En memoria de Inaxio Uría
El jueves a la una de la tarde en Azpeitia todo era silencio. Quince minutos de un silencio escalofriante y sobrecogedor. Como ese que deja un cuerpo cuando, arrebatada la vida, se desploma sobre el suelo. Porque ese día hacía exactamente un año que Inaxio Uría era asesinado en ese mismo lugar y a esa misma hora. Y allí mismo, bajo la lluvia de diciembre, velando por que nunca se olvide la memoria de Inaxio ni la de ninguna de las víctimas de los fascistas, me preguntaba a mí mismo si no estaremos equivocados. Si acaso el silencio no será una respuesta errónea ante ETA y ante ese entorno cómplice que les presta apoyo moral y social. Me preguntaba si estamos acertando. No sé. Quizás haya llegado el momento, tras años imperdonables de mirar hacia otro lado, de que todos demos un paso al frente y rompamos el silencio. Con firmeza. Con la fuerza que ha de darnos el saber que defendemos valores universales y sagrados que trascienden más allá de nuestras propias existencias. De saber que luchamos por la paz, por los derechos humanos, por la vida. Y que no estamos solos. Que somos muchos. Quizás sea hora de mostrar que en Euskadi por fin hemos roto verdaderamente ese muro invisible del miedo. Allí, honrando la memoria de Inaxio, en una mañana fría y lluviosa como el día en que lo mataron, un 3 de diciembre de 2008.
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