Dilema exterior
España se enfrentará a la presidencia de la UE con una diplomacia en horas bajas
El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, anunció que en su segunda legislatura prestaría a la política exterior la atención que faltó en la primera. Los hechos no parecen haber corroborado su compromiso, no sólo porque siguen sin apreciarse las líneas principales con las que pretende definir la posición de España en el mundo, sino también porque la gestión de los incidentes que se han sucedido en los últimos tiempos ha revelado las debilidades de nuestra diplomacia.
La constatación de que, en vísperas de asumir la presidencia de turno europea, la política exterior no está a la altura de un país como España no autoriza, sin embargo, a ejercer cualquier tipo de oposición, según parece haber entendido el Partido Popular. Su comportamiento durante el secuestro del Alakrana perdió de vista los intereses españoles cuya protección es responsabilidad de todas las fuerzas políticas, ejerzan o no tareas de Gobierno. Y lo mismo cabe decir de algunas declaraciones recientes sobre el secuestro de los cooperantes en Mauritania o el caso Haidar.
Son distintas las responsabilidades contraídas por las partes que han llevado a una situación como la de la activista saharaui. La de España consiste en haber servido de instrumento a una intolerable decisión del Gobierno marroquí. Apelar a que la decisión de que Haidar volviera a Lanzarote, como han dicho Zapatero y otros miembros de su Gobierno, fue simplemente administrativa se contradice con el argumento de que se autorizó su regreso por razones humanitarias, aun cuando no haya en realidad humanitarismo alguno en ejecutar una medida inicua de otro Gobierno. Pero la primera y principal responsabilidad es la de Marruecos, y es a su rey y a su Gobierno a quienes deberían dirigirse en primera instancia las exigencias para alcanzar una solución.
De ahí que resulte artificial la polémica en torno a la posible mediación del rey Juan Carlos. No es sólo que la gestión de la política exterior corresponde al Gobierno, sino que las peticiones de intervención al jefe del Estado parecen olvidar quién debe corregir la decisión que está en el origen de la situación de Haidar. Una vez que han fracasado las gestiones realizadas por la secretaria de Estado de EE UU, Hillary Clinton, queda acaso la mediación de un actor hasta ahora en un segundo plano pese a sus intereses con Marruecos y con España: Francia. Se entiende mal, sin embargo, que ante cada crisis con Marruecos haya que recurrir a gestiones internacionales.
Zapatero se enfrenta a un dilema con respecto a su política exterior: al mismo tiempo que necesita con urgencia un impulso inequívoco, la inminencia de la presidencia europea limita su margen de maniobra para llevarlo a cabo. Sería gravemente perjudicial para los intereses españoles que los próximos seis meses al frente de la UE se saldaran, no ya con un fracaso, sino con una gestión que no comience a sentar las bases de la política europea, y, por tanto, también de la española, ante los tiempos que se avecinan.
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