Demasiado tiempo en decadencia
Durante gran parte del metraje de Algo pasa en Hollywood tengo sensación de déjà vu y pienso que se trata de un remake, aunque mi memoria no logra reconocer el título de esa película cuyo argumento reinventa ésta. Hacia el final constato que no es que la historia y los personajes me resulten vagamente familiares sino que ya he visto esta película. No hace demasiado tiempo de ello y concursaba en algún festival. Mi repentina amnesia ante algo tan reciente me alarma. El reparto es de lujo (Robert De Niro, Robin Wright Penn, John Turturro, Sean Penn, Bruce Willis, Catherine Keener); la dirige el irregular Barry Levinson, autor de la excelente comedia Diner y de la hipnótica y trágica Sleepers. También pertenece a un género que retrata el anverso y el reverso de Hollywood, las luces y las miserias en la producción de las películas, la forzada convivencia entre ejecutivos y creadores, y al que le debemos películas tan complejas y admirables como Cautivos del mal, El último magnate y El juego de Hollywood. El susto ante la desmemoria se me pasa pronto. La culpa de que hubiera olvidado aceleradamente Algo pasa en Hollywood no es mía sino de su nada memorable sucesión de tópicos, de personajes con vocación de realismo pero que se transforma en esperpentos, de una mordacidad que pretende ser incisiva aunque resulte plana. Es una película pretenciosa y leve, tan fácil de consumir como de olvidar.
ALGO PASA EN HOLLYWOOD
Dirección: Barry Levinson.
Intérpretes: Robert De Niro, Catherine Keener, Sean Penn, John Turturro, Robin Wright Penn.
Género: comedia. EE UU, 2008.
Duración: 104 minutos.
La protagoniza insustancialmente Robert De Niro, actor superdotado durante su primera y gloriosa época, alguien cuyo nombre justificaba que un público masivo y dotado de paladar pagara la entrada en la seguridad de que iba asistir a un espectáculo, al permanente recital, el natural magnetismo y los infinitos registros de un actor excepcional. Tuvo el privilegio y el olfato de elegir o de ser elegido por los guiones más sabrosos y los directores más personales y creativos del cine estadounidense. Tenías la certeza de que cualquier película en la que este camaleón figurara en el reparto, dando vida a los protagonistas o en golosos papeles secundarios, poseería calidad y estilo, las señas de identidad del gran cine.
Repasas su antigua filmografía y descubres que pocos intérpretes en la historia del cine han encadenado tantas películas imprescindibles. De Niro daba vida sucesivamente al sicópata de Malas calles, al joven y maquiavélico Vito Corleone en la segunda parte de El Padrino, al matador enloquecido por la soledad de Taxi driver, al terrateniente atormentadamente dividido entre la ancestral amistad con un campesino revolucionario y las exigencias de su casta en Novecento, al inequivocamente fitzgeraldiano productor de El último magnate, al superviviente de Vietnam empeñado en salvar a un irremediable suicida de El cazador, al autodestructivo boxeador Jake La Motta de Toro salvaje, al traicionado y melancólico gánster de Érase una vez en América, al redimido traficante de esclavos de La misión, al modélico esposo y padre que comparte la pasión con una mujer casada y vive la catarsis más desgarradora en Enamorarse. La lista sería tan apabullante como interminable. Son creaciones tan veraces como sutiles, una heterodoxa y brillante galería de personajes. Sus últimos trabajos imperecederos se remontan a 1995, fecha de dos obras maestras: Casino y Heat.
Hace demasiado tiempo que alguien con capacidad para seleccionar historias y directores desperdicia su talento en películas livianas, mediocres o infames, sobreactúa, se complace en el histrionismo, se repite, intenta en vano ser gracioso, traiciona su leyenda. Ver y oír a De Niro ya no es garantía de algo mágico. Pero tampoco había noticias del genio de Brando y el incomparable seductor despertó regalándonos lo más profundo y conmovedor de su arte en Último tango en París. Ojalá que De Niro encuentre un papel a la altura de su genio.
Babelia
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