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Columna
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El ciego y el funambulista

Convengamos en que hay pocas formas tan incontestables y asépticas de acercarnos a una realidad como la meramente numérica. Pues bien, el sábado unas 50.000 personas se manifestaron en Madrid para que la crisis no se lleve por delante los derechos laborales de los trabajadores. UGT y CC OO pusieron su poderosa (y bien financiada) organización interna para que la convocatoria fuese un éxito, y así fue interpretado por la mayoría de los medios de comunicación. El domingo 200.000 catalanes depositaron una papeleta en una urna para pedir un Estado propio, el 27% de los que podían hacerlo, y esos mismos medios calificaron la iniciativa de "ridícula" y "mascarada", entre otros epítetos. Seguramente habría que retroceder mucho tiempo para encontrar una iniciativa cívica (una nueva modalidad de manifestación, como ayer apuntaba acertadamente Enric Company) con un respaldo cuantitativo tan importante en el territorio español.

Muchas voces del españolismo, por hartazgo de este debate, exigen que se haga entrar en vereda a los independentistas

En mi opinión, la jornada del domingo nos deja muchos datos interesantes. Por seguir con los cuantitativos, creo que fue un éxito total de los organizadores, pero a la vez un toque de atención para cierto independentismo iluminado. Considero que la práctica totalidad de los independentistas convocados respondieron a la iniciativa y ése, junto con el impacto internacional, era el objetivo principal. Por tanto, el porcentaje de participación responde de manera muy aproximada al apoyo convencido a la opción independentista, con un resultado que, extrapolado a una convocatoria convencional en los lugares donde se podía votar, situaría el alrededor del 50%. Faltaban los del no, evidentemente, pero también los indiferentes y, atención, los españolistas y soberanistas instrumentales, es decir, aquellos que decidirían en función de los argumentos a favor y en contra que se presentaran en una campaña. Con todo, el independentismo es todavía hoy una opción minoritaria en el conjunto de Cataluña, incluso marginal en algunas poblaciones metropolitanas, pero también mayoritaria en algunos hinterlands como Osona, cosa que nunca antes había pasado. Cualquier lectura que coloque la independencia al alcance de las manos, como algunos insisten en hacer creer, resulta no sólo equivocada, sino posiblemente contraproducente para sus intereses.

Vayamos ahora al aspecto cualitativo. Muchas voces del españolismo mayoritario dentro y fuera de Cataluña reclaman que se haga entrar en vereda a los independentistas, ya que este debate les provoca hartazgo. Este es un desiderátum comprensible, pero irreal, ya que el independentismo hoy, aun siendo minoritario, ocupa un espacio central en el debate político debido a su carácter transversal. Es el ingrediente necesario para cualquier mayoría, sea ésta de izquierdas (la actual), de derechas (con el ala soberanista de CDC) o, evidentemente, una nacionalista. Por eso, el arrinconamiento del independentismo que algunos reclaman llevaría a un escenario más proclive al debate nacional y no al contrario.

El PSC, por ejemplo, se vería arrastrado a conformar con el PP un frente de defensa de España que le privaría de uno de sus principales motores electorales. Y en CDC el independentismo es ya mayoritario entre sus cuadros y militantes, por lo que cualquier intento de extirpación se saldaría con un sonoro fracaso y sólo llevaría a dinamitar la federación. En ese caso tendríamos al PSC con el PP y UDC como defensores de la integración en el Estado español, a CDC y ERC en el otro extremo y a ICV-EUiA en medio. A todas luces se trataría de un mapa político mucho más complejo y disperso que el actual y, a la postre, ingobernable. En todo caso, estaríamos en un escenario donde la conveniencia o no de seguir en España monopolizaría aún más el debate público, ya que al trazar una clara línea divisoria entre un bando y otro, se acentuaría la tensión dialéctica. Ésa es la razón por la cual Montilla hace como si no viera nada, y Artur Mas, de funambulista. Quieren ganar tiempo antes de pasar a la siguiente fase.

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