha tenido España. Un conjunto en la élite, como la selección de fútbol, clasificada como un rayo para el Mundial de Suráfrica. Su única tacha, la Copa Confederaciones, donde sucumbió ante Estados Unidos.
El atletismo español había apuntado su evidente declive en Pekín 2008. La estación mundialista de Berlín 2009 confirmó los pronósticos más pesimistas, pero dejó una huella imborrable. Marta Domínguez, ejemplar por su talento y tesón, acudió al rescate y se proclamó campeona del mundo en 3.000 metros obstáculos, triunfo épico en medio del barbecho español. Subrayada como la mejor atleta española de todos los tiempos, Marta no se glorificó en unos campeonatos sin rastro. Lo hizo, ni más ni menos, en los Mundiales de Usain Bolt, un velocista sin freno, un atleta que no admite comparaciones. Si en China llevó el atletismo a una órbita desconocida, en Berlín se anticipó de nuevo al futuro. El 16 de agosto rebajó el récord mundial de 100 metros a los 9,58 segundos y cuatro días después dejó el de 200 en 19,19.
Un año después de Pekín, los dos iconos de aquellos Juegos dieron otro paso hacia la eternidad. Si Bolt venció de nuevo al cronómetro en Berlín, Michael Phelps, el único capaz de pulverizar las gestas de Mark Spitz, se batió esta vez con la tecnología, el llamado "dopaje del agua". En los Mundiales de Roma, el nadador de Baltimore encadenó seis medallas, cinco de ellas de oro, frente a una legión de competidores con bañadores de Star Trek.
Con el fútbol sin Mundial o Eurocopa en el calendario, la emociones se ciñeron a asuntos más domésticos, no por ello menos espectaculares. El Barça fue la prueba. Su apuesta por un juego trenzado, sutil, siempre amigo de la pelota y con enormes riesgos, le otorgó un triplete legendario. El equipo no sólo acaparó los títulos de Liga, Copa y Champions (antes de sumar luego los de las Supercopas de España y Europa), sino que dejó un sello inolvidable, una cosmética sin igual. En su tránsito de fiesta en fiesta, encumbró a un entrenador de una valía extraordinaria (Pep Guardiola), revalorizó aún más a figuras como Messi -hoy oscarizado en todo el universo- y Xavi, y alumbró a chicos como Piqué y Sergio Busquets. El Barça, su Masía, su estilismo, fue y es, hasta el cierre de esta revista, la noticia futbolística del año, una iluminación para este deporte. Para suerte de la Liga, Cristiano Ronaldo también aspira al reinado.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.